La lógica del inconsciente: “El Doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo” de Angela Carter
La lógica del inconsciente: “El Doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo” de Angela Carter
Angela Carter, El Doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo
Traducción de Carlos Peralta
Barcelona, Ediciones Minotauro
288 páginas, 60 euros.

En esta ocasión, Angela Carter (Reino Unido, 1940), nos introduce en su universo de erotismo y estética gótica con una novela publicada en 1972: El Doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo. El protagonista, encargado de guiarnos por esta historia, es Desiderio, un héroe nacional que se propone escribir sus memorias. Comienza su relato detallándonos el tiempo en el que trabajaba como funcionario para el Ministro, y nos sitúa en una ciudad asediada por los efectos de las máquinas del Doctor Hoffman, que han desatado un estado ilusorio en el que la realidad ya no es fiable. Describe la irrupción de estas ilusiones en la ciudad, y la manera en la que afectaban a la gente. El Ministro, junto con la llamada Policía de Determinación, se propone detener al Doctor Hoffman usando la voluntad como arma para combatir la descontrolada realidad que ahora es infinitamente cambiante. De esta manera, Desiderio se embarca en un viaje de ocho capítulos que le supondrán constantes pruebas hasta llegar al castillo del Doctor. Este viaje será impulsado, más que por su fidelidad a la ideología del Ministro, por la promesa de encontrarse con la encarnación de sus sueños, la hija del Doctor Hoffman, Albertina.
Uno de los pilares centrales que sustentan la trama es la tensión constante que hay entre las dos fuerzas opuestas que se plantean en la novela: la razón y el deseo.
Por una parte, el Doctor Hoffman ha conseguido encontrar la esencia primigenia del ser humano en la erotoenergía. Con ella hace funcionar unas máquinas con las que permite que la constancia de todo objeto quede en un continuo estado de potencia que lo lleva a transicionar infinitamente entre todas las posibles versiones de sí mismo. Con esto la realidad objetiva y empírica queda en suspensión y es sustituida por la eterna incertidumbre. Del mismo modo, el espacio-tiempo ya no se concibe de la misma manera, al no haber un método para medir el tiempo de manera constante. Todo esto desemboca en la conquista de la Capital por sombras e ilusiones que provienen de la imaginación, del inconsciente del ser humano. Aunque Desiderio es una de las pocas personas que no se dejan engañar por las ilusiones provocadas por la realidad transmutada, hay algo que consigue quebrantar su indiferencia ante el aparente caos. Albertina, la que resulta ser hija del Doctor Hoffman, consigue despertar en él el deseo – que ambos personajes traducen como amor, pero que es, en definitiva, deseo sexual – y le motiva a emprender el viaje.
Por otro lado, tenemos al Ministro y la Policía de Determinación, que habiendo suprimido cualquier grado de imaginación, consiguen ser lo suficientemente inquebrantables como para que el hecho de no tener un espacio-tiempo estable, una realidad constante y empírica a la que aferrarse, no desate en ellos la locura general que se apodera de las mentes de la mayoría de la población. Desarrollan unas computadoras que son capaces de realizar pruebas para determinar si un objeto es real o una ilusión, basándose en un sistema de etiquetas, firmemente inmutable y exacto.
Cada uno de los ocho capítulos nos presenta ocho estructuras sociales distintas que envuelven por completo a Desiderio y estimulan en él el deseo que parecía tener dormido. De esta manera se deja llevar por sus ambiciones más libidinosas y retorcidas y comete innumerables acciones amorales y morbosas: violaciones, gerontofilia, pederastia… Hasta que se encuentra cara a cara con su amada Albertina, que es el culmen de su deseo sexual más frenético.
Como vamos averiguando a lo largo de la novela, el deseo sexual, en especial el de Desiderio, es estimulado por el Doctor Hoffman, en este caso a través de su hija, para que generen erotoenergía y así tener el combustible necesario para deformar la realidad.
Desiderio nos acompaña en este titubeo entre una sociedad estéril, rígida y estoica, sin la vívida magia de los deseos y la imaginación; y un caos en el que cualquier monstruosidad es válida si es resultado del febril deseo de alguien. Al final, siempre queda en Desiderio algo de moralidad y raciocinio cuando cesa sus esperpénticos impulsos sexuales en pos de salvar su propia vida, que es también la manera en la que acaba con los Hoffman. Así se postula que, más que el deseo, que tiende irrefrenablemente a ser sexual, lo que prima en el ser humano es su egoísmo al intentar liberarse de cualquier sufrimiento, que en última instancia es la muerte, pero también la esclavitud. Desiderio considera que incluso dentro de la anarquía de la libertad que proponía el Doctor Hoffman, había una clara tiranía y un orden militar y encorsetado que lo hacía ver a él y a su promesa, como un futuro dictador, ganándose al pueblo con un discurso populista e impuesto. Dentro de los dos males, eligió uno que no le parecía una hipócrita mentira.
La propuesta que hace el Doctor Hoffman a favor del desarrollo de la naturaleza más salvaje del hombre mientras que al mismo tiempo propugna un estricto sistema que debe imponerse sobre la multitud para lograr moldear sus mentes, recuerda sobremanera al reclamo que enarbolaba como libertador el discurso fascista que, desde luego, acometería a Angela Carter años antes de esta publicación de esta novela.
Otra de las inquietudes de Angela Carter que vemos plasmadas con gran maestría en esta obra es la del lenguaje. La autora conduce a Desiderio a través de numerosas civilizaciones que le suponen para asimilar unos lenguajes totalmente desconocidos. Tanto en el asentamiento de indios del río, como con la tribu africana o los centauros Desiderio se vio en la necesidad de comprender cómo comunidades ajenas a la suya percibían la realidad y la procesaban, en algunos casos con estructuras gramaticales desconocidas para él y en otros casos, como el del pueblo de centauros, con un lenguaje articulado mediante lo que le parecieron gruñidos y sonidos onomatopéyicos. Cuanto más aprendía la lengua de esas culturas, más se adaptaba a ellas su pensamiento, y de esa manera también se acostumbraba a sus costumbres.
Pero, además, Angela Carter nos recuerda constantemente la teoría de la relatividad de la lengua ya que pone especial énfasis en que un objeto, condición o idea existen en el momento en que se les nombra, y la realidad que los compone es tan sólida e inmutable como lo es la concordancia entre su etiqueta y la descripción de las características que lo forman. El sistema que usan las computadoras del Ministro se basa en la máxima de que todo lo que no coincida con férrea exactitud con la etiqueta que se le ha asignado, es posible que se encuentre estado mutable, es decir, de potencia, y por tanto no sea real y haya que destruirlo. Así lo vemos en el nombre de Desiderio, el deseado, que siempre acaba abandonando las civilizaciones extranjeras para buscar a los Hoffman, como si tirara de él la cuerda del destino.
Los viajes de Desiderio también son una excusa de la autora, como estamos infiriendo poco a poco, para hacer una severa crítica social desde multitud de perspectivas. Cada civilización exótica que Desiderio se veía obligado a conocer mostraban los estragos causados por la colonización de tribus y comunidades que quedaban exiliadas, si no reducidas a la nada. Del mismo modo también critica el papel de la burocracia y los estados totalitaristas, de la misma manera que la justificación de actos reprobables motivados por un sistema patriarcal donde se pone por encima los deseos de los hombres, aunque la causa de estos sea el sometimiento de la mujer.
Nos encontramos entonces ante una novela picaresca que nos recuerda al realismo mágico y que, a su vez, es capaz de compartir espacio con el surrealismo francés, que vemos reflejado en la misma trama y en las numerosas metamorfosis de Albertina y los demás escenarios; y la novela gótica, representada sobre todo en la premisa del suicidio por amor, tópico muy recurrente en la estética del siglo XIX. En definitiva, la novela es un compendio de géneros que enmascaran un ensayo donde Angela Carter postula una particular teoría metafísica en la que se cuestiona la esencia primigenia del ser humano, la estructura de la realidad y los principios morales sobre los que se basan las distintas estructuras sociales.