¿Quiénes ven Star Wars?

por Dic 30, 2019

¿Quiénes ven Star Wars?

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Al final de la segunda década del siglo XXI, resulta fácil olvidar las dimensiones de la relevancia cultural de Star Wars. Con el estreno de la película que posteriormente sería conocida como Episode IV. A New Hope, en 1977, se inició una transformación en el cine norteamericano cuyas repercusiones todavía se experimentan en la actualidad. La famosa saga de George Lucas fue la iniciadora de lo que hoy es el prototipo del blockbuster estadounidense. Hablamos de producciones multimillonarias capaces de generar ganancias inverosímiles: historias sencillas, hasta simplonas, con un tono épico y maniqueísta, películas cuya producción visual y efectos especiales son los aspectos más prominentes. Estas últimas siguen siendo, de hecho, las cualidades más comentadas de la obra cúspide de Lucas, porque también es fácil olvidar, para la audiencia contemporánea, acostumbrada a la evolución de la tecnología, lo revolucionarios que fueron los efectos de la cinta original de Star Wars.

Pero hay otro aspecto que, en perspectiva, debemos comentar: el fanático de la saga de los Skywalker ha acabado por ser el modelo de espectador, al menos para Hollywood. Hablamos del seguidor leal, dispuesto a explorar hasta el más ínfimo detalle del universo ficcional (y transmedial) que idolatra. Este es el espectador que, por ejemplo, una franquicia como Marvel desea. Aunque la saga de super héroes es, hoy por hoy, más efectiva que la de Lucas, no podemos olvidar que, para el año en que se estrena la primera película de Iron Man (2008), Star Wars ya contaba con un ejército de fans. Esta gigantesca fanaticada incluía en sus filas a personas de cuatro generaciones distintas y a una importante cantidad de pseudo-expertos que conocían el mundo de la franquicia a profundidad.

Esto trae otra consecuencia: una diversidad de perspectivas en torno a la saga. La experiencia no ha sido igual para el adolescente que asistió al estreno de la película original hace más de cuarenta años, en la actualidad un adulto aficionado, que para el niño que ha crecido, durante esta década, con la nueva trilogía. Esto hace que sea difícil discutir las nueve películas sin tomar en cuenta la posición individual de quien escribe —y disculpen el tono personal de los siguientes párrafos, siendo Star Wars, no tengo otra forma de aproximarme a la materia—.

Quienes nacimos durante los ochenta nos encontramos con un objeto cultural ya consagrado. Al comenzar la década de los noventa, nadie dudaba de la importancia de la trilogía original, era una referencia obligada en la cultura pop. George Lucas estaba por estrenar las primeras reelaboraciones de sus obras —una tarea que retoma cada cierto tiempo—. De hecho, el primer recuerdo importante que tengo del universo de Star Wars es del día que mi madre me llevó al cine para ver el Episode VI. Return Of The Jedi (1983) con efectos especiales renovados. Sin embargo, el momento definitivo llegó poco después: mi abuela, atenta a los gustos de su nieto, me regaló una caja dorada, con la silueta de Darth Vader dibujada en los costados, que contenía la trilogía completa en cintas de VHS. La historia es tópica. Cualquier fan de las películas tendrá su propia versión de esta anécdota y la habrá contado un millón de veces a sus amigos no-frikis, que voltearán los ojos cada vez que tienen que volver a escucharla. 

A partir de ese momento, yo aprovechaba cualquier oportunidad, por pequeña que fuera, para aprender algo más sobre el cine de Lucas y el universo de Star Wars. Esto fue antes de que el internet se estandarizara, cuando los móviles inteligentes eran, en los mejores casos, ciencia-ficción. El esfuerzo que se tenía que invertir para adquirir la información que ahora se puede encontrar con una visita a Wikipedia era enorme, pero muy gratificante. Por esto el estreno de las precuelas fue, de hecho, recibido con entusiasmo, a pesar de que hoy son vistas como el punto bajo en la saga. A los diecisiete años fui, a media noche, a uno de los pocos cines que se sumaron en Venezuela al estreno mundial del Episode III. Revenge Of The Siths. (2005). Habían pasado seis años desde el estreno de Episode I. The Phantom Menace (1999) y tres desde el de Episode II. Attack Of The Clones (2002). La mayor parte de mi adolescencia transcurrió durante esos seis años y, a pesar de los muchos cambios, nunca dejé de esperar con ansias estas películas.

Insisto: la única razón por la que considero pertinente este recuento personal es para especificar la posición desde la que escribo y porque es, no lo dudo, una experiencia análoga a los demás seguidores de mi generación. El hecho de que, en mi vida —y en la de mis coetáneos, sean fanáticos, detractores o indiferentes—, la saga de los Skywalker haya sido una constante, siempre renovándose, habla de su relevancia, ya no solo desde una perspectiva cinematográfica o económica, sino cultural en un sentido amplio. Para bien o para mal, de forma directa o indirecta, nuestras vidas han sido afectadas y, en algunos casos, moldeadas por la obra magna de George Lucas.

Tuvo que pasar una década para que se estrenara una nueva película de Star Wars, Episode VII. The Force Awakens (2015). El mundo cultural se había transformado y, en el contexto de las grandes sagas —Marvel estaba en pleno crecimiento, las películas de DC y Warner todavía intentaban crear un universo conjunto y todos los estudios tenían proyectos análogos, aunque la mayoría ha fracasado—, parecía que la vieja saga recuperaría su lugar en el centro de la cultura de masas. Esto acabaría por ser una verdad a medias: tras el estreno de la tercera y última entrega, nadie niega la importancia de la nueva trilogía, pero los últimos años hemos visto cómo las películas han perdido parte de su encanto.

Una de las cuestiones que se discutió en los años previos al estreno de la primera entrega, y que afectó profundamente a las nuevas producciones, fue que Disney compró Lucas Films, la productora del creador de la trilogía original y de las precuelas. Para algunos, esto fue una traición: la historia de los Skywalker ahora estaría contaminada por el monopolio más grande de Hollywood. Para otros, la compra parecía lógica. Si alguien podía rescatar a la franquicia del abismo en el que cayó tras las precuelas de comienzo de siglo, era la compañía que creó la saga más importante de esta década (Avengers).

Ambas lógicas flaqueaban. Primero, creer que Star Wars era un producto puramente artístico que sería contaminado por el capitalismo de Disney implica ignorar que Lucas Film fue, también, un importante monopolio y olvidar el papel clave que jugó la productora en la formación del Hollywood contemporáneo. Segundo, pensar que Disney es una máquina de éxitos infalibles es un error que ha sido demostrado en varias ocasiones: más allá de las polémicas, es indiscutible que el estudio no logró reproducir el éxito de Marvel en Star Wars, al menos hasta la actualidad.

Esto nos deja con una pregunta: ¿realmente hubo un cambio en la lógica que concibió la nueva trilogía? La respuesta es sintomática de nuestros tiempos. Desde el estreno del primer trailer de The Force Awakens fue evidente la estrategia de Disney: apelar a la nostalgia, complacer a los fans de siempre e intentar conquistar nuevos seguidores. La estructura de la película repite esta fórmula: antes que una nueva historia o una continuación, el filme es una reformulación de A New Hope. Usa nuevos personajes y efectos especiales de punta para contar, paso a paso, la misma historia. Este hecho no pasó por alto a los críticos y fue ampliamente cuestionado. Aun así, la nueva entrega fue un éxito.

Esta es la razón por la cual Episode VIII. The Last Jedi (2017) es un objeto cultural tan interesante. Su director, Rian Johnson, no solo subvierte las expectativas creadas por su antecesor, J. J. Abrams, en la primera entrega de la trilogía. Además, interpela las figuras estereotípicas que durante cuatro décadas definieron las historias de George Lucas. Hay un cuestionamiento a las masculinidades tópicas que protagonizan las épicas Hollywoodenses. El caso más claro, aunque no el único, es el de Luke Skywalker: la leyenda central de Star Wars se había transformado en un viejo decadente, víctima de su propio ego. Por otro lado, en un giro novedoso, se discutía cómo, en las guerras de las galaxias, los únicos beneficiarios eran los vendedores de armas, que negociaban por igual con ambos bandos. Esta deconstrucción del maniqueísmo épico que había definido la saga desde sus inicios fue inesperado y bien recibido por los críticos.

Sin embargo, el cambio de la formula quebró la efectividad de la franquicie. Los fans de la serie quedaron divididos y los efectos no tardaron en hacerse sentir. La siguiente entrega de la compañía, Solo. A Star Wars Story (2018), estrenada pocos meses después de The Last Jedi, fue un fracaso y, todavía peor, pasó casi desapercibida. Además, varios actores de la nueva trilogía fueron acosados por seguidores insatisfechos —Kelly Marie Tran, que interpretaba a Rose, una mecánica de la Resistencia, cerró su cuenta de Instagram porque no podía soportar la persecución—. Disney se replegó para intentar hacer un control de daños y remediar la situación en el cierre de la trilogía.

Episode IX. The Rise Of Skywalker (2019) retoma la formula original, centra la película en la nostalgia. La narración es efectiva, aunque tosca en algunos momentos, y la historia cierra los hilos importantes que quedaron abiertos en sus antecesoras (aunque no todos). Al mismo tiempo, no deja de recordar al espectador que está viendo una historia que lo ha acompañado a lo largo de su vida. Asimismo, se complacen las expectativas que los fans se habían formado en la primera parte de la trilogía. En uno de los puntos más irónicos de la historia de la saga, el nuevo filme quiere revertir los puntos subvertidos en la segunda entrega —no en vano se trajo de vuelta al director J. J. Abrams—.

Si existe una diferencia entre las producciones de Disney y las que se hicieron en las décadas previas, es el matiz explícito de su interés netamente comercial. Es cierto, George Lucas no es precisamente un “autor” y Star Wars ha sido en todo momento un producto esencialmente económico, con muy poco contenido artístico. Pero, aun así, se puede rastrear en la trilogía original e, incluso, en las secuelas una búsqueda interna al texto. El director y productor quiere contar una historia —la calidad de esta es otra discusión—. En cambio, desde que vimos el primer avance de la trilogía de Disney, fue evidente que el objetivo era uno, vender, y el manejo del producto es tan explícito en su apelación a la nostalgia que raya en el cinismo.

Ahora viene el problema real: este no es un producto cerrado. Hay series de Star Wars en desarrollo, se han anunciado futuras películas. La pregunta es cómo enfrentar este monopolio del entretenimiento y cómo afecta a la audiencia. El desarrollo mismo de la saga, como producto cultural, ha mostrado su matiz negativo en varias ocasiones. La respuesta tóxica a The Last Jedi, propia de un espectador/cliente caprichoso, surge esencialmente de los seguidores más leales de la serie, quienes se sienten dueños de la saga. ¿Hasta qué punto se está reproduciendo y prolongando este aspecto negativo de la cultura de masas? Aquel producto hibrido con el que mi generación se inició en Star Wars, en el que el cine como forma artística no terminaba de distinguirse de la mera producción en masa, ha dejado de existir. En este punto, es evidente cómo Hollywood funciona con un solo centro y las grandes sagas cada vez dejan menos espacio para otro tipo de cine. Irónicamente, el relativo fracaso de las últimas películas de la saga es consecuencia de esta situación. Pero solo podemos esperar y ver la recepción de la nueva entrega. The Rise Of Skywalker, ya lo sabemos, no ha tenido una evaluación positiva por parte de la crítica. Sin embargo, el público parece responder positivamente. Esta paradoja, que ha acabado por definir la cultura contemporánea, y que no deja de ser significativa, parece estar muy lejos de resolverse.