Monólogos desde Babel
Monólogos desde Babel
Bajo continuo
1
Gotea incesantemente. El agua se ha derramado del plato y a lo lejos el charco parece una herida sobre la tierra. Alrededor el mundo sigue sucediendo —el lente, la partitura registran este momento. Cierto, las palabras pueden salvar tu vida, pero el arte es otra cosa.
2
Puede que un día amanezca y te encuentre leyendo, conjuro para arrancarle unas horas al alba. Una luz incierta a la intemperie, el rocío que gotea en hojas y tallos, el alborozo de los pájaros. Contra toda lógica, cada mañana se congregan en la ciudad para entonar sus conversaciones y celebrar la retirada de las sombras.
Puede que también sea una tarde. Entiendes que la vida transcurre en una celda, que no podemos huir más allá de los cuadrantes de un tablero. Afuera alguien riega el jardín, se levanta una mata de libélulas. Si lees, es para olvidarlo. Consolación de la poesía.
Viene la noche, es la profecía de la tejedora. Aunque también pudo decir el día tiene veinticuatro horas y una está reservada a la tempestad. Ahora has olvidado tu lenguaje. Pronunciar cada verso es un ejercicio que te acerca al sabor de una fruta descubierta en la infancia. Así pasas las horas y silencias el ruido de tus órganos que no han sido hechos para durar.
3
Lo que permanece es siempre lo mismo —lluvia, rocío, agua, tormenta. Nosotros somos las variaciones, otra es la melodía.
Monólogo del Nazareno
Llamas alquimista al que cualquier sustancia convierte en oro o en la piedra que regala la inmortalidad. Le das el nombre de artífice al que levanta edificios y comerciante al que duplica las arcas, porque ellos han oído las palabras de mi padre que dijo “creced y multiplicaos”. Así obran todas las nobles creaturas de la cadena darwiniana, desde los fariseos hasta el humilde grano de mostaza. En cambio, llamas poeta al que se come los frutos y después de unas horas los caga en el inodoro. Y por eso, justo es que lo aborrezcas, hijo mío.
¡Hermanos, buen estómago se necesita para andar por el desierto! ¡Y os advierto, mis palabras no os alimentan, la música os embrutece, los lienzos ornarán bellamente los ataúdes donde se pudrirán vuestros esqueletos! Dos veces pobre es el hambriento que me escucha, tres veces el que me lee desde un papel o una pantalla —será más fácil para mis editores pasar por el ojo de una aguja que para sus imprentas escapar del fuego del infierno. Y el que llevare mis libros bajo el brazo, sea recibido como el portador de la lepra; sea perseguido como el que distribuye monedas falsas.
¡Hijos míos! Si hasta aquestos arenales me habéis seguido, en verdad os digo que hallaréis regocijo lamiendo las piedras de vuestro camino, que haréis vuestro lecho entre las espinas de las zarzas. No digáis que no os advertí. ¡Mal maestro habéis seguido!, ¡malos alquimistas habéis sido! Pues si no, decidme qué quedó de todo cuanto abandonasteis para venir hasta aquí: vuestras riquezas, vuestras mujeres, la poca fe que os quedaba.
Nada. Eterna, rutilante nada. Amarga semilla que geminará en las bóvedas vacías de vuestros corazones.
Rescoldos
Mirarse en el espejo. Gajos de luz en las vísceras de un animal muerto. Las cuentas ruedan unidas por un hilo invisible.
*
Invocación de la escritura del quelonio, alfabeto esculpido sobre una coraza rugosa. Debajo, palpitaciones de una carne tierna y antigua. Nombrar el estupor ante los vestigios de una naturaleza extinta.
*
Furor en las manos de las bacantes, sujetadoras de críos. ¿Cuál el aullido anterior a toda articulación y todo lenguaje? Furor en su huida y en los ojos espantados de los críos.
*
El torso desnudo de tres adolescentes. La herrumbre de las paredes que se descascaran. El puerto entero —todo arde entre la comisura de los labios y el cuenco de la sien.
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Allí donde el bosque aún resuena, allí acuden las yemas de los dedos. Madera de efes opuestas, flancos expectantes. ¿Quién pulsa las cuerdas hundidas sobre el diapasón?
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Luz es tiempo. Aroma de las hojas del boldo, olor del pasto recién cortado, contacto con la tierra húmeda. Atardece —se ensombrece la casa de la infancia.
*
Las cuentas ruedan unidas por un hilo invisible.
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