Un paseo entre libros y famosos
Un paseo entre libros y famosos
Como antepórtico del periodo estival, cuando las tardes comienzan a alargarse y el abrigo se puede dejar en casa, entre mayo y junio se celebra la Feria del Libro de Madrid. Los protagonistas del campo literario se desvirtualizan y se trasladan de la oficina a la caseta durante 17 días, en el entorno abierto y natural del Paseo de Coches, la calle principal del Parque del Retiro. Esta es una característica que particulariza esta actividad, frente a la Feria de Fránkfurt y la Feria de Guadalajara, y también la Feria Internacional del Libro LIBER —esta se celebra en octubre y alterna su sede entre Madrid y Barcelona—. Estas ferias tienen lugar en recintos cerrados, donde es obligatoria una acreditación para acceder y late un interés profesional, más vinculado al sector de la edición y distinto al cariz popular que encierra la de Madrid.
La Feria es quizá el evento más importante del mundo del libro, por la importancia que supone para la venta de ejemplares, por la oportunidad que ofrece a los lectores más fetichistas de conocer a sus autores preferidos y lograr una dedicatoria y una foto, y por la promoción que brinda a los escritores. El cartel, que cada año se encarga a un artista español relevante, es una de sus señas de identidad, pues en todos ellos se lleva a cabo una interpretación de la importancia de la lectura. Este año la ganadora ha sido Sara Morante, en cuya propuesta la ilustradora realiza, además, una crítica a la censura.

La Feria y la Navidad marcan el calendario literario español, pues el lanzamiento de novedades se concentra en esas fechas y las revistas y suplementos culturales preparan números especialmente consagrados a estas celebraciones. Y como parte tan significativa de la industria cultural, la tensión entre lo mayoritario y lo prestigioso es una constante en cada edición. En una mañana, pueden coincidir firmando un ratón de peluche (Geronimo Stilton) y Manuel Vicent, y seguramente el primero congregue a más gente que el segundo. Y el número de metros de fila, de hecho, puede generar confusión en el valor sustancial, de acuerdo a criterios estrictamente literarios, de los productos allí expuestos. En los últimos años, el fenómeno de los youtubers y los famosos de Televisión con libro ha contribuido a dividir aún más esa brecha e invita a reflexionar sobre el sentido de la Feria.
Librerías frente a editoriales
Esta actividad cultural, definida y organizada por el Gremio de Libreros de Madrid, cuenta con un reglamento que establece los requisitos para participar. Para las librerías, es obligatorio pertenecer a la Asociación de Empresarias y Empresarios del Comercio del Libro de Madrid. Para las editoriales, ser miembros de la Asociación de Editores de Madrid o de una asociación vinculada a la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), contar con un mínimo de 151 títulos en su catálogo y haber publicado en el último año. Está restringida la inscripción a las editoriales dedicadas a los facsímiles y libros de bibliófilo y a las empresas de autoedición. La cuota de las casetas 4,00 x 2,50 metros, para librerías, es de 1.544,43 €; para las editoriales madrileñas, 2.340,88 €; y para las editoriales del resto de España 4.202,29 €. El precio elevado y el número limitado de casetas, que asignan mediante sorteo, son dos factores que han empujado a algunos sellos a agruparse y a compartir casetas, como en el caso del Grupo Contexto, integrado por Nórdica, Impedimenta, Libros del Asteroide y Sexto Piso, o bien que no disfruten de espacio propio pero que gestionen con alguna librería las firmas de libros. La falta de espacio se ha convertido en uno de los temas más controvertidos tanto para la organización como para los editores y libreros; según declaraciones de Reyes Díaz, presidenta de los libreros madrileños, recogidas por El País, el Ayuntamiento llegó a proponer un traslado (28/V/18) —en el entorno suena el nombre de IFEMA—. Díaz afirmó también, en otra noticia del mismo diario, que “esto es una feria de libreros” (7/IV/18). Los libreros son los principales beneficiados, como puso de relieve Manuel Gil, director de la Feria, en una entrevista para Cinco Días (21/V/18). Y esto ha ocasionado fricciones con el sector editorial, opuesto a ese modelo, como la decisión por parte de la Federación de Editores de retirarse de la Comisión Organizadora de la Feria el año pasado. ¿Tiene sentido que las librerías sean las principales protagonistas en un espacio limitado, cuando la cantidad de editoriales va en aumento? ¿Y que, considerando de nuevo esa limitación, predominen las casetas con oferta prácticamente idéntica, o sea, los libros más vendidos? Hay pocos casos de librerías especializadas, como la Librería de Mujeres. ¿No sería más interesante que cada editorial expusiera su fondo y cada puesto anime el paseo con una personalidad distinta, o se apueste por la a menudo invocada bibliodiversidad?

Los orígenes
Es curiosa esta posición hegemónica de las librerías, puesto que en el origen ocurría lo contrario. La Feria se fundó en 1933 gracias a los esfuerzos de editores emergentes por entonces, Rafael Giménez Siles y José Ruiz Castillo, profesionales que se diferenciaban de los libreros e impresores tradicionales tanto en la venta como en la producción del libro. Los libreros, como han expuesto Jean-Michel Desvois y Ana Martínez Rus, acogieron con recelo la iniciativa, incluso se opusieron a la celebración de una segunda edición porque la consideraban competencia desleal. La Feria adquiere por tanto una dimensión cultural que observada diacrónicamente nos muestra cómo ha evolucionado el ecosistema del libro, desde sus agentes hasta las dinámicas de venta y promoción. Se podría afirmar que la inauguración de la primera Feria supone la culminación de una serie de cambios que se produjeron durante la década de los años 20 en el ámbito editorial. La apertura, en 1923, de la Casa del Libro en la Gran Vía de Madrid supuso una revolución en la experiencia de compra de libros. Hasta entonces, los clientes acudían a los establecimientos, que solían estar asociados a una imprenta-editorial y por ello la oferta quedaba limitada a su propia producción, con una idea clara de lo que deseaban comprar, interactuando como en, por poner un ejemplo actual, una farmacia. Sin embargo, Nicolás M.ª de Urgoiti, fundador de la Casa del Libro, inspirado por las técnicas de venta capitalistas americanas, decidió construir un edificio ad hocque ofreciera un espacio amable, en el que los libros se mostraran al público y se pudieran hojear. Para Urgoiti, exponer los libros suponía la práctica decisiva para estimular la compra —algunos días, la Casa del Libro llegó a sacar mesas a la calle—. Pocos años después, empezaron a instalarse puestos ambulantes de libros en los alrededores del Jardín Botánico, lo cual propició una concentración de los mismos en la Cuesta de Moyano. En 1925, esos puestos fueron sustituidos por casetas reguladas por el Ayuntamiento de Madrid. Pero no solo el modo de comprar libros cambió: también hay que considerar las efemérides y los actos culturales como marcos útiles para aumentar las ventas, en aras de la modernización del mundo editorial que se venía gestando. En 1926, por iniciativa del editor Vicente Clavel Andrés, comienza a celebrarse la Fiesta del Libro, gracias al impulso que supuso el Real Decreto firmado por Alfonso XIII. En 1995, la fecha pasó del 7 de octubre al 23 de abril, dando lugar a lo que hoy conocemos como Día del Libro, fecha importante —especialmente en Alcalá de Henares, por la entrega del Premio Cervantes— pero que no alcanza la trascendencia cultural de San Jordi en Cataluña.

La heterogeneidad como valor
Desde aquella primera edición anterior a la Guerra Civil, las innovaciones se han ido sucediendo y la feria ha ido expandiendo su oferta. Son abundantes los puestos de restauración, cuenta con el patrocinio de Bankia desde 2017 —aquel año, en el que estaban recientes los escándalos de Rodrigo Rato y la estafa de las preferentes, estampó en las bolsas el lema “Menos comisiones, más libros”— y se colocan pabellones dedicados a actividades. Hay un país invitado, sobre el que se llevan a cabo actos con el fin de difundir su literatura, y también se suele invitar a un par de escritores internacionales, aunque sin duda los principales atractivos para el público son los famosos, como decía al inicio, y el hecho mismo de pasear entre la multitud. La librería ambulante se ha convertido quizás en un monumento efímero para turistas —tanto de fuera del país como de fuera de la literatura—. Y, pese a todo, a mí no me parece mal. La feria es un reflejo del panorama editorial, con el añadido de que se cuantifica de modo visible el éxito comercial de determinadas tendencias en el mundo del libro, lo cual puede intensificar los habituales comentarios apocalípticos. La heterogeneidad, en todas las escalas, es un valor que define a la Feria. Como se preguntaba Benjamín Jarnés: ¿qué más puede pedirse?
La verdad es que nunca en España se vio el libro tan mimado, tan exaltado. En todos los ojos y edades; el viejo, la muchacha y el niño recorrieron despacio las instalaciones, leyeron ávidamente catálogos, folletos, adquirieron no pocos volúmenes; escucharon atentamente las charlas del libro, esparcidas por los altavoces; leyeron las respetables sentencias colgadas de los árboles, como frutos de aquel otro árbol famoso de la ciencia. ¿Qué más puede pedirse?
Benjamín Jarnés, Feria del Libro (1935)