Frente al olvido. “Cerezas sobre la muerte”, de Mario Obrero
Frente al olvido. “Cerezas sobre la muerte”, de Mario Obrero
Mario G.ª Obrero, Cerezas sobre la muerte
Madrid, Visor Libros (Colección Visor de Poesía)
39 páginas, 10,35euros

Que pueda (tratar de) escribir algo sobre los nuevos textos de Mario Obrero, escasos meses después de haber reseñado, hasta donde puede llegar la voz del lector, Peachtree city, produce en mí una doble sensación: por un lado, la de comprobar con ilusión que el poeta sigue intentando transmitir sus pensamientos por medio de la poesía, pensamientos todos muy válidos y necesarios en nuestro mundo alejado de cualquier manifestación que requiera tiempo y reflexión —más allá de banalidades inmediatas— y, por otro, la necesidad de ver evolucionar una voz poética que juzgué comprometida en mi primera aproximación a su obra poética que, de mantener este ritmo, será de gran cantidad, y, juzgando los textos, de gran calidad.
Cerezas sobre la muerte es un poema de tema más o menos claro: la memoria histórica, el olvido que se cierne sobre nosotros y nuestro pasado, hasta hacernos olvidar las desgracias vividas: “los ojos desnudos quieren plantar cerezas sobre la muerte” clama el poeta ante la nueva historia que confunde el pasado, que quieren olvidar lo inolvidable. El poema ensalza aquella historia magistra vitae que defendían los clásicos: conocer el pasado nos hace mejores, porque evita errores cometidos por nuestros antepasados. En esta línea parece situarse Mario Obrero con sus versos, aunque el poema tiene más crítica que propuesta: “la guerra ha terminado sea impuesta la mortaja del olvido y el candado del invernáculo” critica, con la ausencia de puntuación característica, aunque sin arrojar la esperanza de un futuro mejor, por mucho que en la addenda él mismo diga que “Cerezas sobre la muerte es el rastro políglota de ese lugar memoriado donde rebrotan de entre el silencio los frutos de la esperanza”. Deben ser los lectores quienes, tras la meditación, vean la esperanza que él ve y trata de hacer ver; yo, ciertamente, no lo he conseguido.
Casualidad o no, escribo esto muy poco después de la invasión rusa de Ucrania, eco de un pasado no tan distante. “Nosotras que pisamos el charco sucio del tiempo mientras al fondo se pudren los frutos rumiamos como el hueso de la cereza un silencio de mil lenguas”: se nos ha olvidado nuestro pasado. El poema es claramente pesimista, pero yo, que solo tengo un año más que el poeta, puedo pensar que no hay demasiadas razones para la esperanza, aunque él quiera verla en esa necesaria memoria histórica que nos haga cambiar como sociedad. Me gustaría verla, pero “toda esta muerte nos toca el pelo mientras dormimos” y nadie parece tomarse en serio el trabajo de reconstruir, de reconstruir sin olvidar.
Noto en este trabajo una mayor definición de las metáforas surrealistas —que no dejan de ser santo y seña de su autor— y una tendencia al poliglotismo que me resulta muy curiosa. No es, lógicamente, el primero que escribe en diferentes lenguas con fin estético. Salvando totalmente las distancias, Tiempo de silencio incluye párrafos en diferentes lenguas, que de un modo u otro confunden al lector. Aquí creo que el afán no es confundir, sino incluir: el pasado es del mundo, y se escribe en todas las lenguas. En cualquier caso, más allá de estos fines, quizá ideológicos, quizá estéticos, quizá ambos, lo cierto es que el polilingüismo del poema no aporta gran cosa en el plano temático o estructural. Sí me resulta fascinante la addenda, con el mismo texto en cinco lenguas; bonito mensaje: la esperanza es también universal.
En suma, Mario Obrero vuelve a deleitarnos con una poesía comprometida, no sé si demasiado esperanzada —solo al final—, pero desde luego crítica con el olvido del pasado y, por tanto, de nuestra esencia como humanos. Queda por ver cómo prosigue la evolución del poeta y si, en algún punto, vemos la alegría del cambio y del progreso, si llegan, reflejadas en sus versos, que, desde luego, son una delicia para cuantos los leen.
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