“Avengers: Endgame”. El cliente siempre tiene la razón
“Avengers: Endgame”. El cliente siempre tiene la razón
Avengers: Endgame
Directores y guionistas: Joe Russo y Anthony Russo
Reparto: Robert Downey Jr., Chris Evans, Chris Hemsworth, Scarlet Johansson, Mark Ruffalo, Jeremy Renner
Duración: 181 minutos

Meses después de que Avengers: Infinity War (2018) llegara a los cines, se publicó un vídeo-ensayo que defendía que Thanos, antagonista de la historia, era un villano perfectamente bien escrito (“Infinity War: Why Thanos is a Perfectly Written Villain”, The Lone Chemist). Los argumentos eran sólidos. Es un personaje complejo, con motivaciones claras e intenciones justificadas. También, con fallas personales evidentes. Sus ideas están enraizadas en hechos traumáticos de su pasado y, para lograr sus objetivos, sacrifica lo que es más preciado para él. Thanos es el héroe de su propia historia. El espectador se ve en la difícil situación de empatizar con un individuo megalómano y repulsivo. El público entiende sus motivaciones, incluso si rechaza sus métodos. En resumen, el enemigo de los Vengadores es un personaje redondo. Esto lo hace brillar en un universo cinematográfico lleno de villanos vacíos y de héroes que, aunque profundos, no dejan de ser estereotípicos. Esta es, también, la parte más compleja del vídeo-ensayo. Califica de perfecto a un personaje que se limita a cumplir con los estándares mínimos que se deberían esperar de cualquier ente ficticio. El corolario tácito —e inconsciente— de la conclusión del vídeo resulta inquietante: el público del cine comercial, sobre todos del norteamericano, está tan acostumbrado a consumir personajes planos, que al enfrentarse con uno medianamente bien construido le resulta “perfectamente bien escrito”. Esto se evidencia en el hecho de que la crítica, en general, celebro sobremanera al “Titán Loco”.
Avengers: Endgame, la segunda parte de esta historia, nos confronta a un problema similar. Es necesario ser objetivos. Si se mide la película por lo que pretende ser —mero entretenimiento, cine para el consumo de masas—, hay que reconocer su efectividad. Basta ver las ganancias que ha generado. La trama es efectiva y el discurso narrativo, claro. El ritmo está manejado con maestría: las tres horas de cinta no se hacen pesadas en ningún momento y esto, todo hay que decirlo, es un mérito en sí mismo. Los personajes cierran sus arcos argumentales de forma satisfactoria, incluso conmovedora para los fans de la saga. El espectáculo es tan grande, los efectos especiales tan impresionantes y la historia tan épica, que es fácil perdonar los vacíos en el guion y los atajos narrativos que, también esto hay que decirlo, hacen que la resolución del filme deje muchas dudas, quizá demasiadas. Sin embargo, y para ser justos, esta cuarta aventura de los Vengadores logra redimir el fallo de la anterior. Mientras que la entrega del 2018 se limitaba a ser pura acción, en esta, los personajes crecen, evolucionan.
Hay que ir más lejos. Antes que un filme, la nueva película es un producto, ahora sí, perfectamente bien construido. La campaña de mercadeo supo manejar las expectativas de la audiencia para que todos, incluso los menos fans, quisieran ir al cine los primeros días tras el estreno. La historia está llena de pequeños guiños a los fanáticos tanto de las películas como de los comics, golosinas para premiar a los seguidores leales. Incluso hay escenas que buscan ganarse a los críticos y estudiosos de la cultura.
La cuestión es que los problemas fundamentales del Universo Cinematográfico de Marvel siguen presentes. El filme es claramente propagandístico y se sostiene sobre una ideología que, a pesar de los guiños progresistas, no deja de ser conservadora. La moral maniqueísta de los personajes, del mundo construido en la ficción, simplifica problemas muy complejos y hace que los héroes, más allá de la empatía que generan, sean intrínsecamente planos. En pocas palabras, los buenos son buenísimos y los malos son malísimos.
Este último punto resulta especialmente problemático. ¿Cómo se sostiene un villano profundo y empático al tiempo que se construye un mundo maniqueo? Este es el centro del problema: no se sostiene. Las primeras escenas de Avengers: Endgame cierran el arco accional que quedó abierto en el filme anterior. Esto tiene cierta efectividad narrativa: por un lado, el espectador no se espera dicha conclusión y, en consecuencia, el resto de la película es una incógnita; por otro, presenta la novedosa situación de los héroes fracasados y lo que dicho trauma significa para ellos. Por supuesto, las posibles implicaciones de esta premisa quedan truncadas por la única solución posible en el mundo de Disney: los héroes se superan al salvar el día. El dispositivo narrativo tiene otra consecuencia: anula el desarrollo de Thanos. En el momento que el villano reaparece —no entramos en detalles para evitar arruinar el filme— ha perdido la profundidad que había ganado en Infinity War. El antagonista es lo que era desde el principio: un malo malísimo cuya única función es servir de enemigo para los buenos buenísimos.
Esto apunta a uno de los principios esenciales que rigen este universo cinematográfico. Todo cambia sin cambiar. En el mundo de Marvel, nada puede desafiar la ley esencial del cine producido en masas: el show debe continuar. Esto significa que los héroes necesariamente ganan y que todo final, más allá de uno que otro hecho triste, es feliz. No solo porque los productores deben ser capaces de continuar la historia en las secuelas planificadas. También, en tanto que no se puede dejar insatisfecho al fan. La película es un producto. Luego, el consumidor es un cliente y, no olvidemos, el cliente siempre tiene la razón. Esta es la esencia del cine comercial e ir en contra de ella tiene consecuencias —Disney aprendió esta lección al intentar innovar en la franquicia de Star Wars—. Como resultado, la cultura de masas ha producido a un público conformista y caprichoso, que no quiere que lo desafíen ni que le den algo distinto a lo que ha estado esperando. La última producción de Marvel es, en este sentido, el producto perfecto.
Estos son los dos niveles que despliega el discurso. Avengers: Endgame es una golosina para el fan, que disfrutará las tres horas de proyección y, aunque parezca imposible, quedará pidiendo más. Al mismo tiempo, el filme es el resultado de un cine pensado y creado como producto económico, un cine epidérmico que ha acabado por producir un público que no desea pensar demasiado cuando ve una película, una audiencia que solo quiere que la entretengan durante los minutos que dura la proyección.