La literatura oral: inmortal y sin fronteras. Entrevista a Ana Cristina Herreros
La literatura oral: inmortal y sin fronteras. Entrevista a Ana Cristina Herreros
Ana Cristina Herreros (León, 1965) es filóloga y especialista en literatura tradicional. Con el nombre de Ana Griott se la conoce por su labor de narradora oral a nivel internacional. La editorial Siruela ha publicado siete de sus libros, entre los que podemos encontrar títulos como Libro de monstruos españoles (2008) o Cuentos populares de la Madre Muerte (2011). En la actualidad dirige la editorial Libros de las Malas Compañías, fundada en 2014, un proyecto propio con la aspiración de “plantear un proyecto diferente”. En su catálogo existen diferentes series: la Serie Negra recopila la memoria oral en comunidades negras; La gente también cuenta trata de visibilizar a colectivos invisibilizados, o situaciones que no se quieren mirar o de las que no se quiere hablar; o Cuentos antiguos, que “rescatan del silencio los cuentos tradicionales, los cuentos que se oían en las noches sin televisión”.
Fotografía de Soledad Felloza.
Muchas gracias, Ana, por prestarnos tu tiempo y tu voz, te deseamos mucha suerte con tus múltiples proyectos. Y gracias también a José Manuel Pedrosa por ayudarnos a que esta entrevista fuese posible.
En una entrevista a El País Semanal comenta que el proyecto de su editorial Libros de las Malas Compañías “surge por una cuestión de amor”, por el deseo de crear “una editorial en la que las cosas fuesen diferentes”, en la que el cuidado de todo el proceso y de todos aquellos y aquellas que participan en él es esencial. ¿Alberga la esperanza de que su proyecto pueda constituirse como un ejemplo a seguir, como una respuesta a la violencia del mercado actual?
Vivimos en un tiempo en que un título habitualmente no sobrevive más de 7 años porque, pasado ese tiempo, es destruido. Antes se quemaban, ahora se pican para hacer papelote. Hacienda alienta esta práctica bonificando la destrucción con la devolución del 4% de IVA, lo cual ha convertido la destrucción de libros en un negocio más.
Vivimos en un tiempo en que los mecanismos de la distribución, y su continua necesidad de novedades, provocan que los libros no estén en las mesas de las librerías más de 3 meses. Luego se devuelven al distribuidor, y este los devuelve al editor, que o los almacena, o los salda, o los destruye, porque no tiene ninguna posibilidad de volver a colocarlos en las librerías y no cuenta con canales alternativos.
Vivimos en un tiempo en el que las grandes luchas se han convertido en un nicho de mercado: la igualdad de género, los derechos de la infancia, los derechos de las comunidades tradicionalmente excluidas por su opción sexual. De todos es sabido que, en el mundo, según el barómetro de la lectura, el lector es lectora. De todos es sabido que en medio de la crisis del 2008 las únicas ventas que no cayeron en el mercado editorial fueron las que generó la literatura infantil y juvenil. De todos es sabido que la comunidad LGTB tiene más capacidad adquisitiva. Este contexto hace que los catálogos editoriales se llenen de subproductos literarios en los que lo más importante no es su calidad literaria sino llegar a estos nichos de mercado.
Vivimos en un tiempo en que las lógicas de mercado son tan despiadadas que los editores, para sobrevivir, imprimen en países que no tienen legislación laboral ni medioambiental: usan mano de obra esclava, o casi esclava, y vierten sus tóxicos residuos en ríos y mares, por no hablar de la deforestación del Amazonas o de África para hacer papel. Las leyes de la supervivencia hacen que el margen comercial esté por encima de la ética, que se mire a otro lado.
Ante esta situación, Libros de las Malas Compañías busca emprender una actividad editorial intentando existir de otra manera, mostrando que se pueden hacer las cosas de otra manera, que se deben hacer de otra manera. Nos va el planeta y la vida en ello. Nuestra editorial publica libros de fondo, que aspiran a permanecer en el tiempo. En cada contrato que firmamos hay una cláusula en la que nos comprometemos a no destruir un solo ejemplar. Los libros que regresan dañados son donados a lugares donde son bien recibidos: hospitales, asociaciones de colectivos que no tienen acceso a los libros… Cuidamos los libros hasta cuando llegan heridos, y no destruimos, construimos comunidades lectoras. Cuidamos los libros. Además, distribuimos directamente a las librerías. Tenemos 200 librerías amigas que tienen nuestros libros, y todas, sin distinción de tamaño ni de antigüedad, tienen el mismo contrato, las mismas condiciones. Por eso, porque no aceptamos márgenes abusivos, no vendemos en grandes superficies. Nuestros libros no van y vienen del almacén a la librería, sino que permanecen en las librerías que apuestan por nuestro fondo. Cuidamos a la librera, porque las pequeñas librerías suelen estar gestionados por mujeres. No publicamos eso que se ha dado en llamar “literatura femenina” –libros escritos para nosotras, no necesariamente por nosotras–, porque creemos que una mujer puede leer lo que le dé la gana, y una niña, también. Por eso hacemos libros sin etiquetas etarias. Libros que crecen con quienes los leen, libros con una doble lectura, la que permite la ambigüedad que ha de tener todo texto literario, tal como decía Jakobson. No hacemos libros para, hacemos libros con. Nuestra colección “La gente también cuenta” alberga un libro sobre la guerra y los refugiados, que es el testimonio de un sobreviviente a un bombardeo en Aleppo (Siria). Y el libro de la gente sin hogar también cuenta, lo ha escrito e ilustrado la gente sin hogar de un albergue de Madrid. Financiamos con un porcentaje nada desdeñable de la venta de nuestra Serie Negra un proyecto de alfabetización en la Baja Casamance, y apoyamos a la red de profesores que imparten español en Senegal, también apoyamos a la comunidad con albinismo de Mozambique con el proyecto “Una máquina para coser la esperanza”. Cuidamos a la gente, sobre todo a los más invisibilizados, a los más silentes.

¿Qué proyectos tienen ahora?
En breve nos vamos a Camerún a escuchar a los pigmeos baka, una gente expulsada de su bosque, que se ha vendido para hacer papel, y alcoholizada con fines turísticos: están más dispuestos a cantar si están borrachos. Nos vamos con una ONG, Zerca y lejos, que tienen en el terreno una red de escuelas que buscan salvar a esta gente con lo único que nos va a salvar: la educación y la cultura.
También en breve publicaremos un libro de Pablo Caracol: Hogar, creado después de un proceso de inmersión con la comunidad de gente sin hogar. Y a la vez un artefacto literario escrito e ilustrado por las personas sin hogar del alberge San Isidro, gestionado por la fundación San Martín de Porres. La gente sin hogar ha dibujado con boli qué es para ellos un hogar. Esos dibujos los convertiremos en tarjetas postales donde una persona sin hogar escribirá una carta a quien quiera recibirla, y en el paquete irán también postales sin texto para quien quiera escribir a una persona sin hogar. El objetivo es que estas Navidades todas las personas sin hogar que lo deseen tengan carta.
En la Serie Negra recogéis todo vuestro trabajo de recuperación de la memoria oral en comunidades negras, tanto africanas como hispanoamericanas. Sabiendo que, por desgracia, en dichas comunidades las mujeres no disfrutan de los mismos derechos que nosotras hemos conseguido conquistar, ¿cómo es el trabajo de una investigadora en estos lugares? ¿Ha sufrido problemas o impedimentos, por su condición de mujer, que sus colegas varones no hayan experimentado a la hora de realizar el trabajo de campo? En caso afirmativo, ¿qué les recomendaría a las jóvenes que deseasen dedicarse a este tipo de investigaciones?
En este tipo de trabajo de recopilación y con estos colectivos ser mujer es una ventaja. Nosotras somos las dueñas de la palabra, las que levantamos la voz en las cocinas o ante los fuegos mientras los pucheros hierven, las que acompañamos con nuestras historias los lechos de los dolientes o las largas noches en que se acompaña a los que acaban de irse, a los que acaban de volver a ser tierra. A nadie le extraña que una mujer se siente ante el fuego a escuchar, a nadie le extraña que una mujer se agache ante un niño a escuchar, a nadie le extraña que una mujer se siente ante la más anciana a escuchar. Somos las dueñas de la palabra y de la escucha. Lo difícil es conseguir, con tus parámetros culturales, crear el espacio íntimo necesario para la palabra. En Senegal es mirar al fuego, no mirar directamente a quien cuenta, asentir con la cabeza o pronunciar las palabras que ponen en marcha el cuento: Ayambeeeeee («te escucho»). En el Sáhara es jugar con las mujeres (y perder), el juego rompe las barreras que levanta el color de tu piel. En Mozambique es pronunciar las palabras que hacen que quien cuenta sepa que estás atenta, que escuchas, caringana, en cuanto el narrador se para. Con las mujeres gitanas es apagar la luz, crear un espacio de penumbra, recrear la noche, el momento de los cuentos.

Que no son tan distintas de las nuestras, que es posible oír un cuento que alerta sobre no buscar un hombre perfecto tanto a una mujer inuit como a una mujer de Senegal, porque lo humano no sabe de países, no sabe de fronteras. Que lo que nos conmueve, lo que nos disgusta, lo que nos hace infelices o felices es lo mismo, sujeto a variantes, como los cuentos, pero lo mismo. Que lo que nos hace humamos es la capacidad de fabular, eso que llamamos “literatura”.
Lo que nunca ha muerto no puede renacer. La literatura oral es la única literatura, hoy en día, de la mayor parte del mundo. En África hay más de 2000 lenguas y casi ninguna se escribe. El saber, los cuentos, la educación, la cultura, todo es de transmisión oral. Incluso en nuestras sociedades de oralidad secundaria el primer contacto con la literatura es oral: nuestra madre que nos estira dedito a dedito mientras dice: “Este encontró un huevo, / este fue por leña, / este encendió el fuego, / este lo frió / y este regordete todo, todo, se lo comió”. Nuestra madre cantando una nana mientras nos mece para dormirnos. Nuestra madre contando mientras arden los carbones en la cocina económica. Mi nieta que me pregunta si conozco la historia del loco que se esconde debajo de la cama y te lame la mano para hacerse pasar por el perro, una leyenda urbana de amplia vida tradicional. La literatura oral no ha muerto ni morirá, surgió con los primeros hombres y mujeres cuando aprendían a ser humanos y permanecerá mientras haya alguien que tome la palabra. Los audiolibros y su floreciente mercado son buena prueba de la necesidad que tenemos de palabra, de palabra sonora, de decir y de escuchar.
«Lo que nos hace humamos es la capacidad de fabular, eso que llamamos literatura«