Siempre vivos. “Las huellas imborrables”, de Javier Herreros.

por Dic 17, 2020

Siempre vivos. “Las huellas imborrables”, de Javier Herreros.

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Javier Herreros, Las huellas imborrables

Tarragona, La Equilibrista

86 páginas, 12 euros

El siglo XX ha dejado en Europa nombres de gran importancia en el ámbito de la literatura, el cine, la música. Javier Herreros (Madrid, 1983) en Las huellas imborrables (2020) realiza un homenaje a diez de estas figuras. Los artistas escogidos por Herreros son: el italiano Pier Paolo Passolini, cineasta y escritor; el músico alemán Johann Sebastian Bach (el único del siglo XVIII); el novelista español Miguel Delibes; el cineasta sueco Ignman Bergman; el directo checo Jirí Menzel; el escritor portugués José Saramago; el poeta peruano César Vallejo (cuyo papel en España en los años treinta fue de gran importancia); el novelista argelino-francés Albert Camus; el poeta sevillano Antonio Machado; y el cantante británico Freddie Mercury, de la banda Queen.

La obra se articula en dos secciones. En la primera, Herreros muestra diez poemas. La mayoría se componen de cuatro o cinco series, de diez versos alejandrinos o hexadecasílabos cada una. Estas estructuras logran un ritmo más pausado, emocional y profundo.

Tras terminar la parte lírica, Herreros elabora un breve ensayo de cada poema: conecta la historia, trayectoria y creación del artista, del que habla con una visión personal sobre él, y lo relaciona con el poema en cuestión. Las huellas imborrables, en ese sentido, recuerda a los poemas narrativos de Luis Cernuda en homenaje a Larra, Gide, Galdós. Los poemas más sobresalientes son “Golpes en la arena”, a Passolini; “Paseo en Colliure”, a Machado; y “Magia en Wembley”, a Mercury.

La composición dedicada a Passolini, “Golpes en la arena”, comienza con una trágica escena: está siendo asesinado en Ostia, en 1975. Passolini recuerda, sabiendo que la muerte le espera, su vida: su familia, amigos, obras. Alegóricamente, Herreros expone que el artista nunca muere. Realiza un símil con Federico García Lorca, que fue asesinado en agosto de 1936, en España, por la brutalidad fascista. Herreros ejecuta un recorrido a lo largo de la producción del artista italiano: El evangelio según San Mateo (1964), Las cenizas de Gramsci (1957); habla de su faceta interdisciplinar como escritor y cineasta. El poema acaba con el poeta, de nuevo, en Ostia y se retoma la idea de que un artista de tal calibre no morirá jamás. Como en el resto del poemario, existe una conexión personal, en este caso oculta, con su hermano fallecido, Jorge, al que dedica la composición. Jorge será eterno.

“Paseo en Colliure” ejemplifica la admiración de Herreros hacia el poeta sevillano Antonio Machado. El poema se sitúa en febrero de 1939, en Colliure, Francia, donde muere, exiliado. Deteriorado y moribundo, Machado se emociona con la claridad del cielo y el brillo del sol. De ahí, que los últimos versos que escribiese Machado fuesen “Estos días azules y este sol de la infancia”. El poeta remembra su infancia y deja a un lado la amargura por la derrota republicana. Soledades (1903) es el marco sobre el que gira la sección de la infancia. Pueden apreciarse elementos simbólicos de Machado en la pieza de Herreros: la fuente, el jardín, la tarde, el camino. Continúa el poema y la acción se ubica, de nuevo, en Colliure, donde estuvo con su madre, Ana, y su hermano, José. En la figura de José se esconde la importancia del valor fraternal que siente el autor por su hermano. Machado se acuerda de grandes experiencias de su vida y, sobre todo, de su gran amor: Leonor. En la parte final, se plasma la muerte de Machado el día 22 de febrero. Ana fallecería tres días después. “¿Quién sabe si navegaron a un desconocido puerto?” es uno de los versos finales. Recoge el tema de la esperanza que vemos en “Golpes en la arena”.

“Magia en Wembley” cierra el poemario. El poeta considera a Mercury el más grande artista de todos los tiempos. La acción se sitúa en Wembley, el 12 de julio de 1986, en un concierto de la banda Queen. Herreros se centra, en especial, en Bohemian Rhapsody.  Sería uno de los últimos conciertos de Mercury, debido a que padecía de SIDA. Emotivamente, transmite las sensaciones del grupo en Wembley. Mercury recuerda los duros primeros pasos de la banda. En el punto más álgido del concierto, Mercury se acerca al borde del escenario, donde miles de personas lo admiran. La composición termina, de nuevo, con una apelación a la esperanza. Mercury jamás morirá. Su arte lo mantendrá vivo.

Como conclusiones, el lector puede intuir que estos célebres personajes han tenido un peso muy importante en la cultura europea e internacional. El poeta admira a todos ellos. Escoge a estas diez figuras por varios motivos: la obra de cada uno; la relación que guardan con su vida o con su hermano, Jorge; la repercusión que han tenido; su admiración. La influencia de Luis Cernuda es clave. Es posible que hubiera podido representar a otros emblemáticos artistas del siglo XX que admirase, ya fuesen mujeres u hombres. Esta centuria ha dejado grandes nombres, dentro y fuera del panorama cultural: Federico García Lorca, Virginia Woolf, Hermann Hesse, Monet. En el poemario solo hay varones. ¿Qué consideraría el poeta sobre los recién citados? Ojalá Herreros se anime a hacer una nueva pieza en la que ejemplifique su pasión hacia otras diez eminencias culturales. Será, desde luego, de una calidad literaria excelente, como Las huellas imborrables.

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