El amor de hoy y otros desafíos. “Finlandia”, de Pascal Rambert
El amor de hoy y otros desafíos. “Finlandia”, de Pascal Rambert
Finlandia
Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert
Traducción y adaptación: Coto Adánez
Intérpretes: Irene Escolar, Israel Elejalde, Julia Rodríguez/ Noa García
Teatro de la Abadía, Madrid

Finlandia es una historia de desafíos que no encontraron un vencedor, solo derrotas. La propuesta de Kamikaze Producciones junto con el Teatro de la Abadía, estrenada el pasado 22 de septiembre en la sala José Luis Alonso, se decanta por la inmersiva puesta en escena y dirección del propio autor de la obra: Pascal Rambert (Niza, 1962) ―con la traducción y adaptación de Coto Adánez―. Como ya se vio en antiguas producciones como La clausura del amor (2017) y en Hermanas (2019), el dramaturgo francés construye conflictos a partir de la concatenación de largos diálogos-monologados, en los que las intervenciones de cada personaje se dilatan y escapan de interrupciones o conversaciones fluidas. Están condenados a escuchar el flujo de pensamiento: ahondan en los sentimientos de los personajes y les hace expresarse sin tiempo a la meditación. Y quizá, en Finlandia, lo que necesitan sus protagonistas es, sobre todo, tiempo para reflexionar antes de estallar sin remedio.
Las acostumbradas puestas en escena simbólicas, casi vacías, de anteriores producciones ahora llevan a una habitación genérica de hotel: una cama, mesillas, minibar y un pasillo que, se entiende, dirige al baño. Todo blanco, impoluto y casi tan frío como lo es la ciudad de Helsinki que se encuentra al otro lado de los ventanales. El público, presumimos, se esconde detrás de uno de ellos, a modo de ventana indiscreta: desde el principio, al entrar a la sala, los espectadores se encuentran como intrusos en una noche finlandesa; son casi las cuatro de la mañana y, en la cama, los protagonistas parecen dormir; o lo intentan, porque, como en una noche cualquiera, despiertan los paseos al baño y los vistazos al móvil o al reloj de la mesilla. Este último es el que más llama la atención y marca el transcurso de esa noche, de manera que potencia la inmersión de un público que poco más y se deja llevar por el sueño de los personajes. Esto no es posible: en cuanto las luces se desvanecen, comienza un texto irrefrenable.
Con ecos que recuerdan a Antes del anochecer (2013), se asiste, in medias res¸ a una discusión que viene de lejos y que ya se ha venido repitiendo a lo largo de la noche. Isra (Israel Elejalde) e Irene (Irene Escolar) se enzarzan en dar forma (que no reconstruir) los pedazos de una relación rota; todo por llegar a un acuerdo en torno a la custodia de su hija Nina. Él es un actor de teatro poco conocido, vecino del barrio de Lavapiés y un “fracasado” a ojos de ella, actriz internacional y que sí goza de cierto reconocimiento e ingresos. Isra ha recorrido 4000 km. para recoger a su hija de nueve años, que se encuentra sola, con la vigilancia de su niñera y esperando a que su madre ruede una película china. En ese punto, uno se pregunta: si todo gira en torno a Nina, ¿dónde reside la verdadera preocupación por ella? Esta no es más que un pretexto, un arma más en un campo de batalla que no encuentra redención ni por uno ni otro progenitor.

Con una intención literaria y una retórica a ratos shakesperiana, como cabe esperar de este reparto, cada uno de los actores logra reflejar una química y un odio innegable, a la par que son evidentes sus dotes memorísticas para reproducir con naturalidad caras y caras de texto. En su relación ya no queda rastro de la idealización entre enamorados. Ambos conocen sus peores callejones y, desengañados, no son capaces de afrontar su realidad. En todo ello hay una tendencia al oxímoron: el amor odiado y odio amoroso; el miedo plagado de rabia, amenaza y violencia mutua; y la reacción de asco ante un cuerpo que, al rato, también es objeto de deseo ―quizá el único resquicio del pasado amoroso―. Así la obra parte de la incapacidad de pensar de forma coherente en las madrugadas y pone en juego las contradicciones humanas. Son personajes dolidos y orgullosos que quieren luchar a sabiendas de que ya perdieron hace tiempo.
Tras tres “actos” ―marcados por treguas, pausas en la discusión― no se llega a ningún acuerdo. Una escena rompe con todo y evidencia la incomunicación entre ambos y el odio que se tienen, realmente, por no poder volver a empezar; por la imposibilidad de ser ese “niño o niña”, como dicen, “que todavía no sabe que te va a conocer”. Esa escena final ―que no conviene revelar― muestra sus egos mutilados, y la necesidad de centrar sus esfuerzos en Nina y no en seguir descarnando lo irremediable de su relación.
En definitiva, Rambert propone un tratado sobre el amor en la sociedad líquida baumaniana, donde reina la incerteza y, aun así, hay quienes se empeñan en construir relaciones que se configuran como una suerte de competiciones. El personaje de Irene lo deja claro ―con ese flujo sin comas propio del habla―: “Ahora bien nuestro amor está sucio está cubierto de líquido hemos ensuciado nuestro amor con desafíos con formas de desafiarnos te desafío a que me ames siempre te desafío a que me ames solo a mí […]”.
