Una lectura desconcertante. Entrevista a Cecilia Eudave
Una lectura desconcertante. Entrevista a Cecilia Eudave
Fotografía: Alejandro Meter
Cecilia Eudave es una escritora mexicana de prosa, tanto de ficción como de ensayo. Su obra incluye novela (Bestiaria vida, 2008; Aislados, 2015), microrrelato (Registro de imposibles, 2000; Para viajeros improbables, 2011; Microcolapso, 2017), cuento infantil (Papá Oso, 2010; Bobot, 2018) y relato (Registro de imposibles, 2000; Técnicamente humanos y otras extraviadas; En primera persona, 2014). A este último género pertenece su última publicación con Páginas de Espuma, Al final del miedo (2021), en torno a la cual girará esta entrevista.
Me interesa cómo trabajas lo insólito, lo no-mimético, el miedo, lo siniestro e, incluso, lo fantástico. En tus libros, especialmente en el último, Al final del miedo, estas cuestiones suelen ser un punto de vista, una perspectiva. Digamos que, lo extraño o lo imposible, es algo que ven los protagonistas y el lector lo percibe a través de ellos, pero no siempre se resuelve si es un hecho real o una ilusión de algún tipo. Me preguntaba si podrías profundizar en esto.
Efectivamente, es algo que me ha marcado desde Bestiaria vida. Nunca he escrito un fantástico tradicional, a veces lo mezclo con lo maravilloso o con perspectivas surrealistas. A partir de algunos cuentos que aparecen en Registros de imposibles, que hago el brinco hacia Bestiaria vida y me doy cuenta de que no me es suficiente situarme en el género del fantástico, que me encanta. Necesitaba otros tipos de ángulos para abordar algunas cosas. Además, todo el tiempo me gusta estar innovando. Siempre me han dicho que soy una escritora de difícil clasificación, precisamente, porque no trabajo un género de manera pura. Entonces, al momento de las etiquetas, eso puede conflictuar un poco. Ahora, para alguien que no se puede ubicar, puede surgir otra etiqueta. En este caso, Carmen Alemany Bay utiliza el término “narrativa de lo inusual”. Y me gusta. No creo que me quede ahí en un estado de confort, creo que hay que seguir explorando. Sin embargo, para lo que he escrito hasta ahora, la etiqueta me gusta. Soy una escritora que se sitúa en el umbral entre lo real y lo insólito. Me interesa esa perspectiva, para retomar tus palabras. Me permite ver hacia los dos lados y tomar de ellos lo que me seduce. Ni quiero estar inmersa en esta realidad pactada, que nos han enseñado a seguir, que es práctica y cómoda, que no obliga a ir más allá de ciertas expectativas; ni tampoco quiero situarme del lado de lo insólito, pues puede caerse, como lector o escritor, en caminos que se bifurcan y de pronto no encuentran buen puerto. Entonces, quise unificar estas dos perspectivas y tratar de contar desde las dos, que se vayan entrecruzando unas con otras.
Lo insólito me da muchas posibilidades, porque hay varios géneros ahí. No todo el tiempo tiene que ser fantástico o terror o maravilloso. Da la posibilidad de hacer un coctel literario que puede ser muy alucinante. Una bebida alucinógena, que parte de esta realidad tan real, que carece de sentido común, y después encuentro el otro lado, donde todo está maquinado y responde algo. No son evasiones o rutas dispersas. Hay escritores que se van por ahí y los quieren reducir al fantasy estadounidense. Sin embargo, no todo es Harry Potter o dragones o Juego de tronos. Hay variantes. Me apego al fantastic francés o al fantástico del siglo XIX, con autores alemanes, franceses, ingleses, en ese sentido.
Esta pregunta puede tener dos caras, una enfocada hacia Bestiaria vida y otra, hacia Al final del miedo. Mi primer encuentro con tu literatura fue a través de la primera de estas obras, y fue particular. Desde el principio me pareció claro que había un acercamiento simbólico hacia la realidad y, a medida que me adentraba en la lectura, notaba que esa perspectiva metafórica se hace literal, dentro de la diégesis. Es lo que decía antes, ¿hasta qué punto lo imposible es una perspectiva sobre lo real y en qué nivel es la realidad de los personajes? No puedo evitar pensar en lo que dice Yuri Lotman, el arte tiene un carácter lúdico, pero un juego “en serio”. En Al final del miedo, esto ocurre de forma diferente. Hay una irrupción violenta de lo imposible. Pero se mantiene el juego: se sugiere algo que nunca termina de ocurrir. ¿Hasta qué punto escribes desde esta perspectiva lúdica?
Siempre he pensado que leerme es una experiencia desconcertante y la gente no sabe en qué punto está parado. Lo mismo me sucedió con mi primer libro, Técnicamente humanos. En su momento, hacía un taller y al director le gusto por esa cualidad, específicamente. Y llegó a decirme que iba a tener dificultad con la recepción de mi obra, porque había que entrar al juego. Había que disponerse a jugar. La literatura que me gusta es la que desafía, la que no me lleva de la mano como si no pudiera yo descubrir los acertijos que el libro propone o las posibilidades de lectura, como si hubiera una sola lectura unilateral e inequívoca. Cuando escribo, trato de que el lector participe. Como tú, soy una gran lectora y me gustan todos esos libros que pueden desafiarme, no solamente a un nivel intelectual, sino también emocional. Quería que estas situaciones se mezclaran en mis libros.
Curiosamente, he crecido a través de mis libros. La Cecilia que escribe Técnicamente humanos no es la misma que escribirá Bestiaria vida y no es la misma que cuando inicié la redacción de Al final del miedo, que le llevó sus años llegar a Páginas de Espuma. Finalmente, no es la misma Cecilia que ahora vuelve, dando una vuelta de tuerca, en El verano de la serpiente, a trabajar lo fantástico, sin que se dé cuenta de que verdaderamente es inevitablemente fantástico, por la cuestión de lo que se va a tratar ahí. La idea es sacar al lector del estado de confort, que cada libro sea un desafío diferente.
En la respuesta anterior hablaste del fantasy americano. En su vertiente más comercial (no quiero generalizar, porque hay de todo), se ha vuelto una forma de lectura acomodaticia. Hay una serie de tópicos que se repiten, incluso cuando va hacia la ciencia ficción o lo maravilloso o lo fantástico, en esa mezcla de géneros que suele ser el fantasy. Parece tener este principio de “complacer al cliente”. Mientras que, literatura como la tuya es, como tú dices, desafiante. Es una palabra que uso para hablar de la buena literatura.
Bien lo dices, porque después se castellanizó y se habla de fantasía. Y hablan de lo fantástico como si fuera fantasía. Y a los que nos gustan los géneros no-miméticos, ese término hace mucho ruido en la cabeza. Porque nada tiene que ver con esa fantasía que está ahí. Sin demeritarla y sin decir que no vale nada., como tú lo has dicho. Porque pareciera que es más acomodaticia porque responde a públicos mayores. Y entonces, trabaja a partir de fórmulas. Cuando yo y muchos otros escritores que también me gustan nos sentamos a escribir, no estamos buscando la fórmula del éxito. Sino que, después de escribir un libro que tenga éxito, el reto es hacer otro, no que lo supere, sino que sea distinto. Aunque siga existiendo tu ritmo, tus preocupaciones, aunque haya una personalidad y una voz detrás de todo ello, pero que el lector se encuentre con un libro que demanda cambiar de postura, de perspectiva. Cambiar el sillón, la silla. Leer de pie, sentado o acostado. Muchas veces se dice, “es que a mí me gustaba más el otro libro”. Bueno, sí, pero este no es ese libro. Y el que viene tampoco va a ser igual. Es una manera de decirle a lector que estamos con ellos, que estamos buscando también. Como en la música, si todos los discos de alguien (o como se escuche la música ahora) son variantes de lo mismo, sería aburrido. Aunque sean variantes, deben sonar diferente.
Hace poco hablaba con un amigo músico, y comentábamos cómo, tras pasar una vida escuchando música, oyes una frase en un solo de jazz, por ejemplo, y dices, “ya va, ¿qué fue eso?”. Y necesitas volver a escuchar para descubrir el acorde, la armonía, la línea melódica. Con leer pasa lo mismo, es interesante cuando leemos algo que impacta y saca de centro. Y fue mi experiencia con Al final del miedo, pensé: esta no es la misma escritora de Bestiaria vida. No solo, me pasó también con el género. Tenía que volver a los textos y preguntar, ¿esto es del género fantástico? Y claro, ahora que tengo la oportunidad, no puedo dejar de preguntarte, ¿cómo lo ves tú? Porque, aunque dices que te gusta el fantastic francés, sueles apelar a cosas diferentes. No dejo de pensar en cómo integras lo imposible a lo cotidiano. Por ejemplo, los huecos, ese motivo común que aparece en todas las historias. Acaba integrado al día a día de los personajes, pero no deja de ser inquietante. En resumen, ¿cómo te acercas a lo fantástico, a lo siniestro, a lo insólito, etc.?
A mí me gustan todos los géneros no-miméticos. Leo desde lo más clásico y lo más duro, vamos a decir, los que son de fórmula, de terror, de maravilloso. El fantástico me gusta porque no tiene fórmulas. Tiene esta posibilidad de extenderse en varias direcciones. Claro, para poder ubicarse en un ángulo distinto de lo fantástico, hay que conocer a los clásicos, ver desde donde se escribía. No estoy inventando nada nuevo, solo me posiciono desde un ángulo distinto. Trato de buscar vacíos en lo que ya se ha dicho y sobre eso juego. A partir de ahí, construyo y hago francos homenajes a la literatura que me gusta. Tanto en Bestiaria vida como en Al final del miedo, aparecen autores que me siguen gustando y que me seducen. Están por debajo, en un segundo agujero o túnel, donde se interconectan los dos libros. En Bestiaria vida, mi relación con los géneros, de manera más directa, es a partir de la intertextualidad. Crea en el lector un discurso empático. Aunque los desconcierte, hay un rumor de algo que conocen. Quizá no saben bien qué, pero son estos juegos intertextuales los que, desde una segunda memoria no-consciente, permiten establecer empatías discursivas. Estas se forman a partir de intertextos que me gustan mucho y que sé que el lector de este tipo de literatura puede conocer también. Ahí se va hermanando esta voz que se ha formado de muchas voces. Me gusta poner el ejemplo del eco. Ya todo se ha escrito. Uno lanza su voz y el eco te la devuelve, pero distinta. Sabes que es la tuya, pero no exactamente igual. Es un juego que me pasa con la literatura. A mí el terror me gusta mucho, pero trato de diluirlo para que no haya un género dominante. Puede haber uno que direccione, que sería terror, en Al final del miedo, pero tampoco se impone.
Enlazando con esto último. La intertextualidad suele ser parte clave de lo que llamamos el arte posmoderno, en general, un arte que reconoce de forma explícita sus influencias. Claro, esto suele llevarse al extremo para crear un juego paródico muy poco sutil, lo que ha tenido resultados diversos, buenos y malos. En Al final del miedo hay algo de esto, una suerte de deconstrucción de los géneros que nutren el volumen, una forma de parodia, en el sentido que comenta Linda Hutcheon: no de burla, sino de homenaje. Pero nunca renuncias a los elementos claves de estos géneros. Es un libro donde predomina lo inquietante, lo siniestro, lo insólito.
Por eso lo que Carmen Alemany dice de “lo inusual” me parece bien. Todo el tiempo estamos en un mundo aparentemente real donde no sabemos si aquello está sucediendo o no. Pero nunca deja de estar ese rumor fantástico, inquietante, siniestro. Entonces, causa este desconcierto y, por esto mismo, genera en el lector más atención. Y si relees el libro, ya has salido de ese estado de inquietud, y quieres saber por qué me provoca esta sensación de inseguridad, de miedo, incluso. ¿Por qué me desafía un texto que tampoco se engolosina con el lenguaje, que es claro de manera evidente? ¿Por qué hay algo ahí, detrás de todo esto, que me perturba? Eso es lo que se busca en el libro. Es difícil competir con el lenguaje, con la sabiduría que muchos escritores de esa línea derrochan, y tampoco es algo que yo quiero. Creo que es importante conmover al lector. No en el sentido cursi. Me refiero a que surjan sentimientos encontrados que provoquen un estado de ánimo.
Sí, lo entiendo. Al leer Al final del miedo, el tema de los huecos me recordaba mucho a la pandemia que hemos vivido este año, a la manera en que naturalizamos cosas muy extrañas. Digo, pasé dos meses encerrado en mi casa, y sin embargo, en aquel momento, ni siquiera lo pensaba. Solo acepté la situación. Es similar a lo que viven tus personajes: hablan de los huecos como si fueran algo natural, siendo, de hecho, algo insólito. Eso genera vértigo. Pero esto tiene un correlato en la interacción entre los personajes. El tema de tus libros es, me parece, las relaciones humanas. Como llegamos a naturalizar interacciones extrañas o, por el contrario, cómo se enrarecen formas de convivir que siempre nos habían parecido naturales. Pienso en el relato “Espejismo” y como formula precisamente esta paradoja. Retrata una situación que todos hemos vivido, aunque, por supuesto, no en el nivel que lo experimentan los protagonistas. Todos hemos estado con alguien que creemos conocer y llegamos a un punto en el que esa persona puede parecer desconocida.
El primer relato que escribí fue “Al final del miedo” y fue cuando se iba a acabar el mundo, en el 2012. Y ya antes de eso habíamos tenido otra pandemia, con el epicentro en México, la gripe porcina. También nos encerraron y estuvimos apestados…. Entonces, el ser humano vive con miedos. Nos encantan los miedos, el apocalipsis, pensar que se va a acabar el mundo. Entonces, escribo este cuento y después voy construyendo el libro. Por ahí viene. Y lo terminé antes de la nueva pandemia. Pero no se había podido publicar. No sabían qué estaba pasando con ese libro y no estaba conforme. Yo tardo en hacer los libros. El punto, Al final del miedo estuvo listo antes de que comenzara la pandemia y Juan Casamayor lo puede corroborar. Lo que me interesaba plasmar en este libro era que, además de los apocalipsis sociales que tenemos alrededor, vivimos nuestros apocalipsis personales, que son los que golpean con mayor fuerza y nos llenan de ansiedad. Aunque estos últimos no dejan de ser resultado de toda esa inestabilidad social y de toda esa realidad que de pronto parece más fantástica que otra cosa. A raíz de eso empecé a escribir estos cuentos. Quería interconectarlos. Y, mientras escribía, aparecieron huecos en todo el mundo. Es real, lo puedes investigar. Lo curioso es que empezaba a escribir y dije, voy a incluirlo. Estaban de moda, además, estas cuestiones de los Mayas. Investigo y descubro esta lectura alternativa al fin del mundo, donde hay un desfase de cincuenta años. Habrá algún lector que diga, “nos queda medio siglo”. Curiosamente, porque el arte tiene sus aristas fantásticas, al presentar el libro, empezaron a aparecer enormes agujeros negros en Rusia. Y otro, en Madrid. Lo extraño siempre está ahí, pero prestamos más atención cuando leemos algo en torno a eso, al hacerlo evidente.
En el caso de “Espejismo”, el cuento es un espejismo. Vivimos con una pareja quince o veinte años, y es un espejismo. No estamos viendo al otro, vemos un espejo o un reflejo de lo que nosotros queremos que sea ese otro, o nos vemos a nosotros mismos en él o ella. Y es en un espacio de tránsito, como es la carretera. A mí me encanta la carretera, pasa todo ahí, o en los aeropuertos. Los espacios de tránsito son siniestros, porque no tenemos ningún lugar en el cual asirnos ni hacia donde ir. El libro va en esa línea, confrontar al otro, dejarme ver en el otro y ver al otro. Es esta ida y vuelta. Hay otro cuento que iba en esa línea, pero que lo saqué, porque el mismo libro lo expulsó (porque tiene su personalidad, hace lo que le da la gana, escoge quien lo va a leer, quién no merece hacerlo), se titulaba “Sin reclamo”. Aparece en Insólitas (2019).
Eso me interesa bastante. El tema del volumen de relato, entendido como propuesta conjunta, es una constante en Latinoamérica (y probablemente en el mundo). Evidentemente, yo no podría haber pensado todo lo que has dicho. Sí noté algo: Al final del miedo tiene personalidad, es un libro que se impone. Me interesa saber un poco más sobre el proceso de escritura de un volumen de este tipo y, más importante, cuál es tu visión sobre la estética del libro de relatos.
Creo que cuando escribimos el primer cuento, que no sabemos a dónde va a ir, ya hay una semilla, ya hay un germen. Uno sabe que es muy poderoso, pero que tiene que estar ligado a más elementos. Desde el primer momento supe que, como todos mis libros, que los relatos se iban a interconectar. Hay otros volúmenes que son antologías como En primera persona. Pero Al final del miedo tardó. Incluso lo dejé un tiempo guardado. Hice un primer borrador, después un segundo, un tercero y más. Salieron algunos textos. Hay mucho de este libro que está en otros lados, cuentos que uno tiene que escribir para que aparezca el libro, incluso si no los incluyes. Hay una novela que nunca voy a publicar. Sin embargo, si no la hubiese escrito, no hubiera podido escribir la última. En Al final del miedo hay un trabajo de sutura que me gusta mucho. Es donde más me divierto, intentando organizar, como crear un artefacto. Me emociona un libro que me permiten leer desde diferentes ángulos. Ahora sí, hay una sola regla, la primera lectura tiene que ser en orden. Si no lo haces, no acabas de entender cómo ese universo se gestiona. Porque no solo los personajes se relacionan, sino los intertextos. Lees un intertexto en “Día de campo” y vas a encontrar un complemento en el siguiente cuento, y habrá otros rumores. Se establece una especie de túnel intertextual donde cae el lector. Me gusta la idea de verlos cayendo, y a lo mejor no son agujeros tan profundos…
Antes de acabar, no puedo dejar de preguntar sobre el que fue el tema del “III Congreso Internacional Nuevas direcciones de la literatura contemporánea y actual”, organizado por la Revista Contrapunto y que se celebró en mayo (2021), si se puede. En este, se discutieron las tensiones y contradicciones que existen entre los campos literarios hispanos. A mí me interesa, sobre todo, la problemática de autoras latinoamericanas que publican en España. Desde este punto de vista, ¿cómo ha sido tu experiencia?
La historia de mis publicaciones en España tiene mucho de casual. Cuando me invitaron a Eolas, estábamos en un congreso en el que leí unos microrrelatos. Los editores estaban ahí y les gustaron mucho esos textos. Abrieron una colección y me dijeron que querían algo mío. Y después, publicaron ahí Bestiaria Vida y Microcolapsos, este último sí incide más en el género fantástico, del horror o del miedo. En el caso de Al final del miedo, en realidad, más que estar publicada en España, lo que me hace ilusión es estar publicada en Páginas de Espuma. Para alguien que le gusta el cuento, esa editorial es una catedral. Tiene más de veinte años luchando a capa y espada para defender un género que algunas personas no consideraban importante en comparación con la novela. Ahora nos damos cuenta de que cada vez hay más lectores de relatos, de cuentos, de microficciones, a raíz de un compromiso de una casa editorial. Para mí publicar en Páginas de Espuma era importante por lo que ello implica como he dicho. No buscaba ir a España para ganar prestigio. Eso sería una forma de colonialismo cultural, típico de Latinoamérica: la idea de que vas a publicar en España y con ello triunfar. Pues, igual no triunfas. Quizá no publicas ahí, pero lo haces en todas partes del mundo y triunfas. Como dices, los españoles publican porque les gusta el libro, no importa si eres latinoamericano o no, o eso quisiera pensar. Para mí, era la emoción de estar con un editor como Juan Casa Mayor. No sé qué pase con mi libro, no sé si sea un éxito de ventas. No está uno pensando en eso. Un libro al que dedicaste mucho tiempo encuentra un magnífico lugar. Y como escaparate, ayuda a que lectores peninsulares conozcan otro tipo de literatura fantástica que se hace en Latinoamérica, que nosotros estamos haciendo cosas, sino innovadoras, singulares. Y también uno descubre que allá, del otro lado, también se hacen cosas interesantes. Es un intercambio.
Hay un diálogo.
Sí, hay un diálogo, lo veo así, no como algo que me va a consolidar. A lo mejor, tiene que ver con la edad. Si uno es más joven y te publican allá, impresiona más: ya brincaste el charco, ya publicaste allá. Es un logro, ciertamente, pero son metas, y es la escritura lo que se va abriendo paso. A mí me han publicado en Corea, por ejemplo, y es emocionante, porque vas a entrar en diálogo con otros lectores. No puedes evitar preguntar cómo van a recibir el libro. Es otra cultura, ¿por qué escogieron mi libro y no otro? Eso es lo que me entusiasma, el intercambio. Cuando escribes, lo más importante es el diálogo que estableces con el lector imaginario. Yo no escribo pensando para alguien específico, en todo caso, pienso en mí. Yo soy mi lectora ideal. Sin embargo, al publicar un libro, intento imaginar cómo será la recepción en España o en México, cómo será tú recepción como venezolano. Y no porque estemos hermanados en la catástrofe y nuestras sociedades son terribles y vivimos en agujeros negros y todo eso… En realidad, creo que los lectores latinoamericanos son los que menos hacen esa lectura, incluso si reconocen que hay metáforas de esa violencia de nuestras sociedades, saben que hay más introspección.