Cascanueces
Cascanueces
El rey de los ratones solo fue un incomprendido,
nacido en una clase social marginal,
predestinado a la fatalidad.
El rey de los ratones tan solo era un niño
con ansias de salir al mundo,
de dejar atrás las alcantarillas
que habían visto el frío, el hambre, la violencia y la muerte,
que habían visto tanto horror.
El rey de los ratones soñaba
con dar a su familia una vida mejor
y, por ello, tomó la corona.
Tenía grandes ideas, grandes proyectos,
quería dar a los ratones su lugar
dentro de la diplomacia internacional con los diferentes reinos.
Pero el trono pesa demasiado,
decisiones a destiempo,
responsabilidad mal llevada
y el poder desatándose de forma incontrolable.
El rey de los ratones solo pretendía
sentirse un poquito menos solo,
un poquito menos rechazado,
y armó todo un séquito de millones de ratones
para poder sentirse acompañado.
Pero no funcionó,
no funcionó porque aquellos ratones
solo eran unos ingenuos
movidos por un discurso fácil
y un símbolo irreal
al que habían jurado una absurda lealtad.
El rey de los ratones fue, definitivamente,
una víctima más de un sistema frustrado;
solo ocupó una casilla vacía, que alguien debía ocupar,
dentro de una historia en la que
ni los buenos eran tan buenos ni los malos tan malos.
Quizás, finalmente, el único que de verdad llegó a entenderle
fue el Cascanueces,
el único que tuvo el valor de salvarle de su condición de títere,
de atravesarle con su espada.
Teresa Martín Merchán
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