Candado sin llave

por Dic 25, 2020

Candado sin llave

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No puedo escapar de un candado sin llave. ¿Cómo he de romper las cadenas? Solo veo una profunda aflicción a la que no consigo vencer. No encuentro la solución. La ansiedad me invade por dentro. La paz nunca llega. Quizá es solo un mito. Aquí estoy, prisionero por un delito que estuve obligado a cometer.

Me duele hablar de este tema, pero no decir nada también me profiere un profundo, intenso e invisible dolor. Lo confieso. Vivo condenado desde hace mucho tiempo por querer adquirir un fuego del que estaba privado por los dioses. Quise adueñarme de la llama de los más hermosos ojos que jamás había visto en este fugaz y pasajero mundo, pero nada salió como yo pretendía. “Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera, y, sin embargo, sucedieron así”, indicó Miguel Delibes allá por el año 1950.

¡Mirad, dioses, con qué ultrajes desgarrado he de padecer durante un tiempo infinito de años! ¡Por el sufrimiento, presente y futuro, gimo sin saber cuándo surgirá el fin de este mal que me va devorando por dentro! Sus clavos indisolubles de bronce cada vez hacen más mella dentro de mí. Se aferran a mi corazón, y lo punzan sin cesar. Yo soy incapaz de hacer algo para remediarlo. Solamente puedo ver cómo cada día voy deteriorándome más por dentro. Mas prefiero ser yo el que sufra en silencio a que ella se entere y sienta mi propio pesar. Estoy a punto de estallar y me lo callo. Estoy viviendo en cualquier día que no sea hoy. He perdido la noción del tiempo. A tal punto he llegado por la locura que me están proporcionado esta condena y estas cadenas que me tienen prisionero. Dicen que un clavo saca otro clavo. Lo pongo en duda. Mientras más quiero sacarlo, su clavo está mejor clavado. Supongo que es la consecuencia de sus sentimientos humanitarios y la pasión de sus brillantes y hechiceras pupilas marrones. Del pecado de sus ojos pago ahora la pena, prisionero con esas cadenas que encierran a mi corazón, bajo el éter de sus enternecedores luceros.

Lo admito. Asumo que estoy enfermo. Quiero mi medicación prohibida: esa que sueño de día y de noche desde hace tiempo y que me otorga las fuerzas, las pocas que me quedan, para seguir luchando. Yo más no puedo hacer, dioses míos. Solo soy un simple hombre, un humano normal. Ella, una diosa. A los mortales se nos suelen privar de los paraísos celestiales, y el único que anhelo es el de su boca. Nunca pensé que unos sufrimientos, unas miserias, unos espantos, tan penosos de ver, tan penosos de sufrir, helaran mi alma con un aguijón de doble filo: con el primero, si pienso en ella, me castigo. Con el segundo, si sueño con ella, me sentencio. Únicamente, dioses todopoderosos, pido que, si ella va a reducir a cenizas mi corazón, lo haga a fuego lento, para que paulatinamente termine de consumirse esta pobre alma que divaga camino hacia el Hades.

Aquí estoy. Sueño despierto. Me desvelo en la noche. Sufro. Me ahogo en mis pensamientos. Dudo de mi existencia. Me deprimo. Me levanto moralmente al verla. Vuelvo a caer al ver la realidad. Verla y ver la (realidad) no es lo mismo. Verla implica que se acelere mi pulso. Ver la (realidad), que ese pulso vaya mermando hasta quedarme sin él. Ver la realidad es percatarse de que existe un cruce de miradas a destiempo, que jamás llegará a producirse.

Algunos ahogan sus penas en alcohol. Otros se encierran en su cuarto para escuchar música melancólica. Otros se van de fiesta e intentan entretener a otra, mientras sus mentes deambulan por otros senderos. Yo no puedo hacer eso. Y, si eso pasase, en el mar de esos labios, las olas preguntarían por ella, hasta quedarse el agua calmada e impedir que continuase. Otros calman su ansiedad con el tabaco o con la droga. Algunos esnifan líneas. Yo las escribo.

Yo tengo la esperanza de que un día, liberado de estas cadenas que yo me impongo, sea su fuego el que ilumine mi existencia. Estoy entre la espada y la pared. Soy yo mismo el que empuña la espada. ¿Crees que yo he elegido enamorarme? ¿Crees que me gusta sentirme así y ver cómo lo ignoras? ¿Crees que me gusta vivir este drama? Ojalá fuese guapo, y tuviese ojos azules, unos brazos más grandes, y fuese una mejor persona, pero, por desgracia, me ha tocado ser yo. Ojalá haber nacido de otra forma que te gustase más. Ojalá nada de esto hubiera pasado. Todo hubiera sido muy distinto. Deseo poder tomar esa llama entre mis manos sin quemarme y dejarme molestas ampollas, que plasman mi situación emocional. Tengo la esperanza de que pueda escapar de estas cuatro paredes en las que estoy encerrado; y de que esa majestuosa águila deje de devorar mis intestinos. ¿Por qué me da tanto miedo perder algo que nunca he tenido? Tal vez lo que necesite sea marcharme de aquí. ¿Cansarme de luchar en vano significa ser un cobarde? Creo que no. Tampoco es lo mismo querer suicidarse que desear expirar. Yo deseo expirar. Comenzar de cero, ya que por este dolor insoportable no soy capaz de dar el cien por cien de mí mismo. Si soy sincero, solo doy el uno: si soy sin-cero, del cien, solo doy el uno.

El sonido de las cadenas me recuerda la condena todos los días. Las arrastro, sin tener alternativa alguna. La única es cargar con ellas, como cargó Atlas con el mundo. Son cadenas que abrasan y que derriten este frío bloque de hielo. No es lo mismo abrasar que abrazar. Ojalá fuese eso. Y ojalá, en vez de un bloque de hielo, fuese un diamante al que poder pulir. Brillaré por ser de hielo, pero no soy, ni de lejos, ninguna piedra preciosa. Es lo que creo. Tras una imagen, nadie ve lo que hay detrás.

Debiste, Prometeo, dejar el fuego en su lugar, y no traerlo a la Tierra para entregárselo a los seres humanos. Me hubiera evitado el rompecabezas que me ataca de día y de noche. Ahora me quedo reflexionando sobre la hoguera que prendiste por primera vez. Dentro de ella, presencio una escena. Yo estoy ahí, dentro de ella. Me encuentro solo, en lo alto de un monte. No, un monte no. Es un acantilado. Hay mucha niebla. No distingo bien mi figura. Todo se difumina. Parece que justo delante de mí hay una huella. Intento borrarla, pero no lo logro. Cuanto más la borro, más firme se vuelve. Dejo de insistir en la huella. No lo vislumbro demasiado bien, pero creo que me quedo mirando al horizonte. Doy un par de pasos hacia el precipicio. No. No. No lo hagas. ¡No! ¡No lo hagas! Pensé que iba a lanzarme hacia el mar. No lo hice. Me siento en el borde del abismo. Busco algo en mi bolsa. Saco un trozo de papel. También un bolígrafo. Comienzo a escribir. ¿Qué escribo? Piensa, que eres tú. Debes conocerte. Si tanto te conoces, deberás saber qué escribes ahí. ¿Acaso me conozco? ¿Quién soy? Muchos dicen saber quién soy tan solo con verme, y yo, tal vez, jamás, llegue a conocerme. Vamos a suponer que me conozco. La sensación que trasmito es de angustia. El ambiente es muy romántico. Espero que el final no lo sea. Termino de escribir. Rompo el bolígrafo. Llego al llanto. Miro el papel. Pienso en guardármelo para mí. Exponerlo a los demás, y más a ella, sería matarme. ¡Espera! ¿Qué haces? ¿Qué hago? ¿Por qué lo lanzo al agua? Se apaga el fuego. Ya no puedo contemplar más de mi visión.

Me doy la vuelta. Me hallo en mi habitación. Todo está a oscuras. No veo nada. Me quito mi camiseta. La deposito sobre la silla que hay junto a mi escritorio. Suspiro. Me tumbo bruscamente sobre mi cama. Algo me molesta en la espada. Su tacto es rugoso. Inspecciono con mi mano derecha lo que se sitúa debajo de mí. Es un papel. Tiene pinta de haber estado mojado, por sus pliegues. Distingo letras borrosas. Parece un poema. Es el que escribió mi alter ego, al otro lado del fuego. Ahora, voy a conocerme. Lo leo:

 

¿Esto es lo que me espera?

¿Así de caprichoso es el destino?

¿Hacer que se crucen nuestras sendas

para encadenarme en mi camino?

 

Dame la llave. Al menos eso te pido.

Dame la llave, si no quieres estar conmigo.

¿No hay llave? Tiene que haberla.

Si no es estar contigo, será quebrar las cadenas.

 

Quémame. Redúceme a cenizas.

Conviérteme en partículas de polvo.

Prometo ser tu guardián y vigía.

Te seré fiel: como a la luna el lobo.

 

Déjame, así, por lo menos, estar a tu lado;

sentir que contigo me he quedado.

Sentir que la llama de tus ojos hechizados,

como en mis sueños, he robado.

Rubén Burgos Pérez