Porque nos han enloquecido. “Las herederas”, Aixa de la Cruz
Porque nos han enloquecido. “Las herederas”, Aixa de la Cruz
Aixa de la Cruz, Las herederas
Alfaguara, Madrid
328 páginas, 19,90 euros

La abuela se ha suicidado. Sin dejar rastro, sin dejar escrita ninguna carta, ninguna despedida. Ni tan siquiera la lista de motivos que la han empujado a elegir este repentino final. Tan solo alguna pista en forma de fármacos, en forma de pastillas con las que parece que pueden reconstruir sus últimos pasos las cuatro nietas que han ido a la casa del pueblo donde vivía para explorar. Para encontrar una razón. Así comienza la narración de Las herederas, uno de los platos fuertes de la rentrée de este curso que ha terminado de colocar a Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) en el centro del panorama literario español.
Desde el comienzo del texto hasta el final de sus páginas se utiliza este embrollo familiar para recoger muchas de las contradicciones y violencias que se han generado socialmente al haber colocado la producción como único método de adquirir reconocimiento. “Si estamos locas será porque nos han enloquecido” dice Nora, una de estas cuatro primas, en la página 19 de la novela. En este sentido, parece que se invita a pensar más allá del capitalismo, a tratar de dejar de partir de esa concepción del mundo para entender lo que le ocurre a este grupo de personajes. Pero, más que una conclusión sobre las posibilidades utópicas que se pueden generar dejando a un lado esa forma de mirar, tan solo se llega a plantear la dificultad –que ni siquiera llega a materializarse en probabilidad– de abandonar ese pensamiento.
En el plano formal, Las herederas destaca por el gran trabajo de planificación que lleva detrás. Se rechaza la palabra veraz del narrador omnisciente porque no interesa relatar una realidad, sino acceder a la de cada uno de estos personajes. La novela presenta un conjunto de escenas que, narradas cada una cuatro veces –una por cada personaje– van componiendo esa mirada caleidoscópica en la que va transformándose el texto. A pesar de contar con un número importante de narraciones del mismo episodio, de la Cruz se sirve de un pequeño truco para darle algo de dinamismo al recurso: en la mayor parte de la obra los personajes se encuentran en parejas, por lo que cada escena se narra tan solo dos veces. Este asunto alivia, en gran medida, el ritmo de la novela, que rara vez decae a lo largo de todo el texto.
Tradicionalmente, la historia de fantasmas se mueve recorriendo un espacio que va de lo sobrenatural a lo real, incorporando muchas veces una explicación racional a ciertos fenómenos extraordinarios. Las herederas funciona justamente al revés, como si estuviera escrita para lectores acostumbrados a vivir con ese “gen de los que asisten a la magia y tienen que reducir a algo aprehensible a toda costa, transformando sus teorías en un libro, en una secta, en una religión mayoritaria que destruye ecosistemas y civilizaciones a su paso” (pág. 228). Si bien puede que no los convenza, sí que plantea al menos una revisión de esa forma de pensar y propone, gracias al fantasma de la abuela que parece estar cada vez más presente en la historia, un modelo sugerente de narración fantástica.
Pero, como se mencionaba, los asuntos de las drogas, la enfermedad mental y la muerte están presentes como piedra angular de la narración, a veces pareciera que hay una voluntad de añadir problemáticas sociales a la lista de temas representados en la novela. Solo así puede explicarse una leve crítica a la concepción de la familia –usual en las obras que comparten esta relación entre sus personajes y el motivo de la muerte como razón que los ha juntado de nuevo– o, de forma especialmente superficial, un acercamiento a la idea de maternidad. No resultan una piedra en el camino a medida que se avanza por las páginas de la novela, pero las ideas que se dejan entrever podrían formar perfectamente la parte central de otras futuras obras que se dediquen a abordar directamente esas problemáticas. Por eso Las herederas no es solo una novela que invita a leerse, que encierra en su interior varias capas que exigen un acercamiento atento. Aporta, además, cierta sensación de espera por descubrir cuál es la que la seguirá dentro de la producción de una autora que parece que no ha dicho todo lo que tiene que decir.
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