La poética de Marta Sanz o cómo hablar de los cuerpos
La poética de Marta Sanz o cómo hablar de los cuerpos
Marta Sanz, Corpórea (poesía 2010 – 2022)
La Bella Varsovia, Barcelona
410 páginas, 19,90 euros

Recoger doce años de una poética singular, creada a merced de los cuerpos y sus múltiples formas, no es tarea fácil. Aunque Marta Sanz (Madrid, 1967) es reconocida, principalmente, por su narrativa, también es una de las voces poéticas principales de nuestro tiempo. Corpórea es mucho más que un volumen recopilatorio de poemas. Corpórea es la historia de Marta Sanz, su autora, pero también la historia «anatómica» de cada uno de sus lectores.
Desde Perra mentirosa (2010) hasta Monjitas (2022), la poetisa recorre nuestro pasado, presente y futuro, acercando al lector un universo que se asemeja mucho a lo conocido y que, sin embargo, parece una realidad otra: «Contra la luz/ los ojos de mi gato/ son dos amplísimas habitaciones/ que no tienen/ tabiques», anuncia Sanz hacia el inicio de la recopilación en la que queda patente la evolución de su escritura, así como su crecimiento personal. Hay un nacimiento poético en Perra mentirosa (2010) que surge, como la mayoría de poéticas, de la necesidad de encontrar al «Yo» y reconocerse en los textos que se producen. Del mismo modo, puede verse reflejada en sus primeros versos publicados, la persecución del entendimiento de la poesía y de su disección metapoética. En este contexto, Hardcore (2010) se presenta por —segunda vez— al lector como un nuevo salto, más decidido, más agresivo, más de «llamar a las cosas por su nombre»; característica esencial de la obra, que aporta un arranque poético «al desnudo», dejando entrever a la Sanz niña, adolescente y mujer, siempre en constante aprendizaje.
Ahora bien, no solo queda reflejada la autora en estas composiciones, sino que el lector se encuentra inmerso en una lectura personal desde un nuevo ángulo, que le sirve para visitar —y revisitar— los lugares más recónditos de su ser. Con cada palabra, el yo poético recupera recuerdos comunes, como sucede con la pandemia de 2020 en «Cicatriz» (Monjitas, 2022), y lo grotesco de nuestra convivencia con la enfermedad; y la muerte. Resulta inevitable pararse a reflexionar acerca de lo verdaderamente importante tras lo vivido, y cómo Sanz traduce la realidad de millones de personas en una faceta tan compleja e indescriptible. La literatura vuelve a ganar la partida, y se convierte en el canal principal para encauzar la claustrofobia de los nudos en la garganta, atrapados aún después de años de fatalidades.
Se suceden, pues, como cierre de un recopilatorio más que necesario, los planteamientos acerca de la muerte como un ente que vive a nuestro alrededor, más vivo desde que sobrevuela la vida diaria; así como el anhelo de perdurar, pese a todo, en un mundo marcado por el recordatorio constante de la finitud de la vida. Sanz, como no podía ser de otra manera, sigue regalando versos insólitos, cuyo acercamiento con la actualidad no deja a nadie indiferente.