De lo que vive, de lo que muere. “Da dolor”, de Pilar Adón
De lo que vive, de lo que muere. “Da dolor”, de Pilar Adón
Pilar Adón, Da dolor
Madrid, La Bella Varsovia
76 páginas, 10,90 euros

«Eso espiritual que ves en mí es pena» condensa Pilar Adón (Madrid, 1971) en una de las páginas de Da dolor (2020, La Bella Varsovia). Retomando la poética de Las órdenes (2018), la autora recupera su estilo de gran carga autobiográfica de forma que lleva a los lectores, verso a verso, por el dolor de una pérdida, el cambio de las edades y la muerte.
No se aleja de esa «espiritualidad»; la presencia de la fe, en gran medida, se manifiesta como el receptor de todas las preguntas (además de ella como poeta y nosotros como lectores reflexivos): «por qué hay seres que viven más». Sobre todo se siente la fuerte búsqueda de una identidad después de la pérdida o de la propia muerte, en especial en lo relacionado con la escritura: «dónde meter tanta palabra, tanto trabajo de escritorio». Cuando el tiempo se consume, dónde queda todo lo vivido, las horas y los minutos que llenan tu identidad y la de quien te acompaña. Es entonces cuando la poeta dice «dejar de estar es fácil», pero sentimos el peso de la ausencia en los actos más cotidianos, en los instintos anecdóticos: «ahora que engalanarme no sirve. Ni correr ni huir. / Ahora que no puedo contarle a nadie / (allí no me queda nadie) / que la última mujer de John Wayne / se llamaba Pilar». Porque leer el último poemario de Adón es cobijarnos en su intimidad para encarar, junto con su palabra precisa y punzante, eso que llamamos ausencia y que nadie nos ha enseñado a (sobre)vivir. Sin embargo, sus poemas se alejan de lo que podría ser la autoayuda o los sentimientos edulcorados; la aceptación llega con el padecimiento y con la presencia de la memoria. Eso sí, sin olvidar la belleza de cada imagen (aunque a veces morbosa).
Da dolor dialoga con la memoria y afronta los recuerdos de una misma desde las revelaciones de la edad adulta. Esto implica un choque tectónico entre la percepción (¿feliz?) de la infancia («en mi naturaleza de niña bien») y el reconocimiento desde la mirada de madurez: «¿Cómo reconocerme, reconocernos, / tras la blanca mudanza?». Del tópico garcilasiano se entrevé una exploración por el paso del tiempo, la soledad y la llegada a ser ausencia. «Si hubiera advertido la vejez cuando aún no era tarde». Esas edades conllevan a su vez reflexiones en torno a los roles de género establecidos desde el nacimiento («Niñas que sirven el agua-ponen el vino entre los cubiertos (…) / Niños que despliegan sus pañuelos recién planchados / y nacen ya chavales»); sobre la maternidad y la disociación que hay entre la realidad maternal y la idea como instinto o como constructo social («Tener una hija no es mejor que soñarlo. / Ni preferible a serlo»); y sobre las figuras familiares. Este último tema es muy recurrente en su poética, especialmente la relación padre-hija y su problematización («Sea yo como mi padre, aunque no del todo»).
Ese entorno familiar incita a que la presencia de la naturaleza sea constante, al igual que en el collage de la portada compuesto por Francisco Pageo. La figura poética de Adón se recibe con un olor a bosque y a animal salvaje, animal de caza, animal que no quiere ser muerto pese al tiempo: «Veinticuatro animales / que no llegarán a junio / ni olfatearán el cese del frío». Sobre su identidad, como en la imagen, residen los bosques, la presa, la caza y el triunfo de ese hombre que es «cerveza-en-mano-perdiz-en-pie». Toda esa violencia en plena naturaleza es el legado de la poeta, pero como algo que reside en la memoria y ya no permanece: «Que siga la tierra advirtiéndome adónde ir / tras las huellas del jabalí, las huellas del zorro, / y los lobos que bajaban a la presa, / aunque ya no».
El tiempo une a los humanos con el resto de seres del mundo animal y Da dolor lo recoge desde la memoria y llega al lector con una esperanza final. No obstante, el poemario de Adón es tan completo que merece relecturas y reinterpretaciones. Una queda atrapada en ese estilo que es tan personal de modo que en cada poema se reconoce a la autora. Esta pareciera que impregnase de su esencia el tintero y, en la lectura, todo verso se volviese relevante y, frente a todo, imposible de esquivar.