Releer a Cadenas: a propósito de un Premio Cervantes venezolano
Releer a Cadenas: a propósito de un Premio Cervantes venezolano
Me siento a leer la Obra entera. Poesía y prosa (1958-1995) de Rafael Cadenas (Pre-Textos, 2007):
Si el poema no nace, pero es real tu vida,
Eres su encarnación.
Habitas en su sombra inconquistable.
Te acompaña
Diamante incumplido
En Venezuela, teníamos una obsesión por las líneas que abren un libro, y creo que ningún lector negará su relevancia. El poeta, ganador del Premio Cervantes 2022, tiene más de un inicio emblemático en la tradición del país. El poema citado inaugura el que es considerado, quizá, el punto de partida de la carrera literaria de Cadenas: Una isla, de 1958 (lo cierto es que, doce años antes, en 1946, publicó Cantos iniciales, su auténtica inauguración). La primera vez que leí este poema fue cuando se publicó la obra completa, en 2007. Fue un regalo de navidad, descansaba en el salón de mi casa y lo leía esporádicamente, en los vacíos horarios de la rutina. Hoy, tras haber dejado aquel libro en Caracas y haber venido a Madrid, el verso adquiere otra dimensión. No solo existencial (no quiero aburrir con mis devenires vitales), sino en tanto que expresión metapoética. Tal vez es la saturación (he tenido que trabajar al poeta intensamente a causa del premio), pero percibo una antesala a un motivo de la bibliografía completa de Cadenas.
Otro de sus inicios me permite contextualizar la lectura: “Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor. Pero mi raza era de distinto linaje”. Tras dejar su Barquisimeto natal para estudiar Derecho, carrera que abandonaría para dedicarse a la literatura, Cadenas tuvo que movilizarse otra vez, en esta ocasión, fuera del país. Su oposición a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que estuvo en el poder durante la década de los cincuenta, lo llevó a refugiarse en Trinidad. De esta estancia en el extranjero surgiría Cuadernos del destierro (1960). El verso citado abre el libro e introduce la paradoja de un personaje (la “voz poética”) que se sabe desubicado, incluso, en la tierra que ha habitado su vida entera. Por supuesto, hoy, con la crisis migratoria, el poemario adquiere relevancia. Permite repensar las dimensiones del poeta.
Para quienes hemos partido, que leemos a Cadenas desde un nuevo lugar, hay cierto consuelo, no solo al reencontrar el hogar en las páginas de un libro, también al saber que ese perderse en el mundo conecta con otras voces. No quiero hacer de la literatura cadeniana algo regional, como si fuera necesario ser venezolano para entenderlo a profundidad. Al contrario, ser extranjero es algo sin ubicación geográfica concreta y, como suele ocurrir con los grandes escritores, la poesía de este trasciende fronteras.
Sigo mi lectura de la Obra completa hasta llegar a Falsas maniobras. Es uno de los puntos clave de la bibliografía de Cadenas. La voz poética se centra en reflexiones de corte existencial y, además, metaliterarias. Parece que el poeta se interpela a sí mismo, deconstruye su identidad y cuestiona su poesía previa.
Hace algún tiempo solía dividirme en innumerables personas. Fui sucesivamente, y sin que una cosa estorbara a la otra, santo, viajero, equilibrista.
Para complacer a otros y a mí, he conservado una imagen doble. He estado aquí y en otros lugares. He creado espectros enfermizos.
En este contexto, encontramos el que es, quizá, su poema más famoso: “Derrota”. Canto irónico al fracaso, se centra en un “yo” que recorre su existencia, marcada por la derrota en distintos ámbitos de la vida. La potencia simbólica se encuentra en la capacidad polisémica de la ironía, de la belleza encontrada en esa enumeración de frustraciones y desilusiones cotidianas:
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los títulos para mi vida
[…]
Que he sido humillado por los profesores de literatura
[…]
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
Cierro el libro y pienso en dos ideas que encontramos en su Realidad y literatura, un ensayo de 1972 sobre lo que podríamos llamar la atención o la mirada poética. Me interesa este texto, entre otras cosas, porque da, casi de paso, una noción sintética y efectiva del objetivo de la literatura: “La creación de la poesía está en otro campo, el del lenguaje sometido a las mayores exigencias para que alcance toda su fuerza”. Es curioso, el avance de la poesía cadeniana (que no el progreso, y el matiz importa) ha tendido hacia la sencillez, el abandono de las sobreconstrucciones simbólicas y la exploración de formas llanas de expresión. En una serie de poemas sobre la mirada, en Memorial, se insiste en que la “única doctrina de los ojos/ es ver” y en que quien “enseñó a leer a los ojos/ borró el paraíso”. Esta idea, vaciar el yo, eliminar el ego y sintonizar con la realidad, es propia de la poesía de Cadenas y, en general, de su forma de entender la relación con el mundo. En sus palabras:
Es un entronizamiento que [establece la atención], o [la] restablece, una vez que el usurpador, el centro que somos, es apartado, y su lugar pasan a ocuparlo unos sentidos despiertos frente al milagro de la realidad, una mente que ya no se agita en busca de respuestas, pues comprende que si pudiera tenerlas ya las tendría, y un corazón embriagado, no con pensamientos sino con propia quietud.
La búsqueda es, entonces, por los límites del lenguaje y, al mismo tiempo, por una “atención” que se libere de artilugios y dialogue con lo real de forma directa. La tensión entre estas posiciones, aparentemente opuestas, subyace a la poética de Cadenas y es, quizá, la clave de su belleza.
Basta, para concluir, con recordar su propia “Ars poetica”, donde se enuncia esta forma de entender la escritura, densa y sencilla, vanguardista y directa, abierta y hermética.
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la impostura, restrégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.