Retrato irónico de una vieja España. «El misterio de la cripta embrujada», de Eduardo Mendoza
Retrato irónico de una vieja España. «El misterio de la cripta embrujada», de Eduardo Mendoza
Eduardo Mendoza no se define a sí mismo como escritor: “yo no pongo nunca escritor en esa hojita que nos dan en los aviones, por ejemplo, donde pone profesión”. Sin embargo, con sus dos primeras novelas demostró una maestría autorial digna de los mejores maestros. Tras La verdad sobre el caso Savolta, que supone un cambio y las ganas del autor por contar una historia, frente a la tradición anterior, El misterio de la cripta embrujada es, para el propio Mendoza, una “novela de avión”, corta, ligera y fácil de leer. No obstante, su hilaridad, su sencillez y su brevedad no le restan un ápice de interés ni de ingenio; un ingenio que retrata con estupendo acierto la Barcelona preposfranquista, como su protagonista indicará en alguna ocasión.
Un protagonista rescatado de los bajos fondos barceloneses, loco de remate, obsesionado con su psiquiatra y obligado inverosímilmente a resolver un caso que ha desconcertado a la anquilosada policía española, como lo hizo cinco años atrás un suceso parecido. Guiado por su intuición —y por una buena dosis de picaresca—, nuestro improvisado detective recorrerá los más sórdidos ambientes barceloneses, experimentará los imprevistos más insospechados y seguirá las pistas más extrañas para tratar de esclarecer los sucesos que tanto atormentan a la policía.
Bajo el paraguas de una novela de detectives, Mendoza despliega una serie de artimañas que impiden leer de manera realista la novela. Tras el contexto histórico verosímil, al que ya hemos aludido, aparecen guiños irónicos a la transición (“con Franco vivíamos mejor”, dirá el jardinero) o a la policía (“con la celeridad que caracterizaba a las fuerzas del orden” comentará el propio comisario Flores, modelo del policía viejo y anticuado). A esto se le suma un marcado interés por lo erótico, lo escatológico y lo escabroso, con que el autor se mofa de la corrección de las élites de esa España prepostfranquista que, para evitar decir que nuestro protagonista —del que no sabemos ni su nombre a pesar de un par de intentonas hábilmente frustradas por Mendoza— está loco, se refieren a él como “sujeto”, “espécimen” o “ejemplar”.
Pues bien, nuestro espécimen —en consonancia con la ironía de Mendoza— contrasta su lengua vulgar, soez, con parlamentos administrativizantes o con referencias a la literatura áurea. Precisamente, Mendoza recurre a la novela cervantina para administrar su ironía y que nada de lo que escriba pueda considerarse in recto sensu. Pero también recurre a él para presentar episodios independientes de la historia principal que nos recuerdan a las pequeñas novelas insertas en el Quijote. Además, formalmente destaca por la aparición de un narrador en 1.ª persona que nos ofrece su punto de vista personalísimo de lo que pasa (y, aunque está loco, como lectores nos debemos fiar de él) en una alusión a la novela picaresca, donde un joven sin recursos trata de salir del paso a todos los problemas que se le plantean, en una situación no muy distinta de la que vive nuestro improvisado detective.
El tema del libro, un retrato de la Barcelona de la transición, oculto en medio del asunto detectivesco, permite mostrar la sorna de Eduardo Mendoza para con una España anticuada, con reminiscencias del aún humeante franquismo, del que se queja amargamente por medio de la sátira. De alguna manera, nuestro loco detective, el raro, el olvidado, es la esperanza de ese mundo decadente, pero como figura que se rebela contra él y no acepta sus normas. Es quien consigue burlarse del franquismo y de lo que supone, y quien logra superar el franquismo al dejar atrás el psiquiátrico donde lo han internado. En medio del desconcierto y de la parodia emerge esa esperanza de algo mejor para aquel “personaje” tomado por loco.
Bajo la aparente simpleza de El misterio de la cripta embrujada se esconde una interesante radiografía de la Barcelona de la transición, realizada por medio de la burla y la ironía, y gracias al testimonio de un detective improvisado y tomado por loco. Quien quiera aprovechar su lectura deberá prestar atención a estos aspectos, aunque, de no hacerlo, al menos disfrutará de un interesante y divertidísimo rato gracias a esta “novela de avión” que seguramente sea una referencia de la policíaca española y una referencia en el marco de la narrativa de Eduardo Mendoza.