“No somos otra cosa que una sucesión de encuentros con lo ajeno”. Entrevista a Munir Hachemi

por Jul 11, 2023

“No somos otra cosa que una sucesión de encuentros con lo ajeno”. Entrevista a Munir Hachemi

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Fotografía: Andrea Dorantes

Munir Hachemi (Madrid, 1989) es doctor en literatura por la Universidad de Granada, traductor y autor de, entre otros textos, Cosas vivas (Periférica, 2018), los restos (La Bella Varsovia, 2022), galardonado con el Premio Ojo Crítico de Poesía, y El árbol viene (Periférica, 2023). En 2021, fue seleccionado por la revista Granta como uno de los 25 mejores narradores jóvenes en español.

Hola, Munir. Lo primero –y, de verdad, porque me parece ineludible en este caso–: enhorabuena por El árbol viene, tu última “novela”. Y empiezo por ahí, por las comillas, que seguro no te habrán pasado desapercibidas. ¿Es, en tu opinión, El árbol viene una novela o estamos ante un artefacto otro que escapa de los compartimentos con los que trabaja la institución literaria?

¡Hola! Muchísimas gracias. Es una pregunta que me hago mucho yo mismo. Por una parte, me parece evidente que no es una novela en el sentido clásico de la palabra, pero lo cierto es que si nos ceñimos a esa definición casi ninguno de los libros que nos interesan lo sería, ¿no? Me parece que el sentido de la palabra ‘novela’ se ha corrido hasta no significar otra cosa que un libro en prosa con algo que identificamos como estilo literario, no dividido en relatos que cuenten historias separadas y que tenga más de, qué se yo, unas cien páginas. En resumen, novela es lo que está en la sección de novela de una librería, es más una categoría mercadotécnica que otra cosa. El árbol viene entra ahí, pero estructuralmente es más bien un conjunto de documentos, todos relacionados de una forma u otra con el que sería el compilador del texto, el doctor Nahum Cordovero, el arqueólogo. Ahí entran informes, diarios de campo, historias mulai, reconstrucciones de biografías de algunos de ellos, una entrevista…

Creo intuir –y corrígeme si me equivoco– que uno de los grandes retos con El árbol viene ha sido precisamente intentar narrar de otra manera lo que siendo otro no puede ser narrado desde lo mismo. Mirar la realidad de una manera distinta implica representarla de forma diferente, pero tú vas un poco más allá, porque mirar hacia la realidad mulai es mirar hacia un mundo radicalmente otro, luego el salto es todavía mayor. ¿Hay forma de poner en palabras lo otro sin apropiación o, por el contrario, los moldes son indestructibles?

Los moldes son indestructibles, pero podemos jugar con sus límites. Precisamente, lo que me ha permitido escribir El árbol viene, el truco o dispositivo literario que parece resolver una ecuación que en realidad es irresoluble, es el personaje del arqueólogo. Te pongo un ejemplo: cuando se narra la travesía de Fluke, esta elabora un mapa cortándose el vientre, haciéndose, digamos, una escarificación. Pero Fluke no puede decir que eso es un mapa, ella no conoce ni comprende el concepto ‘mapa’. Lo que me permite narrar eso de forma que al lector no le resulte ilegible es interponer ahí al arqueólogo. Por supuesto, es trampa, porque el arqueólogo tiene el mismo propósito que yo, narrar lo otro sin reducirlo a lo propio, pero así le puedo echar la culpa a él de nuestro fracaso. Además, el truco me permite construir al personaje de modo que, en los primeros compases del libro, sea un tipo bastante pedante que reduce la cosmovisión mulai a la suya propia; con el tiempo, sin embargo, se va relajando y deviniendo mulai. Te confieso que en alguna medida yo también he devenido mulai escribiendo el libro; para hacerlo, he tenido que dejar a veces que las ideas reposaran en alguna parte de mi cerebro que yo no controlo y que volvieran de ahí más claras, que me ofrecieran ciertas revelaciones profanas como el hecho de que un mulai jamás haría o diría una cosa de tal o cual manera. Así que sí, la respuesta es sí, eso ha sido lo más complicado a la hora de escribir El árbol viene.

El cambio con respecto de tu anterior texto narrativo, Cosas vivas, es más que evidente, tanto en contenido como en forma. Sin embargo, hay, desde mi punto de vista, un hilo que une a ambos textos: la preocupación por el lenguaje, aunque sea desde dimensiones distintas y con desarrollos dispares. ¿Estás de acuerdo con mi afirmación? ¿Se me escapan conexiones más sutiles?

¡Estoy de acuerdo! Alguna conexión se te escapará, pero también se me escapan a mí. Ya me han llegado algunos comentarios resaltando ciertas continuidades que yo desconocía y que la gente encuentra con Cosas vivas, pero mi intención era, precisamente, romper de algún modo con ese texto. Cosas vivas tuvo cierto éxito y me preocupaba quedarme encasillado ahí, máxime cuando yo vengo escribiendo desde hace mucho y he publicado por primera vez, entre comillas, “tarde”, a los 29 años. Lo que se ve en Cosas vivas es una de las formas narrativas que me interesa explorar, más directamente política y que se pregunta por el destino de la autoficción después de que esta se haya agotado, pero no es lo único que escribo ni que he escrito, así que El árbol es una toma de posición en ese sentido. De todas formas, te añado un elemento de continuidad que además he ido encontrando, no sin sorpresa, en mis textos anteriores: la obsesión con la justificación documental de lo que aparece escrito en el libro.

En Cosas vivas, el personaje principal lleva un diario que ocupa algo más de la mitad del texto. En El árbol viene, accedemos únicamente a la lectura de textos escritos (informes, tres fábulas y una nana, entradas del diario personal del Dr. Cordovero, traducciones de textos escritos en mulai, etc.). El ejercicio de la escritura está por todas partes, pero en El árbol viene hay una vuelta de tuerca: la traducción, para rizar el rizo, para ampliar el juego, para encontrar otros ecos. Escritura y traducción (eres escritor y traductor), prácticas culturales institucionalizadas a las que se les ven las aristas en tu obra, porque, entre otras muchas cosas, “los mulai desconocen la distancia de la ficción”. ¿Puedes explicarnos el lenguaje de les mulai y cómo estes se relacionan con la escritura? ¿Qué hay detrás de todo ello?

Una línea de fuerza que también guía mi escritura. Entiendo que a la hora de narrar algo, el reto más interesante es encontrar el modo de sortear el abismo que existe entre forma/textualidad y tema. En el quehacer crítico o teórico hay destellos en los que eso se logra, pero no hay una teoría firme que lo permita. Si piensas en Bourdieu, por ejemplo, te das cuenta de que no lee. Es decir, él leía, leía mucho, pero su teoría no lee. Cuando se pone a pensar en el contenido de La educación sentimental hace una especie de reflejo directo de lo que se describe en la novela con el campo literario parisino de la época, es incapaz de producir un dispositivo de lectura desde su teoría de campos. En el otro extremo, sólo se lee, pero esa lectura no se pone en relación con nada, o se incurre en un subjetivismo que se agota de inmediato. Ese abismo, sin embargo, es enormemente productivo a la hora de narrar (con la ventaja, claro, de que los escritores no tenemos que explicar qué hemos hecho, ni cómo).

Te pongo un ejemplo: hace poco le decía una amiga que no me interesan (en literatura, se entiende) necesariamente los textos escritos por personas con un TCA o los textos sobre los TCA, pero sí los textos que tienen un TCA. ¿Qué significa que un texto tenga un TCA? Esa es la pregunta a la que un escritor se enfrenta, una pregunta casi imposible pero al mismo tiempo muy productiva. A eso me refiero con sortear el abismo entre forma y tema. Entonces, si –quizá– el tema central de El árbol es el lenguaje, hay dos preguntas ahí. La primera es cómo habla une mulai. No se puede pensar una sociedad otra sin pensar una lengua otra, y si se hace no vale de nada. La segunda, entonces, es cómo habla El árbol viene, ese texto escrito por el arqueólogo Nahum Cordovero, y El árbol viene tiene que hablar, al menos en parte, al menos desde cierta perspectiva, en mulai. Así, como la lengua mulai es siempre un juego, como su única función es ella misma y su única naturaleza el cambio, intento que El árbol juegue con el lector o que el lector juegue con El árbol (¡quiera o no! Hablo de un juego que puede ser desagradable, frustrante, pero también gozoso, según cómo se enfrente), que se permita saltar de glifo en glifo, de párrafo en párrafo, de capítulo en capítulo, que le pierda un poco el respeto a eso que llamamos ‘novela’.

Hace poco, con unos amigos, uno dijo que le había gustado mucho el humor de El árbol viene y otro (que también lo había leído) respondió: “¿qué humor?”. Me parece que esa anécdota condensa bien la respuesta que te acabo de dar.

En la comunidad mulai, el dinero no existe; nadie vive a costa del otro; no hay explotación ni animal ni medioambiental; tampoco diferencias en función de la clase o del género. ¿Distopía, utopía o ninguna de las dos?

¡O las dos! No sé, la verdad. Diría que heterotopía. Vamos a dejarlo en utopía lingüística, si te parece.

Las resonancias de Foucault y de Paul B. Preciado en la cuestión de la sexualidad son evidentes, ¿no? ¿O son imaginaciones mías? No hay matrimonios, pero hay trinomios; no hay penetración, pero hay otras prácticas consideradas por les mulai sexuales…

Las resonancias de Foucault sí, aunque más en su forma de entender la historia y el lenguaje –de hecho, son sus textos los que motivan que el arqueólogo se llame así cuando en rigor es un antropólogo– que en sus trabajos sobre la sexualidad. Las de Preciado no lo sé, diría que sí, pero entendiendo a Preciado dentro de una conversación colectiva de la que participo y en la que él es un agente importante.

Termino ya. Hay algo que me llama mucho la atención: “un mulai que no participa en la vida común del domo no es un mulai”, y ahí tenemos a les brabat y a les loucú. ¿Son estes habitantes del exterior del domo el excedente de toda comunidad, el exterior constitutivo que rige toda creación de un nosotres o es posible –aunque quizás todavía inimaginable– una nosotres sin un elles?

Podría ser, pero no querría ser tan categórico. Les loucú, por una parte, viven dentro del domo y forman parte de la comunidad, por más que su forma de formar parte sea no formar parte (perdona la cacofonía). Les brabat sí constituyen una otredad, en tanto han renunciado a la lengua y además no respetan la vida, al menos no de la forma en que la respetan y conciben les mulai. Eso me lleva a pensar que quizá han sido excluides precisamente porque les mulai tienen una concepción de la vida que roza lo religioso. En la novela se discute eso, si las formas de espiritualidad mulai provienen de las prohibiciones a las que fueron sometides por les primeres mulai o si son antropológicamente inevitables. Además, les brabat funcionan como una trampa en la novela: parecen la otredad de la otredad, pero en realidad –como apunta el arqueólogo– quizá son mucho más similares a nosotres de lo que nos gustaría reconocer.