Atreverse a sufrir

por Abr 10, 2020

Atreverse a sufrir

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Una pared blanca se interpone entre dos miradas que no se encuentran, dos miradas que puede que no se vuelvan a encontrar. Hoy, otra vez, estoy aquí delante de una puerta, que no atravesaré. La soledad hace hueco a la impotencia de querer estar y no, no poder. Veinte centímetros, medio metro, dos, la distancia que arrebata la última expresión, el último rostro familiar al que agarrarse. Esa distancia no se mide, se padece. Una bata blanca, el último hilo de vida, de humanidad, al que aferrarse. El mundo se desmiembra y una pregunta absurda resuena como un eco: -¿Qué tal estás?-; responde una sonrisa que apenas se sostiene de forma paradójicamente firme: -Bien-. ¿Bien? ¿Bien por qué? Solo porque alguien debe estarlo. ¿Es probabilidad? ¿no? Es como debe ser. Bien, porque si se abraza el dolor, no agota tanto. Hay que atreverse a sufrir, porque sufrir con otros es acompañar, aunque haya un pasillo de por medio, sufrir con otro es cogerle la mano a través de la pared, ser el clavo ardiendo que está ahí, aunque no se pueda ver. (Dedicado a los que pisan un hospital, a los que trabajan, a los enfermos, a los que se recuperan, a los que los visitan, en definitiva, a los que se atreven a sufrir. 19/03/2020).

Teresa Martín Merchán