Otra (no tan) maldita novela “hipster”. “Cauterio”, de Lucía Lijtmaer
Otra (no tan) maldita novela “hipster”. “Cauterio”, de Lucía Lijtmaer
Lucía Lijtmaer, Cauterio
Barcelona, Anagrama
210 páginas, 18,90 euros

No debería sorprender al lector la sabiduría que destila la pluma de Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) en Cauterio. Quienes siguen de cerca la trayectoria de la hispanoargentina en el pódcast que codirige junto a la histriónica e inteligentísima Isabel Calderón reconocerán en la novela los ecos del ejercicio de perspicaz análisis sociocultural y artístico que regala a sus oyentes semana tras semana. Se trata, por tanto, de una opera prima escrita por quien llega a la ficción con los deberes hechos, para demostrar todo su músculo reflexivo sobre los grandes males del vivir urbano actual.
La obra posee una estructura compleja que se vertebra en dos líneas argumentales, para cuya comprensión resultan fundamentales los paratextos. En la primera trama narrativa, los capítulos se presentan en números arábigos y con idéntica estructura: una referencia topográfica y un “antes” y un “después” que sitúa al lector en la trayectoria de su personaje principal. Se trata de una joven anónima que relata en primera persona una serie de sucesos que sesgan su vida y que explican cómo ha llegado a convertirse en todo lo que siempre temió (“loca” y “cobarde”, como señala en la p. 25), cuál ha sido su recorrido desde la felicidad de una treintena urbanita en la Barcelona indie (el “antes” de los capítulos) al Madrid desierto de un tórrido verano (el “después”) en el que, sumida en una honda depresión, rumia todas las posibles formas de quitarse la vida (“Durante mucho tiempo solamente me quiero matar”, reza el arranque) y la fantasía recurrente de una inundación global que extermine a la humanidad.
La narración transita, asimismo, el pasado de la protagonista, desde los tiempos de las salidas desordenadas con sus amigas (es brillante el retrato de Victoria, personaje tan complejo como satírico) hasta los inicios de su madurez (tremenda crítica al abandono de la individualidad en favor de la pareja), para culminar con la ejecución de una de las venganzas más ingeniosas de la literatura española reciente.
Por el camino Lijtmaer sitúa frente al espejo, de forma sutil pero evidente, el amor tóxico, la hipocresía política de la izquierda, los convencionalismos sociales y las imposturas estéticas de la globalización, desde lo decorativo a los usos y costumbres de las grandes ciudades (las tiendas de ropa, la decoración nórdica, los restaurantes de moda…). La autora realiza un certero esbozo de la juventud urbana contemporánea describiendo escenarios, tipos y situaciones con un despliegue sublime de sarcasmo e ironía. Resulta inolvidable el dibujo de la Barcelona gentrificada, protagonista tácito de la novela, que nos regala en el capítulo en que la joven cuenta a sus amigas, a quienes se refiere como “cotorras” en otro despectivo alarde humorístico, que ha comenzado una nueva relación: “Acaba de estallar en Barcelona la recuperación de bodegas antiguas de vino a granel, con sus barricas barnizadas, el precio del litro de vino dulce escrito a mano. Les llaman bodegas pero solo son bares caros, donde la gente se toma una caña que consideran bien tirada, un vino normalito y unos mejillones de lata a precio de oro y todo el mundo se siente de barrio y auténtico” (35).
Pero, ante todo y sobre todo, Cauterio ahonda en el fracaso de una sociedad que empuja a las mujeres a la imposibilidad de realización personal y a la necesidad imperiosa de validación social, que las aboca al escepticismo, a la desesperanza y, finalmente, a la depresión. No se trata de un tema exclusivo de la obra de Lijtmaer, pues la compleja Fármaco (2021), de Almudena Sánchez, o Estaré sola y sin fiesta (2021), de Sara Barquinero, han transitado también las lides de lo que podríamos denominar como “narrativa hipster”.
La segunda línea argumental, cuyos capítulos se presentan en números romanos y siempre precedidos por el nombre de su protagonista, Deborah Moody, relata, también en primera persona, la historia de una de las primeras terratenientes del Nuevo Mundo y su relación (de base histórica, pero ficcionalizada por Lijtmaer) con su amiga Anne Hutchinson, y la comunidad de mujeres en la que ambas vivieron a mediados del siglo XVII. Queda, sin embargo, algo difuso el vínculo entre las dos tramas narrativas de la novela, que cristalizan en un epílogo (Deborah en la calle Puig d’Ossa) que dota de sentido a la elección de ambos personajes y su desarrollo paralelo en el texto. De manera simbólica, el título hace referencia a este nexo. Se trata de dos mujeres que huyen en busca de un lugar en un mundo que rechaza sus necesidades, y que por tanto cauterizan de distinta manera su imposibilidad de realización individual en una sociedad que no está lista (ni acaso desea estarlo) para afrontar sus problemáticas.
Estamos ante un texto que, frente a su prosa rápida y su juego perpetuo con el humor negro y una mordacidad en ocasiones brutal, desborda la complejidad propia de una de las analistas socioculturales más perspicaces del panorama intelectual contemporáneo.
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