Admiración a la sincera curiosidad que implica nombrar

por Sep 12, 2023

Admiración a la sincera curiosidad que implica nombrar

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Las humanidades tienen el poder de nombrar, las artes vivas el de performar —en el sentido de hacer aparecer una presencia—. Yo me he movido principalmente en ese cruce, no con certeza sino más bien dando vueltas. Pero las vueltas son las que dejan, dicen en mi tierra, así que yo en eso soy obediente.

No sé si soy una intelectual, pienso que quienes trabajamos en la universidad en el siglo XXI somos más bien un tipo de obreras intelectuales. Vivimos la explotación real dada por un sistema precarizado y a la vez nos autoexplotamos muchas veces intentando publicar, conseguir la beca o el puesto con la esperanza de más tranquilidad, pero el asunto no parece acabar nunca. En esa sobrecarga no estoy segura de que lleguemos a pensar con calma o que más bien nos dediquemos a producir fragmentos de algo que esperamos alguna vez tenga sentido. Hoy creo mucho en los fragmentos. Varias de mis colegas y amigas que también trabajan en universidades sufren en sus cuerpos el desgaste del trabajo, aparecen hernias en la columna, enfermedades autoinmunes, desórdenes del sueño, cuadros de ansiedad, quizás sean secuelas de la autoexigencia en la que se nos han entrenado al mundo entero para seguir siendo parte de la competencia. Las consecuencias desgastantes del trabajo se extienden en prácticamente todos los sectores disciplinares en el mundo contemporáneo. El nuestro no queda exento. Sé que esto no suena como un halago a las humanidades. Pero acá me gustaría dividir el trabajo, en el estricto sentido de vender mi tiempo para vivir, de lo que rodea esa transacción a la que el mundo moderno nos obliga, y que se vuelve un quehacer movilizador. He logrado encontrar una veta vitalista en esa fuga que, a partir del trabajo académico, y muchas veces mezclado en él, me ha permitido encontrarme con proyectos sobre la memoria, la conservación y activación documental en el campo de las artes. Lo que me mantiene esperanzada es que he percibido un borde poroso entre la vida universitaria y otro tipo de comunidades que me hacen encontrarle sentido a la investigación, valorar y defender el trabajo de las humanidades. En mi caso, esto ha ocurrido en el acercamiento con archivos.

Me formé en Chile en Literatura, estudié inicialmente Letras Hispanoamericanas en la UC, pero desde la licenciatura me interesé en el teatro, no solo en la dramaturgia, sino en la escena. Con el tiempo y gracias a las coincidencias y al consejo algunos profesores y profesoras empecé a trabajar con archivos de autores, mayoritariamente vinculados al teatro- el primero fue el del escritor Carlos Droguett en el CRLA de la Universidad de Poitiers durante mi maestría en esa Universidad. Aprendí que el archivo convoca al cuerpo ya que en su trabajo se contaban largas horas de organizar documentos, limpiar, sistematizar, custodiar, escanear y me cercioré de que todo ese quehacer se sostenía en una técnica que debía (esto lo digo con convicción) asegurar que otras personas pudieran acceder a esa información, quizás en otro tiempo y espacio. Por comparación pude ver que en mi país el acceso a los archivos y el resguardo de estos era limitado y precario. Había mucho trabajo por hacer así que me dediqué a eso. He vuelto de la relación entre las artes y el archivo mi núcleo de trabajo, esto incluye asuntos teóricos pensados desde América Latina y también cuestiones técnicas. Todo lo anterior lo he entendido como una metodología de investigación que nos permite revisar obras y documentos para señalar insistencias o silencios, reflexionar sobre procesos creativos e incluso articular lecturas en torno a la conformación del canon.

Pero como digo, las cosas no pasan por pura voluntad. Justamente en el pensamiento sobre las artes y la literatura, así como el que se desarrollaba sobre las performatividades, hubo una convergencia que hizo que este tema fuera un núcleo posible para desarrollar mi trabajo. El Archivo como asunto teórico adquirió fuerza gracias a la publicación, p.e. de Mito y archivo (1990) de Roberto González Echaverría, Archive and Repertoire (2003) de Diana Taylor y Arte y archivo: 1920-2010 (2011) de Anna María Guasch; sin duda estas dialogaban con el pensamiento que Mal d’Archive: Une Impression Freudienne (1995) de Jacques Derrida ponía en el centro. En esa lectura doble de la dimensión material y simbólica de los archivos, me acerqué a los estudios culturales, pues los archivos tienen mucho que ver con la forma en que aprehendemos el mundo, además en el estudio de ellos encontré un núcleo que cruzaba las distintas disciplinas de las artes y las humanidades, yo me encontré cómoda en ese cruce y a la vez me sentí convocada a un flujo de discusión y pensamiento que precisamente nos hacía tomar posición y acción sobre el estatuto de lo documental desde el Sur. No era lo mismo hablar de archivos desde los centros metropolitanos de Europa que hacerlo desde América Latina, pues ni nuestras instituciones patrimoniales eran las mismas ni la forma en que operaban las políticas de la memoria tenían un parangón.

Además, interesada en el teatro, me di cuenta de que los archivos de artes escénicas convocaban equipos, sistemas de trabajo compartidos que yo no conocía bien por mi formación más individual en el campo de la literatura. Coincidió que para el año 2010, se conmemoró el Bicentenario de Chile como República independiente y con ello vino la discusión sobre cuál era el canon teatral de esta nación. “Santiago a mil”, el festival de teatro más grande en Chile, dedicó ese año su edición a repasar esas obras icónicas. A partir de este hito escribí mi tesis doctoral. Junto con otras colegas nos empezaron a rondar preguntas: ¿Pero por qué esas obras? ¿Quién las puso ahí? ¿Y antes de los teatros universitarios cuál era el canon? ¿Qué pasa con todo ese teatro que se creó al margen de la letra? ¿Dónde está quedando el teatro que se hace hoy? ¿Cómo en el futuro tendremos memoria de estas obras?

Encontré una hoguera para calentarme. Creció la curiosidad, una real y profunda que viene de la necesidad de buscar caminos o soluciones. El vínculo de nuestras investigaciones con asuntos que nos parecen fundamentales para el reparto de la vida es lo que sostiene el hacer de las humanidades. Yo no sabría ser yo de otra manera, incluso cuando, a veces, cansada después de muchas correcciones de trabajos o con el email atiborrado de formularios me imagino cocinando en un restorán a la orilla de la playa porque desde mi ignorancia veo en ese trabajo uno menos angustiante.

No ha sido solo el trabajo académico sino la dedicación a los archivos desde mi trabajo universitario, el acechar su teoría y práctica, con otras comunidades, al aprendizaje sobre las formas de hacer vinculadas al arte y a las batallas por su apertura para el presente y futuro lo que me ha dado fe en las humanidades. No siempre el trabajo y la vida están ligados en armonía, algunas veces he podido congeniar estos dos lugares dedicando tiempo de la escritura y la lectura para pensar el lugar de nuestra herencia, el derecho que todas y todos tenemos a ser sujetos de archivo, archiveros en potencia que defienden la posibilidad de ser nombrados. La convicción ha venido al saber que estos pequeños devaneos nos habitan. A mí me dan herramientas para darle nombre a lo que me incomoda o agrada en el mundo que conozco, para generar categorías (ahí otra vez el archivo) que disputen la reproducción de los enunciados y que devuelvan a mi cuerpo el poder para enunciarse.

Además, estos cruces me han vinculado a otras personas y en ellas he encontrado a amigos, a maestros, también a otros que me han enseñado en su desacuerdo a respetar sus puntos de vista. No hay forma de avanzar si no hay conflicto. Me divido entre mi vida universitaria y las lógicas del trabajo colectivo con las que hacemos en ARDE —grupo de cinco mujeres del que soy felizmente parte—, y cada uno de esos lados se alimenta del otro. Soy la misma que transita entre dos aguas y me mantengo expectante por lo que voces más jóvenes decidan nombrar.

No sé si esto finalmente es una invitación a las líneas que investigo, sí lo es a encontrar convicción en las propias y a persistir en ellas no desde la lógica de la carrera. Tal vez esto nos pone más lejos de los objetivos universitarios, pero más cerca de la humanidad. Creo que en ese eje que realmente nos convoca vale la pena gastar el tiempo haciendo lo que sabemos, investigar.