Carlos Be y el nuevo teatro social

por Jul 24, 2019

Carlos Be y el nuevo teatro social

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Es impensable tratar de asegurar la permanencia de algo con una tendencia tan inherente al cambio como es el arte; está en constante evolución, y aunque pueda volver sobre sus pasos en determinadas ocasiones, nunca lo hará manteniendo su forma original, sino que se expondrá a las mutaciones que conlleva el tiempo. Dentro del crisol que conforman las distintas artes, el teatro es una de las más volubles en este sentido. Al tratarse de un arte vivo, requiere no solo del contexto en el que tiene lugar la creación, sino también de una recepción inmediata. Es innegable que cualquier arte depende de su público, pero el teatro se enfrenta a ese plus de peligrosidad que supone entregar el producto al espectador mirándole a los ojos. Las consecuencias, positivas o negativas, son inmediatas y pueden derivar en cambios también inmediatos, lo que le hace depender en mayor medida de esta recepción. Por consiguiente, el teatro también debe enfrentarse a las tendencias y el gusto del público puede configurar, en mayor medida, las estéticas y los temas que predominen sobre los escenarios; cada momento histórico está fuertemente influenciado por su contexto, que se verá reflejado, de una u otra forma, en las tendencias creadoras de los dramaturgos españoles.

En los años cincuenta, durante la posguerra española, proliferó un teatro realista de carácter social. Las condiciones sociopolíticas en las que se inscribe este teatro obligaron a los dramaturgos a impulsar creaciones más cercanas al pueblo, que reflejasen la sociedad desde una perspectiva crítica, con el fin de buscar la reacción del espectador. Alfonso Sastre, Carlos Muñiz o Buero Vallejo son algunos de los autores que trataron de convertir la escena en trampolín para sus ideas de cambio, aunque para ello debiesen enfrentarse a la maquinaria censora del régimen franquista.

Esa forma de buscar una reacción ha seguido siendo de utilidad para algunos dramaturgos posteriores, quienes se han servido de este recurso para incentivar entre los espectadores cuestiones que necesitan un cambio. Sin embargo, las situaciones sobre las que se focaliza la atención de los autores han cambiado considerablemente, aunque la violencia, ahora en manifestaciones más particulares, sigue siendo uno de los ejes sobre los que gira este teatro. La lucha contra las injusticias que acucian a la sociedad del siglo XXI —como la violencia doméstica, la homofobia o el racismo— son el nuevo estandarte que portan estos autores, quienes plasman en sus obras un mensaje de crítica contra el funcionamiento de la sociedad actual. Conviene, en este punto, adentrarse en las profundidades del teatro off para encontrar a uno de los dramaturgos de mayor calidad en este ámbito. Carlos Be (Vilanova i la Geltrú, 1974), autor y director de teatro barcelonés, se ha consolidado como uno de los dramaturgos más presentes en la escena madrileña. Y es que, a través de textos de calidad y de su incansable trabajo, ha conseguido no solo tener varias obras en activo al mismo tiempo, sino también traspasar las fronteras con estrenos y traducciones de sus obras a nivel internacional, en países como Estados Unidos, Venezuela o la República Checa.

A través de su teatro, Carlos Be pretende poner luz sobre algunas de las cuestiones sociales más sensibles de la actualidad. Por lo general, configura un teatro sin complejos, muy centrado en algunos de los conflictos que atañen hoy en día a la población occidental, en el que no se enmascaran ni edulcoran los rincones más sórdidos de los mismos. Frente a una sociedad que los rehúye o los trivializa convirtiéndolos en tabú, Be se enfrenta a ellos mirándolos a los ojos y abriéndolos en canal. Los teatraliza y los convierte en historias, en personajes vivos que ponen voz a aquellos que no la tienen.

Uno de los aspectos más atractivos del autor barcelonés es la crudeza con la que ahonda en los temas que aborda en sus obras, ya que en ningún momento reniega de detallar las miserias del ser humano. Es un teatro duro, que busca el impacto en el espectador, y lo consigue con creces. Los temas que abarca son siempre susceptibles de ser banalizados si no se enfocan con la correcta sensibilidad, ya que su complejidad implica que sean tratados con tacto —y más si son tan explícitos—. Entre su repertorio dramático, el espectador puede encontrar violencia doméstica —tanto de género, como en «Peceras» (2015), como violencia infantil, con «El niño herido» (2009)—, la pederastia con «Añicos» (2015), la identidad de género con «Achicorias» (2008) o el enfrentamiento ante la muerte en «A Margarita» (2012). En todas estas obras, el vínculo entre público y el simbionte actor-personaje debe darse, puesto que la empatía con la desgracia es imprescindible para que tenga lugar la catarsis y el espectador pueda ser concienciado. A través de escenas terribles por lo sobrecogedor de la acción, el espectador se siente atrapado por una ficción que no dista en un ápice de la realidad, una realidad a la que deben hacer frente gran cantidad de hombres y mujeres a diario. Es, mediante esta vía, que tiene lugar la crítica social en el teatro de Carlos Be; en lugar de regirse por las convenciones anteriormente establecidas, prefiere entregar directamente al público un trocito de la realidad más cercana de estos grupos, sin prescindir de detalles por escabrosos que fuesen. Y es de esta forma, mediante la búsqueda de un impacto inmediato, como se traspasa la barrera de la ficción.

Aunque cualquiera de las obras de Carlos Be, elegida de forma aleatoria, se haría necesaria en su lectura, conviene destacar de entre ellas una que es fundamental. Se habla aquí de «Llueven vacas», uno de sus textos a los que más duele enfrentarse. Estrenada el pasado mes de mayo en la Sala Cuarta pared de Madrid, y con el reparto habitual del dramaturgo catalán, presenta a Fernando (Joan Betanllé) y Margarita (Carmen Mayordomo), una pareja en la que el maltrato continuo de Fernando marca las pautas de la relación, y configura una atmósfera opresora en la que incluso toma potestad para alterar la realidad de Margarita y hacerla creer todo lo que dice. En ningún momento, durante la representación, existe violencia física explícita, más allá de algún que otro empujón; sin embargo, lo que arraiga en la conciencia del espectador al enfrentarse a la obra es más oscuro y más complicado de asimilar. El maltrato que Fernando ejerce sobre Margarita es psicológico, una variante incluso más peligrosa que la violencia física porque suele menospreciarse, a pesar de menoscabar progresivamente la moral de la víctima hasta destruirla por completo. Carlos Be, sin embargo, consigue hacer muy presencial un problema tan etéreo como es este, hasta conseguir dejar a la sala al completo en un irremediable estupor. La puesta en escena, la interpretación del elenco actoral y un texto de una calidad exquisita convierten «Llueven vacas» en un testimonio esencial para la concienciación sobre las consecuencias del maltrato psicológico.

El impacto que asegura su producción dramática en el espectador, ligado a la variedad temática y estética que maneja, lo convierten en un dramaturgo muy a tener en cuenta por conseguir siempre adentrarse en los lugares más recónditos del ser humano y a su realidad más inmediata, y dejar así una espinita de concienciación clavada en aquel que se acerque a alguna de sus creaciones. Esto, por supuesto, acarrea unas consecuencias de exclusión predecibles en una España que alardea más de progreso de lo que debería. No son obras aptas para ciertas sensibilidades. Por este motivo, a pesar de ser un teatro de gran calidad, queda fuera de los circuitos comerciales. Lo que está claro, no obstante, es que es un teatro necesario en la maquinaria social de hoy día; necesario y conveniente para que, de una vez por todas, tenga lugar el verdadero progreso hacia una civilización definitivamente concienciada.