Proyecciones

por Abr 3, 2020

Proyecciones

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Los dos proyectos de los que me ocupo actualmente tienen que ver con temas que, de un modo u otro, han estado presentes todo a lo largo de mi trayectoria académica, que ya se va acabando. El primero es una biografía política de Ramón Menéndez Pidal. Entiéndase: no una biografía general, que las hay excelentes (la de Joaquín Pérez Villanueva o las dos de José Ignacio Pérez Pascual), sino una que atienda a la dimensión del biografiado como pensador político y, muy en particular, a su condición de teórico de la nación española.

No conocí a Menéndez Pidal, que tuvo una vida larga y fecunda (1869-1968), pero me formé como investigador bajo la guía de su nieto y más directo sucesor, Diego Catalán, que dio continuidad a las principales líneas de trabajo emprendidas por sus abuelos (tanto por don Ramón como por su esposa María de Goyri): a saber, la lingüística histórica, la épica castellana (los cantares de gesta y el romancero) y la cronística medieval. Una formación que he compartido con otros profesores de mi Departamento (Joaquín Rubio Tovar o José Manuel Pedrosa, por ejemplo). Lo que me interesa —en esta mi última etapa de investigación, digamos, regulada— es cómo la honda experiencia de Menéndez Pidal como medievalista le permitió construir una teoría rigurosa de la nación histórica que se adelantó en muchos años a las de los teóricos más conocidos del primordialismo, como Anthony D. Smith o Adrian Hastings. Se entiende por primordialismo la teoría o el conjunto de teorías que sostienen la existencia de naciones en la Europa medieval, o incluso a finales de la Antigüedad, frente a los modernistas, que no admiten que aquellas preexistieran a las dos grandes revoluciones políticas del siglo XVIII (la americana y la francesa). Entre los representantes más caracterizados del modernismo cabe destacar a los recientemente desaparecidos  Eric Hobsbawm, Ernest Gellner  y Benedict Anderson (y, en España, a José Álvarez Junco). Tras un breve paso juvenil por el modernismo, cuya influencia es visible aún en mi tesis doctoral de 1985 (publicada en 1987 con el título de El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca), me decanté hacia el primordialismo, como se advierte en otros libros míos como Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles, de 1992, o El bosque originario. Genealogías míticas de los pueblos de Europa, de 2000.

Esta biografía política pidalina deberá estar terminada en septiembre de este año. Durante el curso próximo, al término del cual me jubilaré por llegar al límite de edad laboral permitida por la ley (que no coincide, afortunadamente, con lo que los clásicos llamaban vita activa) me propongo realizar un estudio sobre la polémica de los siglos XVI y XVII acerca de cuál fuera la lengua primitiva de España (o lengua común de la España primitiva, que viene a ser lo mismo). 

También este es un campo con el que me fui familiarizando desde mis años de estudiante, gracias, sobre todo, a la excelente biblioteca de mi abuelo paterno, a partir de cuyos fondos elaboré mi memoria de licenciatura, vulgo tesina, presentada en la Universidad de Deusto en 1974, y que versaba sobre las apologías de la lengua vasca como supuesta lengua de la España primitiva, desde el siglo XVI al XIX (en las obras, entre otros, de Andrés de Poza, Juan Antonio de Zaldobia, Esteban de Garibay, Baltasar de Echave…). Un resumen de aquella tesina se publicó, en versión eusquérica, como Euskararen Ideologiak [“Las ideologías de la lengua vasca”] en 1976. El ya mencionado ensayo Vestigios de Babel, de 1992, supone la conexión de la historia de las ideas more philologico en la que se situaba mi investigación de “pre-grado” con la teoría de los nacionalismos. Lo que ahora me interesa, y para lo que he solicitado un período sabático durante el próximo curso, es realizar un estudio comparado con dichas apologías de la defensa del caldeo o árabe como primera lengua de España, tesis que ya corría en la época de Carlos I, según testimonio de Juan de Valdés, y que fue sostenida posteriormente, por autores moriscos o descendientes de tales, en las de Felipe II y Felipe III, a través de las falsas crónicas y cronicones, contrapuesta siempre a la tesis “vizcaína” de los Poza, Garibay, etcétera, que reforzaba el prejuicio casticista de la limpieza de sangre. Pienso exponer un primer esbozo de este planteamiento comparatista en la conferencia que pronunciaré en la Universidad de Oviedo, invitado por la Cátedra Emilio Alarcos, el próximo 17 de marzo (escribo estas líneas diez días antes).

Sin perjuicio de todo ello, sigo trabajando en otros proyectos, sin tanta urgencia, y confiando en que la Naturaleza o Dios, si no son la misma cosa como Spinoza quería, me permitan culminarlos antes de que llegue la noche interminable. Preparo la edición de mis poemas completos (1969-2019), un ensayo sobre la tradición gnóstica del Dios creador de la Nada, y una segunda entrega de mis memorias. Las primeras, publicadas en 2006, terminaban con mi definitiva salida del país vasco en 1999. Desde entonces hemos vivido años desgraciadamente muy interesantes que me gustaría comentar desde el punto de vista portátil que arrastro conmigo.

Pero, quién sabe. A lo mejor termino mis días de urban-sketcher, jugando a la petanca o enseñando Madrid a los guiris. Me gustaría seguir vinculado a la universidad mientras sea posible, pero no como profesor. Y no en Alcalá necesariamente. Hay que cambiar de aires. Quizá me matricule en un curso on line de chino mandarín o de coreano, para poder hablar algún día con mi nieto en su lengua materna. En teoría, la jubilación abre perspectivas inmensas de pequeñas alegrías, pero es una ilusión sin fundamento. Como solía decir Joan Margarit, premio Cervantes de este año y amigo entrañable desde hace muchos, lo que viene después de la jubilación es una segunda adolescencia muy exultante, pero suele durar menos de lo previsto y con incesantes problemas de grifería. Y vale, que esto parece ya una secuela de El método Kaminsky.