Quizá, la vida no sea para todo el mundo

por Sep 14, 2023

Quizá, la vida no sea para todo el mundo

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Prólogo

Como idea principal, tiene este libro la necesidad de mostrar y explicar las batallas que el inconsciente humano experimenta frente a determinadas situaciones. Entre esas batallas, se encuentran aquellas que necesitan de otras personas para poder ser libradas: ira, amor, odio, melancolía. En definitiva, el título que he optado para nombrar esta novela no es una casualidad ni adorno, puesto que representa todo un mundo que posiblemente no sea para todo el mundo. El arte de vivir, así como las dificultades que esto conlleva, son llevados al nivel más puro que mi filosofía trata. ¿Qué sacia el alimento moral de una sociedad que no tiene nada en lo que creer? ¿Cómo una persona que no tiene nada que perder, teme perder lo único que tiene? Aquí es donde vamos a encontrar la moral de Gustaf. Este individuo, además de sufrir los achaques que la propia existencia como ser racional conlleva, deberá optar entre una dualidad de inclinaciones: lo correcto y lo incorrecto y, por lo tanto, deberá deducir qué es lo correcto y qué es lo incorrecto.

Como planteamiento último se propone la visión de un mundo en el que la filosofía, como llave que abre el pensamiento, posee al pensador y le somete a la distorsión de la realidad, haciéndole vivir todas y cada una de las realidades posibles a través de sus propios planteamientos sobre lo real, correcto, irreal, incorrecto, etc. Pues, parece no tener nada que compartir con sus iguales, ya que cada uno pertenece a una realidad que parece estar cerca, pero muy lejos de la que tiene Gustaf. Los sentimientos son un recurso que empleo para poder hacer un doble análisis entre dos personajes que pareciera que, a propósito, están hechos para ser completamente diferentes entre sí. Ideas como el amor, el “yo propio”, la indecisión y la angustia, son tratadas con cuidado en este texto.

Finalmente, hay una conclusión a la que pretendo llegar en el final de este ensayo filosófico dialogado, siendo un punto de cierre no decisivo para los problemas que esta obra plantea. De este modo, usted, como lector, no tendrá otro trabajo que el de evaluar individualmente los conflictos morales e intelectuales que esta obra expone. Espero, de corazón, que se permita el lujo de llegar a alguna conclusión sobre este tipo de pensamientos y, además, que haya podido experimentar el proceso de estar en los zapatos de una persona con las particularidades que Gustaf presenta y representa.

Capítulo 1

Berlín, marzo de 1986, un hombre llamado Gustaf pasea por las calles de Friedrichstrasse mientras lucha contra el viento, pues este está volando su sombrero y le cuesta trabajo colocárselo y sostener su maletín con la otra mano. Si uno observase a este hombre desde la lejanía, podría decirse que parece alguien que tiene mucha prisa.

Las calles de esta avenida están repletas de transeúntes que se dirigen de un lado a otro. Algunos llevan a sus hijos al colegio, otros van apresurados al trabajo, otros simplemente reposan en los bancos, pero pronto los abandonan por el mal tiempo. Sin embargo, Gustaf no parece dirigirse hacia ninguna parte, únicamente camina y lucha contra el viento, así lo hace durante aproximadamente media hora, repito, sin dejar de caminar. Al cabo de un rato, opta por entrar a la primera cafetería que le cierra el paso. Una vez allí se sienta en una pequeña mesa al fondo, lejos del resto de clientes.

Gustaf: Buenos días, una taza de té y una tostada con mantequilla, gracias.

Camarero: Marchando. Disculpe mi descortesía, ¿es usted el filósofo y poeta Gustaf Ólafsson?

Gustaf: Sí, caballero.

Camarero: Es un gran honor. He leído sus obras más destacadas, tanto «A un paso del infierno» como su novela corta «Con la vida por bandera». Son excepcionales.

Gustaf: Gracias, caballero.

Camarero: Bueno. Marcho por su pedido.

Gustaf: ¿Cuál es su nombre?

Camarero: Me llamo Martin Müller. Encantado, señor.

Gustaf: Igualmente, caballero.

Tras ocho minutos de espera, el camarero trajo a Gustaf su pedido. Tan solo había un problema.

Camarero: Aquí tiene, señor.

Gustaf: Muchas gracias. Disculpe, me parece que ha olvidado esa tostada con mantequilla que le pedí.

Camarero: Discúlpeme, se me habrá pasado con la emoción de atenderle.

Gustaf (molesto): Olvidelo. Con esto basta.

Tomó su taza de té rápidamente y antes de salir de la cafetería, se dirigió a Martin.

Gustaf: Nos vemos, Martin.

Martin: Tenga un buen día, señor.

Tras aquel desayuno carente de comida, Gustaf se fue a su apartamento. En su maletín llevaba cinco libros que sacó despacio y reposó sobre su escritorio. Dos libros de filosofía nihilista y tres de literatura europea del siglo XVII. Se sentó en su silla de trabajo y optó por ojear uno de los libros de filosofía nihilista, específicamente, uno llamado «¿Nacer para morir o morir para nacer?». Sin embargo, apenas leyó el libro ya que pronto cayó en un profundo sopor. Tras mirar la hora comprobó que se había quedado dormido por una hora sin haber leído nada a penas. Estaba completamente saturado, hacía meses que no escribía nada nuevo ni publicaba ninguna obra que pusiera al día a sus lectores. Decidió volver a la cafetería en la que «desayunó». Sin embargo, esta vez fue un poco molesto. Una vez allí, se dirigió a Martin.

Gustaf: Dígame, Martin… ¿Qué más obras mías ha leído?

Martin: Con sinceridad, señor. Tan solo las dos que le mencioné.

Gustaf: ¿Cómo fue tal su asombro al verme, si solo ha leído dos obras mías?

Martin: Desconozco si usted tiene más obras publicadas, señor.

Gustaf (molesto): Tengo tres poemarios, y cuatro obras prosaicas entre las que se encuentran dos de filosofía y dos novelas cortas, caballero.

Martin: Si me dice los títulos las leeré encantado.

Gustaf: ¿Cree usted que busco lectores por las esquinas? ¿Piensa que no tengo un público determinado?

Martin: No, señor.

Gustaf: ¿Sabes qué? Me parece que es muy fácil evaluar el duro trabajo de alguien detrás de un delantal y la barra de una pobre cafetería. ¿Es que ser camarero no te ha sido suficiente para poner un límite a tus aptitudes en la vida?

Martin: …

Gustaf (enfadado): ¡Contesta!

De pronto, una mujer que tomaba un café en el sitio donde antes desayunó Gustaf se levantó. Esta mujer, muy airada, interrumpió la conversación de ambos de inmediato.

Mujer: ¿Usted es el filósofo Gustaf? ¿verdad?

Gustaf: Así es, señora.

Mujer: Mi nombre es Eda, y me va a permitir que yo me encargue de responder esa pregunta tan desafortunada que ha hecho.

Gustaf: Pero… No pretendía…

Eda: He sido maestra de Martin en la universidad de Berlín durante cuatro años. Soy profesora de física teórica y mecánica cuántica. Pero antes que maestra soy doctora, pues mi profesión es mi pasión. Este chico, aparte de ser brillante, ha sido camarero desde que le conozco para pagar sus estudios y ayudar a su madre en su casa.

Martin (aguantando las lágrimas): No es necesario, Eda.

Eda: Su padre se fue cuando las cosas se pusieron difíciles, y usted no es nadie para darle lecciones de vida a alguien que tiene el doble de educación y valor que usted en la vida. Así que, si le parece deshonroso el puesto de trabajo de este chico, ruego que se vaya de aquí ahora.

Gustaf (anonadado): Repito que yo… No pregunté… No piensen que…

Martin: No es nada, enserio.

Eda: Márchese.

Tras aquellas duras palabras, Gustaf se marchó sin poder replicar ni un solo argumento que Eda le dijo. Volvió a su apartamento cabizbajo y pensativo. A menudo le costaba mucho trabajo templar sus emociones, y aquella mañana, no fue una excepción.

Aquel mismo día, por la tarde, Gustaf llamó por teléfono a la cafetería.

Gustaf: Buenas tardes, soy Gustaf. Me preguntaba si sería posible hablar con el camarero Martin, por favor.

Camarero: Buenas tardes, enseguida se pone. ¿Ha sucedido algo malo?

Gustaf: ¡No! No se preocupe, es para comunicarle algo únicamente.

Camarero: Está bien. (Gritando) ¡Martin! Es para ti.

Martin: Dígame.

Gustaf: Buenas tardes, Martin. Me quería disculpar con usted por lo sucedido esta mañana. Soy Gustaf.

Martin: Ah, buenas, Gustaf. No se preocupe, de verdad. Entiendo que fui impertinente al hablar de sus obras.

Gustaf: Si hubo alguien impertinente desde luego que fui yo. Por favor, llámame Gustaf y dejemos de lado el tratamiento de «usted».

Martin: Como quiera, señor.

Gustaf: Martin…

Martin: Como quieras, Gustaf.

Gustaf: Mejor. Bien, me gustaría disculparme también con su maestra, la profesora Eda. He de admitir que pocas veces me han levantado así la voz en mi vida.

Martin: Es una mujer que no tiene tanta paciencia como yo.

Gustaf (riéndose): Sí… No debes jurármelo.

Martin: Suele venir por el bar a menudo. Si quiere, puedo decirle que lamenta lo ocurrido.

Gustaf: Es un detalle, pero pensaba si podrías darme su número de teléfono para llamarla y disculparme, personalmente.

Martin: Como quieras, Gustaf.

Gustaf tardó un día entero en poder atreverse a llamar a Eda al teléfono. Optó por llamarla por la tarde, un poco antes de la noche, pensó que así tanto los ánimos como los sentimientos estarían más templados, más calmados.

Gustaf: Buenas tardes, Eda.

Eda: ¿Con quién hablo?

Gustaf: Mi nombre es Gustaf, nos “conocimos” en la cafetería donde trabaja Martin, hace dos días.

Eda: Qué quiere.

Gustaf: Bueno, lo primero de todo disculparme ante usted por lo ocurrido.

Eda: Usted no está ante mí, está al otro lado del teléfono.

Gustaf: Como decía, mi deseo es pedirle disculpas por mi comportamiento y asegurarle que comprendo lo mucho que vale ese chico. A su edad y con tantísimo trabajo encima, es digno de admirar.

Eda: Estoy de acuerdo.

Gustaf: Si le parece, como a mí, todo un tanto frío por aquí, podríamos vernos en la cafetería para poder discutir esto mejor.

Eda: ¿Qué es lo que hay que discutir exactamente?

Gustaf: Todo. ¿Cree usted en la casualidad?

Eda: Sí.

Gustaf: Bueno, a mí me gusta pensar que hay cosas que suceden por un motivo.

Eda: Eso es una tontería.

Gustaf: ¿Lo ve? Cosas como estas podrían ser discutidas en esa cafetería.

Eda: Señor, agradezco su interés en malgastar el tiempo conmigo para que no lo tenga que malgastar usted solo, pero tengo trabajo que hacer.

Gustaf: Está bien. Desconocía que usted fuera una persona encadenada. Un saludo.

Eda: ¿Encadenada?

Gustaf: ¿Decía?

Eda: Digo que a qué se refiere con eso. Si es una especie de metáfora, no tengo marido.

Gustaf: No hablo de esa atadura. Usted está encadenada mentalmente. Y es algo que yo, obviamente, desconocía.

Eda (molesta): Explíquese.

Gustaf: Para usted es una pérdida de tiempo debatir sobre aquellos aspectos que consideramos incorrectos o falsos por el simple hecho de que no los hemos experimentado. Si yo le digo que no creo en la casualidad es porque para mí esta tiene una razón de ser, un motivo. Sin embargo, usted o bien carece de un motivo, o nunca la ha podido experimentar.

Eda: La casualidad la experimento a diario. Sin embargo, nada pasa por algo, todo sucede en en un tiempo asignado, en el cual se tienen en cuenta los sucesos favorables y los posibles, en mi área de estudio llamamos “probabilidad” a ese hecho.

Gustaf: Una fría forma de llamarlo.

Eda: Si eso piensa.

Gustaf: Entonces, ¿le parecería bien vernos en la cafetería cuando usted pueda?

Eda: Supongo que sí. Hoy es miércoles, así que el viernes estaría bien.

Gustaf: De acuerdo, allí nos vemos.