El hades de los yoes
El hades de los yoes
A medida que avanzan los años tengo más miedo a la muerte de mis seres queridos. La mía me excita y hace que se me erice el vello de todo el cuerpo. No me preocupa lo más mínimo que me encuentren rodeado de cieno en el sofá. Apenas salgo de casa y no soy precisamente el paradigma de la sociabilidad, de manera que sería casi imposible morir en un concierto de rock, en una cafetería o atropellado por un camión. Vislumbro un aguacero, una de esas noches de tormenta que llegan sin avisar. Dejo la ventana del salón abierta, me tumbo en el sofá y empiezo a sentir las gotas de lluvia sobre mi cara. Quizá pueda conseguir el mismo efecto que tiene el lodo en quienes fallecen en una riada. Me imagino a la Policía llegando a mi casa a las dos semanas de mi muerte. Supongo que el barro de la lluvia habrá tenido un efecto protector en mí rostro, al estilo de las momias en el Antiguo Egipto, lo que atenuará el shock para mi familia al verme demacrado y sin vida. Esbozo en mi imaginación el momento y me parece muy pictórico. El sofá estaría colocado junto al alféizar de la ventana, compuesta por estores de madera marrón que permitirían que la lluvia se deslizase como si bajara por un tobogán. El barro y la lluvia me caerían por la frente y crearían un pequeño pantano alrededor de las cuencas de mis ojos. El pequeño estanque se desbordaría y bajaría hasta la comisura de mis labios. El agua, el barro y mis lágrimas me entrarían por la boca y podría saborearlos. Sería un banquete final apoteósico. Una vez que la boca se encharcara, el agua se desbordaría de nuevo camino del cuello y el pecho. Llevaría puesta una camiseta blanca que me regaló mi madre hace años. Me resultaría muy sugerente que me encontraran con esa camiseta ajustada, como en los vídeos de los canales de televisión por cable de los ochenta en los que se veía a una mujer limpiando el todoterreno de su novio con el sujetador pegado a las tetas y litros de detergente cayéndole desde el mentón hasta el pubis. Lo que pasa es que si me encuentran al cabo de dos o tres semanas el barro se habrá solidificado y el efecto erótico ya no será tan marcado. Esto sin tener en cuenta que mis abdominales decadentes no incitan precisamente a la concupiscencia.
Soñar es lo único que me saca de esta larga noche en la que vivo encerrado hace años. Suelo hacerlo con agua, con lluvia, con mares y con lagos. El líquido siempre aparece sucio. Supongo que un terapeuta, en un alarde de originalidad, me diría que mis sentimientos se encuentran un poco turbios. Hace tiempo que dejé de acudir al psiquiatra. Jugaba con él y me vendía unas recetas sacadas de la peluquería de la esquina que me ponían de mal genio. Estaba empeñado en que todos mis miedos procedían de mi infancia y de la educación que me habían proporcionado mis padres, con lo que me eximía de toda responsabilidad. Quizá para cualquier otro esa conclusión hubiese funcionado, la mayor parte de la gente culpa de sus problemas a los demás y es incapaz de navegar en su interior para desatascar el inodoro de los sentimientos y aprender a comerse su propia mierda. Yo sentía que me engañaba y que solo quería seguir cobrando a base de dorarme la píldora. Además, me ponía bastante y quería follármelo. En realidad, me prohibió acudir a su consulta un día que me declaré. Digo declarar porque no quiero ser grosero, no es que me pusiera a declamar un poema del siglo XIX arrodillado y preso de la emoción. Me desnudé y le puse mi pene en su cara. En el pasado, esta estrategia había surtido efecto, siempre en cuartos oscuros y calas desiertas con cielo encapotado, también es verdad. Mi psicoanalista se mostró impertérrito. Demostró muy poca empatía y profesionalidad porque el sexo entre ambos encerrados en el baño hubiese sido lo único por lo que habría tenido un motivo para salir de casa.
Intento mirar hacia delante asumiendo los recuerdos como parte de la vida pasada, con serenidad, pero me cuesta. Me siento muy mayor, tengo la sensación de que observo un mundo estrafalario con ojos antiguos. Me dedico a escribir, aunque últimamente solo creo basura. Me paso por el arco del triunfo lo que algunos gafapastas dicen sobre la creatividad cuando aseguran que hay que estar destrozado o drogado para perfilar una buena historia. Yo me siento como el culo, todos los días son una repetición del anterior, y soy incapaz de escribir algo coherente, hasta esta mierda que ahora estoy creando me da asco. Para escribir bien hay que estar contento, te puede salir una comedia o un dramón, pero hay que quererse, coger al toro por los cuernos y desternillarse del reflejo que uno contempla en el espejo. En este momento de mi vida no quiero recuerdos, quiero un presente y un futuro, por eso no escribo, porque ya he utilizado todos mis recuerdos. La gente no me interesa, pero es necesaria a la hora de acumular historias, tener un presente y cimentar un futuro. Al no salir de casa ni tener amigos, no puedo crear y lo único que consigo es plagiarme a mí mismo, hasta me muero de aburrimiento cuando leo por enésima vez idénticas tramas y argumentos.
El reconocimiento procede primero de uno mismo. Amo estas frases de psicología de saldo a lo Paulo Coelho similares a las que empleaba mi psiquiatra. Tanto tiempo solo hace que sea presa de la publicidad que uno lee en Internet. Ando metido en mi burbuja de cristal sin enterarme de lo que sucede a un palmo de mis narices, es la abstracción máxima, pero tiene su lado positivo porque así no sufro. Pretendo encontrar la verdad donde solo existe ficción. Eso es lo que dice mi padre, pero es muy mayor y no rige, de manera que no le hago caso. La imaginación es mi mejor aliado. Si no me creo mis propias fantasías y doy por válidos mis espejismos difícilmente puedo hacer creíbles mis historias, en especial mi propia historia personal. Es otra de las frases de mi padre.
Muchos piensan que soy una persona normal que a veces está deprimida cuando, en realidad, soy un depresivo que, de vez en cuando, parece normal. Rodeado de personas que me ven así, ¿cómo voy a progresar? Es imposible. La gente es una porquería, no la aguanto, no me aporta nada, es básica y obtusa.
Pero es lo único que tenemos.
Sí, papá, ya te he oído…
Me saca de quicio que intenten darme pastillas porque la infelicidad no puede sobornarse. Es lo que intentaba hacer mi terapeuta. También me saca de quicio que esperen que me comporte como una persona normal porque no lo soy ni quiero serlo. Si se teme al mañana es porque no se sabe construir el presente y, cuando no se sabe construir el presente, uno se dice a sí mismo que podrá hacerlo mañana y entonces ya está perdido porque el mañana siempre termina por convertirse en hoy. Qué putada.
A menudo pienso que tengo como bandera la incomprensión y el desencaje vital, me siento alejado de unos congéneres que no me entienden. Tengo la impresión de que he traspasado los límites de la realidad, confundiéndola con la ficción.
Al final, papá, vas a tener razón con esto de la ficción.
Mi padre suele decir que el sueño que más miedo provoca es atreverse a vivir. Me lo asegura en sueños porque hace tiempo que se fue. Cuando me lo imagino a mi lado no sueño con agua turbia sino con cascadas transparentes, él me espera en la ribera de un río y yo acudo nadando a su encuentro, como el final de Big Fish. En esas ensoñaciones suele invadirme una pequeña sensación de optimismo. Uno de mis yoes me anima a salir del hoyo, me agarra ambos brazos y me zarandea. Puede que la mente nos juegue malas pasadas. Cuando ve que podemos ser felices, recurre a la estrategia de hacernos sentir inferiores. Algo te dice que no eres tan especial como para merecer un momento de alegría y te llenas de remordimientos, con lo que no disfrutas de ese instante. Eso dice mi padre en sueños. También dice que es mucho más difícil ser feliz que vivir en un estado anestesiado como el mío porque la felicidad atemoriza.
Otro de mis yoes asegura… ¡Basta! No puedo más. Que se jodan mis yoes internos, muertos emocionales que viven encadenados a la nada. Voy a ser feliz solo para molestar. He sufrido de un modo atroz sin tener un verdadero motivo, como si fuese una víctima propiciatoria. Estoy muy cansado. Quiero que aflore el yo real y pare de decir estupideces, que asuma que mi padre está muerto, que me quiso en vida pero que se fue, que no pasa nada, que ahí fuera hay cosas que merecen la pena. La primera, yo mismo. Porque, después de todo, y a pesar de este abrupto final para este inconexo relato, como dice Escarlata, mañana será otro día…
FIN
@eduvilades
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