La literatura no puede contarse. “Volar a casa”, de Daniel Monedero
La literatura no puede contarse. “Volar a casa”, de Daniel Monedero
Volar a casa, Daniel Monedero
Madrid, Páginas de Espuma
161 páginas, 16,14 euros

Desde un punto de vista formal, la metaficción presenta dos posibilidades. Primero, revela su arquitectura interior y sus estructuras, explicita los mecanismos que la hacen funcionar. De esta manera, quien lee se hace cómplice del texto, incluso de la escritura. Aquí surge la segunda posibilidad: el lector acaba por participar activamente en la creación, adquiere consciencia de cómo él es una pieza clave dentro del artefacto textual. Lo curioso de Volar a casa, de Daniel Monedero, es que logra esto sin necesidad de explicitar la cualidad metaficticia de los cinco relatos que conforman el volumen. En otras palabras, los personajes no son conscientes de ser ficciones ni los narradores quiebran el fluir de la prosa con reflexiones metaliterarias.
La excepción a este principio sería el texto inicial, “Ornitología ilustrada”, en el que una voz comienza relatando la historia de una mujer que se tatúa pájaros y acaba confesando sus propias confusiones de narrador. La imprecisión y el intencionado desorden sirven como apertura interpretativa. Al formular combinaciones diversas en torno a la misma historia, es posible rehacerla incontables veces. “Emily Dickinson”, el segundo relato, traza una narración más tradicional, en la que una chica resume los días finales de su padre. Aun así, no faltan guiños metaficcionales. Por ejemplo, la banda de punk que la protagonista tuvo en su adolescencia lleva el nombre de la poeta que da título al texto. En “Un cuento perfecto” aparece lo que es, probablemente, el tema central del libro de Monedero: la literatura como algo inabarcable. En este texto, una joven americana se muda a Nueva York para escribir una obra maestra. Su búsqueda, que acaba por ser una indagación vital, deviene en una serie de situaciones que perfilan una visión concreta de la literatura. “Llueven Kafkas” presenta una situación imposible (literalmente, la descrita en el título) cuya carga metaliteraria dialoga con la totalidad del volumen. Finalmente, “Alta literatura coreana” invierte la fórmula que se presenta en “Un cuento perfecto”, la búsqueda en este caso es por el autor genial, encarnado en un chico coreano cuya destreza como escritor, para el narrador protagonista, resulta tan sorpresiva como revitalizante.
Volar a casa es, sobre todo, un juego. Quien se adentra en las páginas de este volumen se sumerge en un mundo literario en el que los protagonistas poseen una existencia irónica. Son inconscientes de su carácter ficcional y, al mismo tiempo, su forma de vivir, de pensar y de narrar hace tangible la cualidad literaria de los relatos. La metaficción se estructura de forma sutil o encubierta, como diría Linda Hutcheon. Sin decir nada, revelan el aparataje literario, lo desarman y lo dejan en las manos del lector para que lo rearme como mejor le parezca. Son personajes que se mueven en el límite de la ficción y, al hacerlo, cuestionan la existencia de estas fronteras.
Esta es la fuerza del carácter lúdico del libro de Monedero: los aspectos formales de la metaficción proyectan reflexiones que, en un segundo nivel, acaban por interpelar a quien lee. El lector es invitado a imitar a los protagonistas de los relatos, a buscar la literatura que podría, quizá, dar sentido a una realidad absurda. También, a observar cómo la ficción invade el mundo extratextual, cómo las puertas que abre la escritura son, simultáneamente, posibilidades existenciales que afectan la percepción de lo real. Desde esta óptica, hay algo que recuerda a la literatura de Enrique Vila-Matas, una forma de ver la narrativa como artefacto, incluso como un juguete que está a la disposición de quien desee entrar en el juego.