Una vía de doble sentido. “Filosofía y ficción”, de Ignacio Gómez de Liaño
Una vía de doble sentido. “Filosofía y ficción”, de Ignacio Gómez de Liaño
Filosofía y ficción, Ignacio Gómez de Liaño
EDA Libros
211 páginas, 15,90 euros

La expulsión de los poetas de la república platónica es uno de los puntos clave que enlazan estas dos líneas, digamos, la escritura de carácter filosófico y la creación puramente estética. Desde entonces, parece inevitable que volvamos una y otra vez sobre la relación que existe entre literatura y filosofía. Pero la ironía no se reduce al hecho de que, al querer deshacerse de los poetas, Platón contribuyó a una tradición que ha acabado exaltándolos. Va más lejos: no podemos olvidar que la República escenifica una conversación entre Sócrates y otros personajes. Dicho de otro modo, el texto utiliza la ficción para hacer que la filosofía sea accesible a quienes leemos. Al considerar esto, resulta natural que Ignacio Gómez de Liaño inicié su nuevo libro, Filosofía y ficción, con una reflexión sobre estas paradojas.
Sin embargo, la premisa que sostiene este trabajo es diferente a la del ateniense. Antes que opuestos, el autor español ve en la relación que hay entre estas dos instancias, el pensamiento filosófico y la creación literaria, una “vía de doble sentido”. Se suma a una amplia tradición que, en España, incluye a María Zambrano, con Filosofía y poesía (1939), y a Miguel de Unamuno, cuyas obras siempre abordan, directa o indirectamente, reflexiones sobre este problema. Lo que hace brillar al volumen de Gómez de Liaño es su estructura: antes que un ensayo, estamos frente a un ejercicio que explora los vínculos que enlazan la ficción y la filosofía. Así, se compaginan reflexiones (a veces aforísticas) con breves textos ficcionales, muchas veces sacados, en ambos casos, de trabajos anteriores del escritor que encuentran aquí nueva vida. El objetivo es ver cómo dialogan las ideas con la invención de historias.
Resulta complicado encasillar las secciones filosóficas del libro. Sin duda se alejan del ensayo en sentido llano. El pensador abandona la estructuración lógica de un argumento y opta por una forma más libre de pensamiento. Propone, en consecuencia, ideas y aforismos, reflexiones que se mueven con agilidad a través de distintos temas y, al hacerlo, reflejan una tesis defendida en el libro: el mundo, como el pensamiento, es relacional en esencia.
La diversidad no implica dispersión. No debemos pensar que esta forma abierta de aproximarse a las ideas es incongruente o que le falta de coherencia. Lo que sí posee es liviandad, en un buen sentido. Hay algo conversacional en la forma en que Gómez de Liaño expone sus reflexiones: expresa sus ideas, desafía al lector, lo invita a pensar. Por tanto, incluso si no se está en sintonía completa con sus opiniones, la lectura resulta enriquecedora. La filosofía, a fin de cuentas, debe formular preguntas antes que responderlas.
Las partes tituladas “Ficción” llevan esta posibilidad al extremo. Si en las secciones filosóficas encontramos afirmaciones sobre lo real, estas ideas se relativizan al encontrarse en los universos ficcionales que se construyen en las páginas del libro. Son prosas densas, de corte claramente reflexivo —digámoslo sin eufemismos: de corte filosófico—. De momentos, recuerdan a Jorge Luis Borges, por el carácter metafísico, aunque en tono parecen beber de los antecesores españoles de Gómez de Liaño, como el ya mentado Unamuno.
Lo realmente potente de Filosofía y ficción es, como se ha dicho, el ejercicio que plantea: la posibilidad de compaginar ambas áreas, ver cómo establecen un diálogo entre ellas, cómo se complementan. El lector de relatos ficticios recibe un producto acabado que oculta, en los mejores casos, la reflexión previa que lo sostiene. Al mismo tiempo, un ensayo filosófico, en su búsqueda por solidez argumentativa, intenta renunciar a cualquier ambigüedad. Luego, tener la posibilidad de leer las ideas que sustentan un relato permite apreciar las distintas capas que componen la ficción, la densidad de un relato (sin importar su brevedad). Simultáneamente, ser testigos de cómo la filosofía es encarnada en unos personajes revela la complejidad de cualquier intento por comprender una realidad que, en todo momento, se revela inaprensible.
En resumen, el volumen de Gómez de Liaño es un ejercicio potente para el lector, un desafío, en cierta medida, como posiblemente lo fue para el escritor. Reflexiona sobre la creación literaria y sobre los textos ficticios en sí mismos. Al hacerlo, invita a cambiar la forma en que leemos, tanto filosofía como ficción, lo cual puede acabar por alterar cualquier futura lectura que hagamos.