Poema XI, de “Escrito en Tuxtla” (2022)

por Mar 24, 2023

Poema XI, de “Escrito en Tuxtla” (2022)

por

Sí, para no perdernos

                 en el círculo que comenzamos

                 a trazar hace ya tantos ratos,

                 dentro de él escandalizamos

                 un rato, luego lo rompemos

                 y nos alejamos

                               y nos separamos, otras

 

  flores vuelven asomarse, algo pálidas, a muchos kilómetros de distancia.

¿En dónde se asoman? ¿En dónde se hunden al asomarse? ¿En el hueco entre

                        tú y yo en la cama vacía?

          ―Lo insoportable culmina su reino, la calma es tendida: una sábana blanca―.

 

Un viento largo me cubre, algo arrugado, con olor a pájaro tronador,

                  ahora algo de ese olor se va a materializar, va a aparecer detrás

de mí, ahora empujándome con su pequeña cabeza donde estoy dormido,

               (se me durmió el gallo, digo, no pude despertar a tiempo, quería ver la salida

del sol, aplaudirle desde la azotea). Mis nervios han recuperado sus funciones.

 

         Ahora el viento me dice algo que no comprendo, me vuelvo a dormir

hasta mañana, esta imagen se congela, hasta llegar a la parálisis total,

                              sustituida por otra que también se va a paralizar, en el alto del semáforo

espero que todo se consuma, especulo cómo vamos a ser de aquí

           a 47 años, la emergencia total de aquí a 47 años, tan insignificante tiempo

peligroso, sin control, al que se llegará berreando, con mascarillas, de éxodo

                      en éxodo: tendrá uno que ir sosteniendo paredes.

 

 (Apártate, déjame verte a los ojos, por tus tatuajes eres de otro continente.

 ¿Cómo se llama tu país? ¿Dónde están tus familiares? ¿Cuál es tu nombre?

 Nada más recuerdo que llevé a las yeguas humeantes al mar para bañarlas,

 pasé por la cueva de los cíclopes construida por el eterno golpe de las olas,

 abrigo de sirenas y náufragos sacrificados, apártame, déjame en la arena).

 ***

Para continuar releo el bloque anterior, pero la presencia de David Bowie

me lleva al tema de las transformaciones, de las yuxtaposiciones, parece decirme,

                 aquí es donde estamos,

       aquí es donde estoy, me impacienta el futuro de donde estoy, nos movemos

a velocidades distintas, con distintos deseos y necesidades, ambiciones, ideales,

me impacienta su halo, me estorba, su música es tan triste, una ilusión efímera, ingenua.

 

      Estaciono el carro entre dos líneas blancas, subo el volumen del radio,

un ramo de flores tristes me hace parpadear, la vida está llena de flores tristes,

      como los trajes de Bowie,

                   camisas, faldas, con rostros, con senos, entristeciendo al que lo ve, escucha,

        causando que el ritmo cardíaco caiga a 40 latidos por minuto, esa música floral

al quitarse la camisa, al alzarse la falda, expuesto a una sobredosis de belleza,

   en cada una de las etapas poéticas en las que se desdobló.

 

Escucho y veo al Duque Blanco adaptar su alienígena personalidad para los tristes,

     sus fans, también camaleones…

                      …fue una cosa, un fetiche, una mercancía imbuida de deseo, una máquina

metafísica, al resucitar más allá de la miseria de su propio final, fue la mujer estéril

 

       con muchos hijos, yendo siempre por delante de otras vidas, explorando impulsos

simultáneos, los que afloraron y los que no afloraron.

 

Lo veo que extiende sus alas de espejos, que mantuvo plegadas a ambos lados

      de su cuerpo, desde que nació. Lo veo que vuela muy despacio,

                        más despacio de lo que crece la hierba.

 

Así como la naturaleza no se guarda ningún color,

ningún color se guardó ese Lázaro en el armario: oh, seré libre.

 

 

(Estoy acostumbrado a ver muchos colores,

y caigo hacia atrás, entre dos líneas blancas,

víctima del síndrome que atormentó al rey Lear:

“El amor se entibia, la amistad se extingue,

se enfrentan los hermanos; en las ciudades,

rebeliones; en los campos, discordias; traición

en los palacios; roto está el plazo que une

a padres y a hijos”.

Como Gloucester, ya estoy curtido.

 

Estoy acabando con mis ojos).

 

Entonces la vida puede ser peligrosa, no hay que pasar el semáforo en rojo, dirigirse a la otra

calle, no es posible eludir las cámaras de vigilancia, apenas soplarlas un poco para que se

empañen: a estas alturas tengo la impresión de que estoy olvidando algo, muy íntimo.

 

   Finjo que alzo las manos que duermen, finjo que escritura y lectura es lo mismo, para no ser

reconocible del todo al despertar, con sobreactuaciones descaradas, con expresiones toscas que me han costado tanto trabajo desaprenderlas.

 

  (Como escritor puedo recuperar mi intimidad dando vuelta a la página,

 o reactivar mi presencia al leer en voz alta, al materializarme en voz baja).

 

La intimidad recuperada, reactivada, materializada, el dispositivo que se enciende y apaga

materializa en mi habitación la flor débil de David. Apago la luz.

***

                      Mi presencia no cabe en estas constataciones,

                      me olvido de ese deseo, para que nada dure,

                      ni siquiera enredado en los hilos de la página

                      al encaminarme al final del laberinto. Mientras

                      alimentas el fuego con estoraque, yo, soplo,

                      un simple observador de esta escena ordinaria.

  

                      Ilumino mi barba de insectos y de otros animales

                      de belleza tímida, sé que van a durar muy poco,

                      como el lentísimo arrullo del agua en mis manos.

 

***

 

Veo esta escena un millón de veces, me sacudo el agua de las manos,

me quito los hilos de la piel, la vida puede ser peligrosa, sobre todo

al haber apostado por algo irreal que siempre dura muy poco, un verso

solo, perseguido con vehemencia, a veces ruidoso, otras veces con lentísimo arrullo

muy de oleaje que nunca se agota, delimitado por pequeños pensamientos,

en el tiempo bestial, en el espacio con estatuaria demolida, nada más

para ver volatizarse la pintura de un auto en la explosión atómica, una

                      detonación plateada, una esfera de metal blanco-plateado,

               algo que está fuera de mi comprensión, con los sentidos reventados,

nada más que yo mismo no me escucho, no lo que escribo, no lo que pienso

en las noches despejadas, cuando estoy despierto, de lo que está

más lejos de mí no tengo la menor idea, con algunos kilos de menos

no escucho el rasgueo a una guitarra en lo más profundo de la selva,

pero sé que alguien está rasgando una guitarra cuando estoy despierto

en lo más profundo de una noche despejada, cuando las estrellas hierven,

no sé qué decir ni en qué momento aletear, cada pluma en mi cuello

vibra con fluir terrestre, aromado de hierbabuena, abrevio, ayer no escuché

el canto del gallo recubierto con los albores que siempre quiebra,

con algo de carbón ardiendo, hoy lo escucho y es como si fuera la primera vez,

con plétora de cantos que ha convocado, hinchado de altanería, mezcla

de cantos en el fluir, recupero mi fluir, lo que he visto lo he visto aquí, no en otra parte,

lo que veré, lo veré aquí, vuelvo al sentido inicial del texto, para ver todo de nuevo,

del que nunca me he apartado, vuelvo a iniciar con una invocación, con una sartén

en la mano, otra vez una serie de digresiones, de exaltaciones, es mi natural,

algo que está fuera de mi comprensión, al quitarme los hilos de la piel,

nada más para decir algo en las noches despejadas, cuando estoy despierto,

de nuevo volver con invocaciones, exaltaciones, digresiones, al llegar a la ciudad

de sartenes, cuchillos, ollas, cucharas, platos, vasos, cucharones, con marcas de fuego,

¿qué es lo que veo? miles de personas cruzando un paso de cebra,

50 mil a la derecha, otras 50 mil a la izquierda, avanzo estornudando y tosiendo,

con aura desdorada, que atrae a muchos insectos, una que otra serpiente,

con algunos kilos de menos, con bata de rayas blancas sobre fondo negro,

con crinera de pelos erectos, con trozos de vegetación en el hocico, cuando no he podido

establecer entre septiembre y octubre pasados la verdad de este mundo,

o entre las diez y doce horas pm tener algún conocimiento de la fugacidad

de las cosas, a la hora de flotar, a la hora de dormir en la barca del tiempo que pasa,

a la hora de dormir en la barca que pasa con la ropa de los muertos,

            ninguna es de mi talla:

he perdido muchos kilos, y he perdido muchas lágrimas.

 

(Veo a las abejas que limpian a los muertos, veo el río que no acabará nunca de pasar, no

quiere dejar de pasar, mueve la cabeza y la cola, antes de que vuelva a sus vasos de piedra

lo veo dentro de una forma pura, cielo muy arriba, con la ropa de los muertos).

 

En el año de mayor peligro, un pinchazo para una muestra, en el primero,

           segundo, tercero

sueño, cuando todo es brutal, cuando siento esta furia de mamífero hipertrofiado,

           sin aura.

 

La sombra de Lear.

 

¿Hay alguien aquí que me reconozca? Alguien que pregunte: “¿Quién eres tú?” “¿Qué

edad tienes?” Arrastro la voz, arrastro las palabras. Me quedo quieto. Siento que cambio

de piel. No puedo encaminarme a ningún otro sitio, sin los amigos que me dijeran qué

hacer. Me siento atascado.

 

¿Es este Lear?  ¿Es Lear el que anda?  ¿Es Lear quién habla?  ¿Están abiertos sus ojos?

¿Está debilitada su inteligencia y su razón? ¿Está sumido en estado de adormecimiento e

inactividad, como quedan algunos insectos, algunos reptiles, en determinadas épocas del

año, para luego despertar y reanudar sus vidas? ¿Tiene alguna enfermedad terminal, una

lesión grave en el cerebro, o es exceso de medicamentos?

 

¿Yo, despierto? No puede ser.

¿Quién podrá decirme quién soy?

¿Cuántos años pesan sobre mi cabeza?

¿La sombra de Lear?

 

Coloco en la palma de mi mano insectos y reptiles.

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