La última copa

por Mar 14, 2023

La última copa

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El sabor de los labios de Silvia, una mezcla de vino y tabaco, lo habían dejado con media erección en el pantalón y unas ganas locas de seguir. La despedida se había extendido: el primer beso devino en otro, siguieron las manos y los dedos. Si las cosas no escalaron fue porque, a pesar de la soledad que propiciaba el frío del invierno madrileño, algo de pudor sobrevivía incluso a esa hora de la madrugada. Ella rechazó la invitación a cerrar con otra copa. La última nunca es la última, dijo y bajó las escaleras para entrar al metro.

Pero la noche no había acabado para él. Lo supo al ver el bar. Las paredes estaban pintadas de borgoña, combinaban con la madera oscura de las mesas. Tres grifos coronaban la barra. No había nadie, ni siquiera alguien que lo atendiera. Sacó su libro del bolsillo, una pequeña edición gastada, y empezó a leer. No supo cuánto tiempo. Los ruidos del baño anunciaron el saludo:

¿Qué haces aquí tan tarde? ¿Mala noche?

Él soltó el libro y le sonrió a Vanesa.

Noche extraña, respondió.

Con un dedo, la camarera señaló uno de los grifos. Era el de la stout. A él le gustaba esa, la de invierno: negra, densa. Tenía que aprovechar esos meses del año, el clima justificaba las bebidas pesadas, las exigía para calentar el cuerpo. Se la sirvieron. Probó la espuma marrón: sabía a café y a chocolate y a bourbon.

¿Qué pasó?, quiso saber Vanesa.

Dio otro trago sin responder.

¿Las cosas salieron mal?, insistió.

No, no exactamente.

Te pongo unas aceitunas.

La vio voltearse. Llevaba los vaqueros de la última vez, los de siempre. La chica puso música. Mientras servía, movía las caderas y tarareaba el Black Night de Muddy Waters.

Las cosas no acabaron de salir, explicó finalmente.

Las cosas nunca acaban de salir contigo, dijo ella con ironía.

Él dio un trago largo. La camarera dejó el platito con el aperitivo junto al posavasos. Se inclinó y le quitó la copa. Sus dedos se rozaron y ella sonrió, antes de probar la bebida, dejarla sobre la barra y meterse una aceituna en la boca.

Tenías una cita, entonces, dijo Vanesa.

Él miró lo que quedaba de la stout. Menos de la mitad.

Tomas demasiado rápido, dijo ella y soltó una carcajada.

Si me toca compartir, replicó él.

¿Quieres más?

No, es tarde.

El reloj de agujas colgaba de la pared, sobre las botellas. Anunciaba las dos y media. Black Night se había repetido un par de veces.

Está malo, comentó Vanesa. No avanza.

Él dio otro trago. Se sorprendió al notar que todavía quedaba un cuarto de cerveza.

Sonó una campanilla. La chica revisó su móvil.

No me has respondido, ¿tuviste una cita?

No fue una cita.

Otra carcajada. Por eso las cosas no avanzan, concluyó ella.

Me imagino, respondió y dio otro trago.

La camarera le volvió a quitar la cerveza.

Él no se quejó, que se la terminara y así podría irse a casa. Además, le gustaba el juego. Le gustaba que le sostuviera la mano sobre la barra, que le acariciara los dedos con los suyos. La vio embuchar un poco de cerveza y pasar la lengua sobre los labios, como la última vez.

Vanesa dejó la copa sobre el posavasos y se volvió a inclinar sobre la barra. Sonreía.

¿No me vas a hablar de tu cita?, preguntó pícara.

Igual las cosas sí avanzan, sugirió él, respondiendo a las caricias.

Volvió a sonar la campanilla. La chica buscó su móvil, lo revisó.

Ahora vengo, anunció y se retiró a la parte de atrás.

Las agujas del reloj marcaban estáticas las dos y media. El cuarto final de la cerveza seguía ahí, sobre la mesa, intacto. Otra vez solo, él inspeccionó la bebida. ¿Cuánto tiempo había pasado? Dio otro trago. El último, pensó. Pero la copa conservaba su fondo. Black Night seguía sonando por quinta o sexta vez. Persistía el sabor a vino y tabaco de la boca de Silvia, ahora mezclado con el café y el chocolate y el bourbon. Todavía sentía las ganas, combinadas con el labial que Vanesa había dejado en el borde de su copa. Dio otro trago y recordó la advertencia: la última nunca es la última.