Amor perruno
Amor perruno
Aún recuerdo la caricia de tu nariz húmeda contra mi mejilla. El primer día que te vi fue como si mi corazón se detuviese por completo y se llenara de una calidez comparable a los rayos del sol en un día de verano. Aquello era “el amor”. Tus orejitas caídas y tu cara de desconcierto fueron lo que me hicieron que te amase al instante, cuando solo era una cría de diez años.
Siempre fuiste mi fiel amiga y compañera de juegos, mi Chiquita, como te llamaba. Daba igual cuantos mordiscos me dieses y que la sangre corriese por mis manos, aún conservo las cicatrices de tus dientes, afilados como agujas. Daba igual las travesuras que hicieras, cuánta comida robases de la mesa o que te tumbaras en mi cama, para luego dejarla cubierta de pelos; siempre estábamos juntas en cualquier circunstancia.
Con el paso de los años fuiste haciéndote mayor y, sinceramente, menos mal, te relajaste un poco. Se te irguieron las orejas y se te afiló el hocico, pero eso sí, los dientes siguieron tan afilados como siempre. Todavía consigo acordarme de cómo te hacías una bola en tu camita y cómo te mordías el rabo en círculo, únicamente para hacer una rabieta cuando no conseguías lo que querías.
Ya en la vejez, pellejosa, con tu lomo lleno de canas y maloliente, no podía sino sentir ternura por la fragilidad de tu cuerpo. Tu espíritu se mantuvo juvenil y travieso hasta tu último aliento. El amor que sentí y siento por ti es uno de los más puros e incondicionales que jamás he sentido. Tu recuerdo siempre estará en mi memoria como el de la perrita que fue mi primer amor.
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