¿Cómo ser escritora? Tres jornadas para la reflexión sobre el género y la autoría literaria
¿Cómo ser escritora? Tres jornadas para la reflexión sobre el género y la autoría literaria
28 de octubre de 2020. Sesenta y cuatro puertas se abren en una pantalla de trece pulgadas. Dos centímetros cuadrados por cabeza. La pregunta que activa el simposio parece que se reformula, que se señala a sí misma: ¿podemos hablar de “cómo ser escritora”? ¿Cómo afecta esta virtualidad a la hora de pensar conjuntamente, de encontrarnos para seguir tejiendo un hilo largo, confuso, complejo? La Universidad de Alcalá insiste, a pesar de todo: hay que reflexionar sobre los procesos de creación, recepción y reconocimiento de la literatura escrita por mujeres en la contemporaneidad en el mundo ibérico y latinoamericano. Este es el propósito. Y, posiblemente, la proximidad virtual, este ver las caras tan cerca las unas de las otras, ocupando su espacio protocolario, transmite una tierna sensación de polifonía, de voz conjunta de voces, de un proceso que empieza. Ahora. Aquí.

Aina Pérez Fontdevila, directora del simposio, abre el congreso con una pregunta que se deshilará a lo largo de los tres días que tenemos por delante: ¿podemos pensar la institución literaria de otra manera? ¿De una manera, pues, que implique otra forma de concebir la autoría femenina? Tal será el objeto de reflexión del Simposio Internacional ¿Cómo ser escritora? Género y autoridad en el campo literario contemporáneo, organizado por el Grupo en Investigación en Literatura Contemporánea – GILCO (UAH), en colaboración con el grupo Cuerpo y Textualidad (UAB) y el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile y con el apoyo del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades y del Vicerrectorado de Investigación y Transferencia de la Universidad de Alcalá.
Natalia Vara (UPV-EHU), en la conferencia inaugural titulada “El silencio de las modernas: autobiografía y representación autorial tras el franquismo”, ofrece un indicio de respuesta formulado alrededor de la figura de Carmen de Burgos, a quien considera el modelo de moderna de fin de siglo que permite pensar consideraciones teóricas sobre las autoras en el género autobiográfico. Como en su caso, la escritura autobiográfica sirve a otras escritoras coetáneas para elaborar y exponer una identidad autorial, pero también ejemplifica cómo tienden a utilizarla para dotar su obra en un sentido global, a la vez que expone cómo funciona la escritura autobiográfica para diseñar y controlar la imagen que el sujeto creador muestra ante los otros, lectoras y lectores.
¿Cómo una mujer que se escribe llega a mostrarse como autora?, se pregunta Vara con de Burgos: con estas lectoras y estos lectores, con la recepción. Ser autora —o llegar a serlo— es el resultado de un proceso complejo, y la autobiografía funciona normalmente como un espacio ideal para pensar cómo se edifica el sujeto femenino autorial: a través de un acto discursivo, ético y político.
Vara sigue ahondando en la obra de Felicidad Blanc, María Teresa León y Concha Méndez, en que el discurso autobiográfico funciona, efectivamente, para reivindicarse como escritoras. Impugnando el imaginario autorial hegemónico (con los motivos románticos de la singularidad, la originalidad o la imaginación), se sitúan en contra de la autonomía autorial del sujeto que crea desde un espacio de libertad. Una no es autora: una se construye como tal. Se lo trabaja. Se (auto)escribe. Se inscribe en la escritura. Y este proceso es profundamente agonístico: una tiene que luchar para ocupar otro lugar al que la historia literaria y política le han otorgado.
Así lo concibe también Carmen Morán (Universidad de Valladolid), que en la mesa plenaria “Género, autoría, campo cultural”, y a través de los diarios de Concha de Marco, a quien considera testimonio de afrentas y silencios, recuerda que la autoría no es una categoría universal independiente al género. Con de Marco, pues, podemos explorar el doble proceso de sujeción que nos lleva a Judith Butler: sujeción es devenir sujeto paralelamente al estar sujeta, irremediablemente, al poder.
El género autobiográfico, pues, como afirma Patricia Mayo (UAM) en la misma mesa plenaria, es una herramienta útil para cuestionar la falacia de la objetividad científica y recordar(nos) que todo saber es situado y que en cualquier enunciación se pone de manifiesto la subjetividad. En este sentido, entonces, recuerda el proceso de ruptura de María Campo Alange con la voz neutra y su decisión irrenunciable de tomar la primera persona. Es en esta misma línea que Fernando Larraz (Universidad de Alcalá), centrándose en la revista Destino y el premio Nadal, afirma que las reglas del campo literario no son objetivas ni están libres de interferencias, sino que sirven, normalmente, para justificar injusticias históricas.
Esa misma tarde el conversatorio con Cristina Morales consolida algunas de las ideas teóricas que se han esbozado durante el día. La escritora ha aceptado participar en el simposio porque considera que es una versión light de lo que sería un encuentro no-mixto en los espacios liberados. Lo deja claro: no ha venido a llenar cuotas —no quiere ser “una de esas mujeres talentosas que es invitada por un organizador que quiere quedar bien”. Morales celebra la autocrítica del simposio, la posibilidad abierta de enmendar sus puntos de partida: adoptar la posibilidad del disenso es un paso, afirma, y recuperar este disenso históricamente negado para plantear los términos y marcos del debate es una victoria.
¿Cómo administrar un saber cuando no es un saber, sino un poder? La figura de la autoría, para la escritora, es también la posibilidad de rentabilizar económica y simbólicamente la posición de enunciación y hacer guerrilla desde allí. Una batalla que es consciente de la imposibilidad de ocupar lugares que no le han sido asignadas a una, por muchos premios y reconocimientos que gane (y resuena, así, la idea agonística latente en la figura de la autora que ha expuesto Natalia Vara). Ser autora, pues, también implica burlar las inercias y las cegueras de quien no ha necesitado quitarse nunca los anteojos, de quien ejecuta las críticas anulando el disenso, entre el paternalismo y la violencia.
Ser autora también es hermanarse, nos recuerda la granadina. Acercarse a sus personajes, tejer redes, ensanchar la mirada. Hablando de Lectura fácil (Anagrama, 2018), expone que construir las cuatro protagonistas consistió, básicamente, en seguir su propio deseo —en ningún caso se trataba de un diálogo con un colectivo (“como la palabra persona, la palabra colectivo es vacía, peligrosa”). Ella se hermanaba con Nati, con Patri, con Marga y con Àngels. Fue después que la lectura capacitista de la crítica afirmó que no había hermanamiento, sino la evidencia de una diferencia: las cuatro son discapacitadas, mientras que Morales no lo es. E incluso desde las izquierdas se repetía esta premisa, llegando a considerar la narración una ocupación del discurso que deberían enunciar ellas por sí mismas. Ser autora, entendemos con Morales, es tirar adelante con un trabajo solipsista que no tiene ningún pudor al escribir, al crear. “¿O es que sólo se puede escribir sobre lo que una puede performar en la esfera pública?”.
Ser autora también es destruir, sin tener que construir absolutamente nada (ríe recordando que destruir es un “curro muy grande” y celebra no tener que hacer propuestas, “no tener que vender la moto de nada”). Ser autora también es “no tener la obligación de responder a las expectativas de nadie y no tener la obligación de hablar cuando no se está siendo pagada para ello”. Morales no es una tertuliana, es una escritora. Y la escritura, el resultado de su trabajo, es visible siempre, deja un rastro: aquí su potencial y aquí sus desventajas. Y de aquí la posibilidad también de que sea una herramienta, un arma.
Ser autora es preguntarse: ¿podremos matar al Autor? Morales responde: “el Autor macho” es tan solo una casilla, un cuadro más, y no hay que percibirlo como totémica y todopoderosa. Nombrarlo es ya un gran poder. Tejer alianzas inesperadas, todavía más. El siguiente paso es el de tomar lo valioso de esa casilla, apropiándose de un lugar hegemónico: no tenerle miedo al macho (como dice Morales), desear ocupar su sitio, emular sus posiciones y ejecutar sus privilegios. Como leemos en Lectura fácil: “pasar de víctima a sujeto de placer”.
En la segunda mesa plenaria, “‘Casos de autora’ en Latinoamérica”, seguimos pensando en la pregunta que da título al simposio a partir de casos concretos de autoras que, calidoscópicamente, permiten ofrecer indicios de respuesta. Eleonora Cróquer (Universidad Simón Bolívar) reivindica, con Clarice Lispector, el exceso de vida que deforma las formas naturalizadas de la expresión (como afirma ella: “firmar con la vida, afirmar la vida”); Tania Pleitez (UAB) reflexiona sobre qué es una autora centroamericana a partir del caso de Eunice Odio; Meri Torras lee La insumisa de Cristina Peri Rossi como una poética vinculada al deseo, que trama vida y escritura, amor y sexo. Con esta lectura de Peri Rossi, Torras entiende la autoría como un acto de insumisión que se violenta todavía más si el cuerpo que lo performa es leído como femenino. De Morales a Peri Rossi: ser escritora es una respuesta insumisa ante la autoridad impuesta. Es en este sentido que Fernanda Bustamante (UAH) piensa alrededor de la construcción de la autoría cuando la existencia pública es nula, a partir del ejemplo de Ena Lucía Portela. Y para terminar las jornadas del segundo día de congreso, Adriana de Teresa (UNAM) presenta las escritoras Elena Garro y Pita Amor como ejemplos de autoras que encarnan la idea del escritor contra la sociedad: ¿cómo afectó la sombra del conflictivo matrimonio con Octavio Paz a la figura autorial de Garro?
Es pertinente, pues, en esta amalgama de vida, obra y hegemonías, responder a la pregunta con otra pregunta que Eider Rodríguez (UPV-EHU) formula en “Los cuerpos de las escritoras”: ¿cómo se escribe desde los cuerpos? Sobre todo: ¿qué puede y qué no puede escribir una escritora? La respuesta es similar a la que ofrece Adriana de Teresa (UNAM): no solo la imaginación está limitada, sino que el hecho de entrar en la escena de la escritura se limita por todo lo que rodea a la autora. Rodríguez quiere centrarse en el cuerpo de las escritoras, más allá de la figura abstracta del escritor, la textura del texto o la recepción del lector. Es así como detecta unos patrones que atraviesan los cuerpos de las autoras: el llamado a la humildad que viene del exterior, el ser siempre invitadas a la fiesta (por parte de un marido, normalmente), la luz del feminismo como un cambio radical en sus escrituras, la lucha con el cuerpo, la aspiración a la neutralidad, el olor a merienda (la maternidad como una nebulosa, y la necesidad de dosificarla), y el tratamiento de temáticas que nunca son consideradas importantes. Con esta enumeración, Rodríguez resitúa y bautiza algunas de las frases que se han repetido históricamente a las escritoras: como cuando le decían a Sylvia Plath que la categoría de autora trascendía la de mujer, como cuando le repetían a Ursula K. Le Guin que sus obras las escribía el hombre que llevaba dentro o como cuando le murmuraban a Mary Shelley que su texto, de hecho, se escribía solo.
No creo que estas consideraciones sean en vano, básicamente porque subrayan la necesidad de definir, cuando queremos entender los vínculos entre género y autoría, el papel fundamental de la crítica, la recepción y la construcción exterior de una idea sobre qué es y qué no es ser autor. En la última conferencia plenaria, Lorena Amaro (Pontificia Universidad Católica de Chile) cierra tres días de simposio con una lección iluminadora sobre todas estas consideraciones, resituando los trozos deshilados de un ovillo grueso, complejo.
Hablar de autoría, escritoras y género, nos recuerda Amaro, más allá de ser un asunto teórico y crítico, es una cuestión que nunca será abstracta ni neutra: es un lodazal de posiciones ideológicas, de complejidades, de cuerpos y de subjetividades múltiples. Sobre todo, porque el género y la autoría se mueven más allá de sus propias coordenadas, y necesitan ser considerados también desde las categorías de clase o racialización, por ejemplo. Pensar sobre qué es una autora, entonces, será formular el prisma estético y profundo a través del cual se tiene que entender, también, la literatura.
La homogeneidad es un pacto. La singularidad es una declaración. Ambas son más un entendimiento que una premisa de igualdad. El autor masculino ocupa este espacio de poder: homogéneo, singular. Único. La autora es relegada al espacio colectivo, a una forma que no es culturalmente transparente. A la opacidad. La crítica, entonces, tiene que detectar, ante las sombras confusas de luces ideológicamente proyectadas, las formas de la relacionalidad literaria —porque solamente así podemos pensar, conjuntamente, qué es una autora. ¿Hay otras formas de ser autoras? ¿Se puede conjurar colectivamente una definición que ha sido condenada a la soledad, a los márgenes sin voz, sin diálogo?
Lorena Amaro encarna, de nuevo y, para terminar, una de las ideas transversales que ha vertebrado el simposio: solo con autocrítica aparecen nuevas formas de comprensión y entendimiento. Y también la duda, la pregunta en marcha, la renuncia a un nuevo corsé que limite los esquejes: ¿cómo hacer comunidad de otra manera sin la declaración ontológica de igualdad? ¿Cómo marcar la diferencia para desmantelar los fundamentos del marco literario? Las intervenciones y las preguntas que cierran definitivamente el simposio, después de su intervención final, van en este sentido: y qué bien poder seguir con la pregunta, ahora un poco más nítida, un poco más compleja, un poco más amplia, con una multitud de voces convirtiéndola en eco.