Entrevista a Javier Herreros Martínez. “Prisioneros de la madrugada”
Entrevista a Javier Herreros Martínez. “Prisioneros de la madrugada”
Javier Herreros Martínez es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el instituto Vega del Jarama, de San Fernando. Ha publicado el libro de poemas Las huellas imborrables y la novela Prisioneros de la madrugada, que gira en torno a la noche del intento de Golpe de Estado del 23F de 1981 y en la que se centran las preguntas de esta entrevista.
Adentrémonos en la novela, que tiene como eje principal el intento del Golpe de Estado del 23F. ¿Cómo surge la idea de esta temática para la novela? Es una temática que, aunque sea de un episodio de gran relevancia de los últimos cuarenta, cincuenta años, no se ha novelado mucho, no se ha producido una literatura muy destacable. ¿Cómo surge la idea?
De forma consciente, la idea que vertebra la novela surge a principios de octubre de 2020. Viene de un interés por la historia de España y un acercamiento a un acontecimiento tan importante como la intentona golpista de febrero del 81. A nivel artístico, yo planteé cómo la sociedad española de aquel tiempo pudo vivir el golpe y de ahí que crease personajes que perteneciesen a diversos ámbitos de la España de principios de los 80: política, cultura, ocio, religión. A nivel emocional, que básicamente creo que es el nivel principal en que se mueve cualquier obra literaria, todo viene inspirado por mi hermano Jorge, la persona que más quiero en el mundo, que desde muy pequeñito me acercó al mundo de los libros, películas, obras teatrales. La obra va dedicada a su memoria. Está en los agradecimientos, en múltiples tramas, en personajes, en diálogos, en múltiples fragmentos de la novela. A nivel histórico, creo que hay algo decisivo que está en la asignatura Estructura Constitucional del Estado Español, del año 2004-2005 en Periodismo. Una profesora, que lamentablemente falleció a los pocos años, pidió un trabajo en relación con su materia. Yo no tenía mucha idea de Derecho, de procesos judiciales, de leyes. En una entrevista con ella, le comenté que siempre, desde muy joven, me había interesado el movimiento obrero. Ella me dijo que podía investigar el Proceso 1001. Yo, siendo muy jovencito, con 21 años, hice un trabajo sobre el 1001 y me di cuenta de la lucha de varios sindicalistas de la España en los 70 por el retorno de las libertades y de la democracia a España. Sin ser yo consciente, a lo mejor la novela se comenzó a gestar desde aquel año 2004-2005. Luego en Lengua y Literatura Españolas, en la UNED, leí mucho sobre la historia de España del siglo XX y el propio TFG giró en torno a La forja de un rebelde, de Arturo Barea. Hubo un acercamiento durante unos 20 años a la historia de España en múltiples líneas: cine, novela, teatro, historia, política. El humilde resultado es la novela. Hay muchas cosas de las que somos más conscientes en una creación literaria y otras de las que apenas meditamos mucho.
En relación con esto, quiero preguntarte un poco por el proceso de creación narrativa. Hemos hablado ya del germen. Ahora quiero que me intentes comentar un poco el proceso de escritura, cómo fue: ¿tuvo una gestación breve, larga, complicada, fluida?
De la creación narrativa, al trabajar entre semana en el instituto, a veces algunas tardes me documentaba viendo documentales, escuchando programas de radio, acudiendo a bibliotecas, consultando recursos digitales. La escritura fue los fines de semana. Empezaba los viernes por la tarde y también dedicaba sábados y domingos. Fueron 6 meses exactos, entre el 9 de octubre de 2020 y el 9 de abril de 2021. Cuando escribía, como son capítulos narrados por diversos personajes, cada día de escritura escribía un capítulo. Hay capítulos, por ejemplo alguno de Jesús o alguno de Pedro, que me llevaban varios días, sesiones. Otros los escribía en una tarde. Pero no solo es la escritura, sino toda la documentación previa que hacía en diversos momentos entre semana. Dentro de los cuatro personajes, hay dos bloques: el de personajes jóvenes, Juan y Alba; y el de los adultos, Pedro y Jesús. Alba representa el mundo de la cultura, de los estudios, el acceso de la mujer española a la universidad; Juan representa el ocio, la alegría de la juventud, la afición del Atlético de Madrid (soy del Atleti y hay un homenaje al Atleti de finales de los 70 y principios de los 80 y al antiguo estadio Vicente Calderón). Por otro lado, los personajes adultos son Pedro, que pertenece al Partido Comunista y que trabaja de conductor de Metro en la Línea 1; y Jesús, que es el párroco de la iglesia La Esperanza del barrio de Lavapiés. En Pedro y Jesús reside la parte más política, social y religiosa de la obra. En el personaje de Pedro hay un homenaje a lo que fue la lucha del PCE en los años de la Transición. A mi modo de ver, fue el partido decisivo para que hubiese una democracia en España. Es un homenaje también crítico porque no soy marxista ni comunista, pero sí valoro los méritos, el trabajo y la labor del PCE en esos años. Me considero un demócrata de izquierdas y planteo una defensa del sistema democrático y parlamentario. Dentro de una óptica democrática de izquierdas también son importantes las huellas del anarquismo, que siempre me ha interesado mucho, desde joven. No tanto a nivel teórico o político, aunque cuando era joven leí algo de Malatesta o Bakunin. No es tanto el corpus político, sino el corpus ético de rechazo al poder y de defensa de la libertad de los individuos. Intento que mis personajes sean propios e individuales y ricos en sí mismos. Aunque mantengan concepciones solidarias o socialistas del mundo, los personajes se mueven por una óptima humana, de sencillez, bondad. La política, en ningún caso, condiciona el trato con los demás. Buscaba con los dos grupos de personajes un equilibrio entre los capítulos relacionados con la historia de amor, el cine, el Atleti, el deporte, los conciertos, la música, y los pasajes de contenido histórico, político, social, religioso. Ese ha sido uno de mis propósitos y serán los lectores los que digan si lo he podido conseguir o no, cuando lean la obra.
Quería hacerte una última pregunta, de cierre. Decía Chirbes que todo arte es releer el arte. ¿Tú qué arte has releído? ¿Qué influencias, qué escritores, te han llevado a escribir esta obra?
La mayor influencia a nivel narrativo es Miguel Delibes, que era el escritor que más admiraba mi hermano Jorge. Yo recuerdo que cuando tenía 9-10 años mi hermano ya tenía en casa una biblioteca muy amplia de Delibes. Recuerdo que la novela que más me maravilló en la niñez la leí gracias a mi hermano y fue El camino. Digamos que es la influencia clave. Por hablar de novelas concretas de Delibes, creo que no hubiera podido escribir Prisioneros de la madrugada sin la huella, sin la luz, de Los santos inocentes, que considero que es la obra cumbre del novelista de Valladolid. Para mí, es básico en personajes, en diálogos, en tramas. A nivel poético, los grandes: Cernuda, que tiene una cita que abre la novela, Machado y Ángel González, que recorren la obra en diversos momentos. Influencia muy especial y determinante de un inmenso poeta hispanoamericano, de Perú, César Vallejo. También de una tradición del tratamiento colectivo de los personajes, que está en obras de teatro de Rodríguez Méndez, autor sobre el que hizo la tesis mi hermano Jorge, y autores como Antonio Buero Vallejo o Fernando Fernán Gómez. En la parte cinematográfica, hay algunos pasajes donde hay una influencia bastante notable del cine de Berlanga, de películas como La vaquilla o Calabuch. También hay un tratamiento de humor: el cine de Berlanga se nota.
Fragmento de Prisioneros de la madrugada
«Estos tíos están locos», fue mi primer pensamiento. Parecía una tarde de lunes normal de una semana normal de febrero. Yo estaba preparando las tazas de los cafés, alineándolas en la barra. Cada una con su cucharilla y su sobrecito de azúcar. A partir de las 19.00 suele venir bastante gente a tomarse su café caliente, que sienta de perlas en invierno. En una mesa, una de las tradicionales partidas de mus del barrio: Chema y Luis frente a Ernesto y Tomás. Tenía la radio encendida: ponían la sesión del Congreso. De pronto, un poco antes de las 18.30, escuché que irrumpieron en la sala de los diputados unos guardias civiles con muy malos modos. El locutor informaba que, entre los asaltantes, un hombre bigotudo daba grandes voces y disparaba al techo. En el bar nos asustamos. Oímos los disparos en el transistor. Contaba el periodista que todos los políticos, menos Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, se habían escondido bajo sus butacas.
La partida de mus se acabó, repentinamente. Con el sonido de las balas, los cuatro jugadores se levantaron. No prestaban atención a la radio, pero a raíz de las ráfagas supieron que algo grave ocurría. Chema, el panadero, y Luis, el de la Caja de Ahorros, se encontraban a punto de ganar. Iban 3-1, y con varios amarracos de ventaja en el nuevo juego. Sorprendente, porque a menudo Ernesto, el electricista, y Tomás, el albañil, les mojan la oreja. Pagaron de forma rápida las consumiciones y, con el rostro temeroso, se fueron a sus casas. Me quedé solo en el bar. No sabía qué hacer. El señor Antonio había trabajado por la mañana, y yo había entrado tras las comidas, a las 16.00. Nos solemos rotar en los turnos. Hay semanas que yo abro el bar y otras que lo cierro. En breve, vendría Fernando, el cocinero portugués, para preparar las raciones que piden los clientes a partir de las 20.00: los calamares, los huevos rotos con jamón, la oreja a la pancha, el chorizo a la sidra, los zarajos.
Pensé en Alba, que me había dicho que se quedaba en la facultad después de las clases, en la biblioteca. Quería ponerse con un trabajo acerca de uno de los poetas que ella lee, y que nombra con frecuencia, un tal Cernuda. Yo en ocasiones pienso que si habrá algún escritor o algún músico que esta chica no conozca. Es increíble. Una enciclopedia. Tan buena, tan encantadora, tan guapa. Tenía miedo. Ella no militaba en ningún partido, pero había participado en varias reuniones y actividades de los grupos socialistas de la universidad. Le encantaba Tierno Galván, el alcalde de Madrid, al que Alba y muchos denominaban el «viejo profesor». Alba, Alba, Alba. No dejaba de pensar en sus cabellos y en su sonrisa. ¿Cómo estaría? ¿Se habría enterado de lo que estaba sucediendo en el Congreso? ¿Permanecería en la biblioteca o se hallaría en otro lugar? Una niebla lo invadía todo.
Y pensé en Pedro, mi mejor amigo, conductor de Metro, un luchador. Muy reivindicativo. Comunista, militante del PCE y de Comisiones Obreras. Había luchado durante años contra Franco y ahora seguía luchando por la democracia y los derechos de los trabajadores. Temí por él. A causa de su compromiso político, Pedro podía estar expuesto a la violencia de salvajes como los que habían asaltado el Congreso. ¿Cómo podía estar ocurriendo esto, en 1981? Un desfase. A mí la política no me gusta, no la veo clara ni la entiendo. Yo nací en 1956 y en el colegio nos obligaban a cantar el Cara al sol, y lo cantábamos sin saber muy bien por qué. Era algo obligatorio. No lo cuestionábamos. Desde principios de los 60, personas como Pedro se empezaron a cuestionar las cosas. Aquí teníamos un dictador, y en Francia o en Italia o en Inglaterra elegían a sus gobernantes en elecciones. Una dictadura larga, que parecía inacabable. Pero Franco murió hace casi seis años, y con mucho sufrimiento, muchas pérdidas y mucho sacrificio, ahora tenemos un sistema democrático. Podemos elegir el partido que votamos, el periódico que leemos, la radio que oímos. Una democracia joven, que esa tarde de febrero unos sujetos con tricornio estaban secuestrando. Un secuestro basado en las armas y el odio.
Alba y Pedro. Mi novia, con la que salía desde hace algo más de un año, y mi querido amigo. Ellos eran el centro de mis preocupaciones. Decidí cerrar el bar. La decisión más conveniente, la más segura. Conté el poco dinero de la caja y lo guardé en uno de los bolsillos de mi mochila. Desenchufé la máquina tragaperras y la de tabaco, y cuando, ya en la calle, echaba el cerrojo principal, llegó Fernando. Le conté lo que ocurría, nervioso. Él no podía entender que en España los militares estuviesen intentando ahogar la democracia mientras que en Portugal habían ayudado a impulsarla. Me despedí de él sin saber si lo volvería a ver en los días siguientes, o quizá semanas, o quizá meses, o quizá años. Cuánta confusión. Yo vivía en un piso alquilado de la calle Ave María, pero decidí ir al hogar de Jesús, otro gran amigo, el cura del barrio. La plaza de Lavapiés, a las 19.30 de la tarde de aquel lunes aciago, era un espacio vacío. Ningún vecino, ningún coche. Silencio y viento. Al dirigirme a la iglesia, me até los botones de la chupa vaquera, y sentí el agobio por desconocer el futuro de mi país y el paradero de Alba y Pedro: ¿estarían a salvo?