La Hermosa Mujer de la Justicia
La Hermosa Mujer de la Justicia
Era una mañana de invierno en una sala penal,
en la armadura judicial del centro de justicia provincial.
El frío se colaba por entre argumentos rebuscados,
mis incoherentes tesis y el sutil aroma de tu sello
o la estela que dejaste de regalo en el ambiente.
Tus lisonjeras extremidades habían quedado
Rubricadas perennes en mis ojos letrados,
proyectadas en la mirada leguleya del oficio diario,
martilladas y esculpidas deliciosamente a fuego lento
en la glándula pituitaria de mi silla turca,
en cuya esencial memoria se abrazaba como hiedra
y cual polizonte afecto anidada en mi cerebro.
En aquella audiencia, sacaba con mis dedos
las letras de tu nombre que aturdían el aura de mis palabras.
Se habló de millares de cosas, de tramas y teorías,
En cada vocablo me aparecía la imagen de tus remos carnales
que bellamente -cual diosa griega o romana de la justicia-
Como Temis o Iustitia, ingresaban erguidas a esa solemne sala.
Te sentabas a mi lado e iluminabas cada pasaje, cada frase,
cada argumento y sus versos en el mejor contexto;
Convenciendo –en medio del silencio- sin palabra alguna,
solo con la huella de la silueta sutil de tu caminar de gacela,
Embelesando a la audiencia y al Juez creyente dueño del derecho,
que agobiado por la escena y embobado de ese entorno
te observaba turulato desde su sitial lugar en el estrado.
En un cerrar de ojos humanos,
te posaste en una esquina de la sala.
Y en un cuño celestial, jurídico y mágico,
te transformaste en la escultura de la mujer de la justicia
que los romanos ya habían rubricado y esculpido,
dejando esa imagen en la memoria.
Y por justa, vendada de los ojos mujer armoniosa;
portabas en una de tus manos la típica balanza
y en la otra, una espada en posición de descanso,
mientras tus dotadas piernas eran sutilmente besadas
por la caída de la seda de un vestido blanco.
y yo olvidándome del derecho, dejaba en mi mente mundana
el fervor por el perfil maravilloso de tu piel lozana.