La escritura como laboratorio humano. Entrevista a Liliana Blum
La escritura como laboratorio humano. Entrevista a Liliana Blum
Liliana Blum (Durango, 1974) es una escritora que ha demostrado su habilidad en distintas ocasiones. Tiene tres novelas publicadas: Residuos de espanto (2013), Pandora (2015) y El monstruo pentápodo (2017, 2019). Asimismo, su trayectoria también incluye varios volúmenes de relatos: No me pases de largo (2013), Yo sé cuando expira la leche(2011), El libro perdido de Heinrich Böll (2008), entre otros. Su primer libro publicado en España, con la editorial Páginas de Espuma, se editó en 2019: La tristeza de los cítricos. Este 2021 llegará su última novela, publicada en 2020 en México: Cara de liebre.
Al considerar la trama de Cara de liebre, parece casi un chiste empezar hablando del amor. Sin embargo, es probable que sea, no solo uno de los temas centrales del libro, sino también una preocupación constante en tus obras. Ya lo comentamos hace un año, al conversar sobre La tristeza de los cítricos (2019). Comentaste en aquella entrevista que el libro surge de las historias de desamor que te contaban tus amigas. Ahora, siempre trabajas este tema de forma particular, un poco sórdida, desde el amor de Tamara hasta el que siente Irlanda, si es que podemos hablar de ella en estos términos.
Creo que Cara de liebre es un libro sobre la necesidad de ser amado, sobre el querer que a uno lo quieran y la imposibilidad de conseguirlo. Algo similar ocurre en mis otras novelas. Por ejemplo, Pandora (2015) va de una mujer a la que nunca han amado porque es muy gorda y hace lo que le pidan con tal de que no la dejen, con tal de que la amen, incluso si le hacen daño. Lo mismo pasa con Aimeé, en El monstruo pentápodo (2016), se hace cómplice de un pedófilo porque tiene miedo de que la dejen. Tamara también pasa por algo parecido, quiere aferrarse a un hombre. Nick la usó, y es alguien que ya ha tenido una hija con otra mujer, que no se responsabiliza por nada. Pero, a veces, por este deseo de ser amadas, nos aferramos a cosas tóxicas, sobre todo, nosotras las mujeres —creo que es un deseo o una cualidad más común en las mujeres—. Entonces, sí, Cara de liebre es un libro sobre el amor retorcido o de desamor. Es uno de los temas más fuertes.
Claro, al repasar tus obras, tanto las novelas como los relatos, el problema de las relaciones amorosas es una constante. Ahora, lo abordas desde una connotación un poco retorcida, desde un punto de vista un poco sórdido. ¿Hay alguno de tus personajes que sienta amor de forma positiva o, por lo menos, no tóxica?
Al menos, en las novelas, no. Los personajes quieren amor en el sentido que nos han vendido a las niñas, sobre todo, desde chiquitas: el Ken y la Barbie y la familia, esta imagen tan idealizada y cuadrada de las relaciones. Por supuesto, en la práctica, nunca es así, ni siquiera cuando lo aparentan. Como en Pandora, Gerardo y su esposa, Abril, que se muestran como una pareja perfecta y, en realidad, no lo son. Mi teoría es que ningún amor es convencional. Nos gusta aparentar muchas cosas, pero, al final, las cosas no salen bien y a veces nos quedamos allí, a pesar de que no sea bueno.
Este problema enlaza con el tema del deseo. Nuevamente, revisando tu obra, esta es una constante. En la última entrevista, te pregunté por el erotismo, desde un punto de vista estético. Ahora, también trabajas mucho el deseo, concretamente, aunque de forma desviada. Obviamente, dialoga con el tema del amor: Irlanda, protagonista de Cara de liebre, tiene la necesidad de amar y ser amada, pero también siente, sobra decirlo, deseo. En tus novelas, además, esto se ve vinculado al cuerpo, como es normal, y en la misma línea, trabajas el cuerpo grotesco, en el sentido que da Michael Bajtín al término.
Las mujeres y el cuerpo tenemos una relación compleja e inseparable. Obviamente, nadie se puede desligarse de su cuerpo. Pero creo que los hombres tienen más posibilidades de negociación. Para empezar, no siempre son objeto de escrutinio y expectativas. A las mujeres se nos piden tres cosas que son bien difíciles: juventud, belleza y delgadez extrema. Entonces, si ya estás pasada de peso, o no eres bonita en el sentido estereotípico, o ya cumpliste un número de años, pues, no eres valorada. Esto se ve reflejado en esas mujeres que se ven grotescas por tantas operaciones. Es la desesperación por aferrarte a una juventud que ya se fue, porque la mujer que pasa de cierta edad se vuelve invisible, de verdad, los hombres te dejan de ver. En resumen, quienes no entran dentro de esta triada —juventud, belleza y delgadez— la tienen mucho más difícil, ni siquiera se les da la oportunidad de ver qué hay más allá, de conocerlas, ni siquiera te van a hablar. Y más si tienes algún defecto o una deformación, o sobrepeso como la protagonista de Pandora, o una cicatriz, como Irlanda, en Cara de liebre. A veces ni siquiera es lo que muestra el espejo, sino nuestra percepción de nosotras mismas. Lo veo en mis amigas y en mí, siempre nos vemos peor de lo que estamos. Encontramos más arrugas, más lonjitas. Nos percibimos más feas. Incluso, cuando estás joven. Después, pasan los años y ves las fotos y dices: “guau, estuve así y nunca lo aprecié”.
Es una relación, entra la mujer y su cuerpo, muy complicada. Sin decir que la tienen completamente fácil, el hombre, si tiene poder o éxito económico, tiene su séquito de chicas. Una mujer en las mismas circunstancias no.
También quería hacer una crítica, en Cara de liebre. En el 2020, al menos en la sociedad mexicana, tenemos unos atavismos mentales propios de hace ciento cincuenta años. A la mujer que ejerce su sexualidad se le tacha de puta. Ni siquiera hay una palabra equivalente para un hombre que hace lo mismo. Irlanda tiene deseo como todos, pero tiene que esconderlo. Tiene que ir a un bar en el que nadie la conozca, porque es maestra, tiene una reputación que proteger. A las mujeres se les puede arruinar la vida por una reputación. Seguimos con estas disparidades muy fuertes y, en Cara de liebre, me atreví a invertir los roles.
Es curioso. He tenido muchas entrevistas sobre esta novela, con hombres y mujeres. Y no digo que todos, pero varios reporteros leyeron la novela y tenían una mala disposición. Preguntaban cosas como: “¿por qué Irlanda cree que, en tanto que le hicieron bullying, puede matar a un hombre?”, “¿por qué se quiere vengar de los hombres?”. Y, en realidad, ella no se quiere vengar. Su primer asesinato fue un error. No lo hizo, como los asesinos seriales, por el placer de matar.
Por el contrario, pareciera que la muerte fuera un mal necesario para poder lograr lo que quiere, ¿no?
Irlanda quiere compañía, lo bonito de las relaciones: ver Netflix con alguien, desayunar, acurrucarte. No se está vengando. Pero, volviendo al tema, yo sentía que algunos hombres que me entrevistaban se ponían en guardia. Y creo que estamos acostumbrados a que las mujeres somos siempre las víctimas en el cine, la literatura y la vida real, sobre todo en México, donde tenemos doce feminicidios al día. Por eso me gustó invertir los papeles.
Hablamos de violencia, en la última entrevista, porque es un tema presente en La tristeza de los cítricos. Aquí lo retomas, pero desde otra perspectiva. No buscas victimizar a nadie, por el contrario, las mujeres son agentes de la violencia (la víctima, en todo caso, sería el hombre, Nick). Ya has dicho algo al respecto: inviertes papeles, juegas con las expectativas del lector.
La ira y la violencia, en las mujeres, se ve distinto. Somos bien duras, como sociedad. Somos más duros con las mujeres alcohólicas, por ejemplo. Una mujer alcohólica es una desgracia para la familia y, en cambio, un hombre es casi simpático: el tío panchito, es borrachín. Algo similar pasa con la violencia. Si te fijas en el cine o en los libros, normalmente, cuando las mujeres cometen un asesinato o cualquier cosa mala, siempre hay un acto de redención al final, algo que las exima de lo que han hecho. Entonces, sí, no estamos acostumbrados a eso: las mujeres podemos ser capaces de violencia si queremos. Aunque estadísticamente es mucho menos común, las mujeres suelen matar en defensa propia y solo una vez.
Con esta novela me quise arriesgar. Primero, ver si me la publicaban, porque la necrofilia es un tema… Aunque, en este caso, aunque hay un acto necrófilo, no es que Irlanda tenga esta desviación. No lo disfruta. De hecho, Nick continúa vivo durante la novela. Entonces, este es un libro de exploración, de experimentación, para ayudarme a entender el mundo. Mi escritura es mi laboratorio humano.
Yo (y muchas de mis lectoras, según me han dicho) he estado en el lugar tanto de Tamara como de Irlanda: encontrarse con un tipo que ni siquiera tiene la cortesía de darte las buenas noches después de liarse, como diciendo “eres menos que una cosa y no te voy a tratar como a un ser humano”. E Irlanda un día dice, “basta”. Por otro lado, también quiero entender. Es muy fácil decir que somos distintos a quienes matan. Mi teoría es que todos somos capaces de ser así, si se dieran unas circunstancias específicas. Quería entender lo relativo de los actos y qué hay detrás.
Sí, en general me gusta esto en tu obra, que no trabajas la violencia desde una perspectiva moralista o maniquea. Como tú dices, exploras los distintos matices, lo complejo de lo real. El hecho de que no sea violencia contra la mujer, sino que la asesina sea Irlanda, es algo que interpela al lector, obliga a reflexionar sobre este tipo de situaciones.
Esto me lleva a pensar en los personajes de tu nuevo libro. Vladimir Nabokov decía que un escritor debía subir a sus protagonistas a un árbol y lanzarles piedras. Si hay una autora que hace esto, eres tú, y no solo en Cara de liebre. Ninguno de tus personajes se salva. Entonces, quería profundizar en tus tres protagonistas. Empecemos por Irlanda. A mí me interesa la idea de humanizar al monstruo, digámoslo así, de mostrar la complejidad de las cosas que generalmente tachamos como “malas” sin más. En este caso, la asesina es, de hecho, la única narradora en primera persona.
Es curioso el proceso de hacer personajes. Yo no escribo autobiografía, la anécdota no tiene nada que ver con mi vida, que es muy aburrida. Pero lo personajes femeninos si acaban pareciéndose a mí. Tamara e Irlanda son como una Liliana dividida. Quien me conoce lo notará: yo di clases en instituto como Irlanda, Tamara quiere ser pintora al igual que a mí me interesa la literatura, etc. Al mismo tiempo, también tomo cosas que me llaman la atención de otras personas, claro. Cuando fui maestra, tuve una alumna que tenía labio leporino, como Irlanda, y tenía su cicatriz. La chica era bonita por todo lo demás y, sin embargo, esa marca era como un gran lastre, se veía en cómo se comportaba. Y la chica era lindísima, simpática, inteligente. Pero se sentía menos. Esto de la autopercepción de las mujeres es algo que me alude de manera personal. Entonces, así hago a los personajes: con mi personalidad, con el “yo qué haría en este lugar”, y trabajo los sentimientos que he experimentado antes. En lo interior, trabajo con la experiencia. Y la anécdota es ficticia.
Habría que preguntar, entonces, por Nick. Es un personaje, no solo repulsivo. Tiene muchos de los rasgos que Michael Bajtín atribuye a lo grotesco: tiene la panza hinchada, come y bebe en exceso. Solo lo salvan los ojos azules. Aun así, y conecto esto con cosas que has dicho antes, sigue siendo objeto de deseo, ya sea por el dinero de sus padres o por el “efecto escenario”, digamos, en tanto que es el cantante de una banda de rock. Hay una aproximación interesante al deseo o, mejor, a las razones que hay detrás del deseo, si podemos hablar en estos términos.
Una amiga dice: “el peor cerdo quiere la mejor mazorca”. Ella y yo a veces nos preguntamos: ¿qué les dan a los hombres? Porque los hay como Nick, físicamente, pero con su autoestima por los cielos. Y creo que eso importa mucho. También lo que llamas el “efecto escenario”. Lo he visto en el mundo de los escritores. Me viene a la cabeza un amigo que es, quizá, el menos atractivo que puedas imaginar del medio literario nacional, en el que, de por sí, no abunda la guapura. En la Feria del Libro de Monterrey, lo estaba esperando para tomar algo. Al encontrarlo, me dice: “mira a esa chava de allá, me dejó su llave de habitación de hotel”. No me lo creía. Bien por él, pero ¿por qué? Porque es escritor y su nombre está en un libro. Es lo mismo que ocurre con Nick: incluso si es el bar local del pueblito, el tipo que se sube al escenario es alguien, ¿no? Va a haber chicas que lo quieran, sin importar cómo se vea. Por otro lado, ese personaje es, en su personalidad, todo lo que está mal en la sociedad mexicana y en nuestra manera de criar a los hombres. Sigue dependiendo de los papás y es solapado por ellos, no se hace responsable, es el típico machito mexicano. No te imaginas la cantidad de Nicks que hay. Varias lectoras me lo han dicho: “yo conozco a uno así”. Yo conocí, de hecho, a alguien con el físico de ese personaje y con los mismos ojos azules.
Al mismo tiempo, esto habla mucho del racismo de la sociedad mexicana: tener ojos azules te hace el consentido, el niño sagrado. Tus niños pueden ser feos, pero si son rubios con ojos azules te consideran bonito. Nick encarna eso.
Quería pasar a aspectos estructurales de Cara de liebre. Sueles jugar con varias voces narrativas y esta no es la excepción: tienes una narradora en primera persona, Irlanda, y una voz narrativa heterodiegética con diversas focalizaciones, incluso temporales. Esto se relaciona en cómo juegas con varios géneros. Esta es una novela romántica deconstruida, desde cierto punto de vista, y también puede ser una novela policiaca. Tamara sería el “detective” y está buscando a Nick. Seleccionas bien las distintas líneas temporales y las diversas voces narrativas para construir este juego.
La estructura siempre es de las cosas más difíciles. Preguntarte cómo vas a contar esta historia. La mejor idea puede venirse abajo. Sobre Cara de liebre, pienso en estos cuentos, que hay varios en la literatura latinoamericana, en los que un mismo hecho es visto desde distintos personajes. Parto de esa idea, pero no tengo un hecho fijo. Pienso en mi historia como si fuera una oruga gorda, que avanza muy lento. La primera persona sería los ojitos de la oruga. Al mismo tiempo, hay estos mosquitos que la ven desde distintos ángulos, que serían las otras perspectivas. Y ella deje de avanzar. El foco cambia, sin que la historia se detenga. Ayuda a que sea dinámica la lectura y crea un efecto lúdico.
El narrador omnisciente ya no está de moda, pero no deja de ser útil para los escritores. Si lo usas, no tienes que recurrir a tecnicidades para mostrar lo que ocurre. Entonces, este uso de diferentes ángulos ayuda a jugar con esa voz narrativa: permite ocultar cosas que, después, serán reveladas cuando sea más oportuno. La historia se vuelve como un rompecabezas. Además, me gusta tener más de una voz porque, yo, como lectora, me canso si solo hay un narrador, sobre todo si narra desde la primera persona. Entonces, y lo he hecho en otras novelas, intento mantener una voz que sea la del protagonista, y complementar con otras omniscientes.
Antes de acabar, no puedo dejar de preguntar en relación al tema del “III Congreso Internacional Nuevas direcciones de la literatura contemporánea y actual”, organizado por la Revista Contrapunto y que se celebrará el próximo mayo (2021), si se puede. En este, se discutirán las tensiones y contradicciones que existen entre los campos literarios hispanos. A mí me interesa, sobre todo, la problemática de autoras latinoamericanas que publican en España. Tú eres bien conocida en México. Aquí, sin embargo, apenas has publicado La tristeza de los cítricos, con Páginas de espuma, y ahora esta novela, Cara de liebre, llegará a las librerías españolas. Pero no eres tan conocida. ¿Cómo ha sido tu experiencia?
Justo hace poco me llamó el de marketing de Planeta y le pregunté por qué Cara de liebre no había salido todavía en España [fue publicado en agosto, en México]. Y su respuesta fue, entre muchos eufemismos, que yo no soy conocida allá y habría que invertir mucho para mover el libro. En tiempos de pandemia, solo apuestan por los autores famosos allá. En cambio, en México, publican a todos los autores españoles. Había una época en que llegaban un montón de libros de desconocidos de España. No hay reciprocidad. Solo unos pocos de aquí logran colarse en latitudes diferentes a las propias. Ahora, con la colección “Bordes” ha sido un logro, en ese sentido, para mover a autores latinoamericanos. Sin embargo, no llega a España. Es solo entre latinoamericanos, como diciendo, léanse, conózcanse. Hay algo de desprecio. Nos ven como un animalillo de circo. En general, las cosas en Hispanoamérica son tan diferentes, especialmente en lo que respecta a la violencia, que aquí es más extrema, por ejemplo, allá en España nos ven como un mundo tan distinto que suena a realismo mágico, aunque no lo sea. Tengo sentimientos encontrados. Porque no es culpa de los lectores, si no han sido expuestos.