A tiempo para el espacio (en femenino)

por May 10, 2022

A tiempo para el espacio (en femenino)

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Es ya un clásico iniciar cualquier reflexión sobre el espacio citando el célebre discurso de Foucault “Des espaces autres”, donde proclamaba el fin de la era del tiempo y vaticinaba el giro espacial en las Humanidades y Ciencias Sociales. Sin embargo, cincuenta años después y dentro de un sistema en el que el conocimiento debe ser mesurable y amortizable, como pensadoras seguimos muy ocupadas con el tiempo. Nos preocupa nuestra forma de maximizarlo, acelerarlo o perderlo. De ahí que, a contracorriente, la filosofía contemporánea nos incite a deleitarnos en el aburrimiento, como aboga Byung-Chul Han, y en la espera, como sugiere Andrea Köhler en su ensayo sobre los tiempos muertos, y nos llame a la inacción como resistencia a la dictadura del tiempo productivo, como escribe Juan Evaristo Valls Boix en su Metafísica de la pereza.

Si por la copiosa reflexión actual sobre la dimensión temporal podemos deducir que “al tiempo le falta tiempo”, como decía Maurice Blanchot, me gustaría desde aquí robarles unos minutos para volver al ensayo de Foucault y detenernos en el espacio. No lugar, ni territorio, ni terreno, sino espacio en su sentido más amplio: como dimensión en la que se desarrolla la vida.

Newton escribió que “ningún ser existe o puede existir sin que esté relacionado con el espacio de alguna manera”. Todo está en el espacio, efectivamente, pero no hay espacio sin sujeto y por ello debemos recordar los múltiples condicionantes que atraviesan la corporalidad. En oposición a la falsa premisa de neutralidad de la que parten muchos estudios espaciales canónicos, como la Poética del espacio de Gaston Bachelard, no se trata de un sujeto “neutro”. Todo ser humano habita el espacio, sí, pero algunos sujetos tienen el privilegio del movimiento o de la inmovilidad y el de la visibilidad o invisibilidad al atravesar determinados espacios; algunos sujetos se sienten cómodos, amenazados, deseados o ignorados en ciertos espacios; algunos acceden a ellos, los observan y los narran. Otros y otras, sin embargo, no. Así, no deberíamos hablar sólo de “espacio” sino de “espacio y…”, como bien indica el título del reciente volumen editado por Martin Lundsteen y María Gabriela Navas Perrone. Espacio y… conflicto, fronteras, control, ocio, biopolítica y género, proponen los editores.

Me detendré en esta última variable. ¿Cómo estudiar el espacio literario desde una perspectiva de género? Se observan dos vertientes tradicionales: por una parte, se ha incidido en visibilizar las contribuciones de autoras olvidadas en las formas narrativas aunadas por un espacio concreto, como son los estudios literarios urbanos. Por otra, la crítica literaria se ha centrado en identificar espacios históricamente “femeninos” y sus motivos derivados para ilustrar una continuidad en la literatura escrita por mujeres (sin apenas desestabilizar o pluralizar el sujeto “mujer”, todo sea dicho). En lo fantástico, por ejemplo, corren ríos de tinta dedicados a abordar la casa encantada como espacio en el que se problematiza lo doméstico. Sin embargo, nuestras lecturas siguen sesgadas: cuando la casa encantada aparece en un texto de autoría femenina, la crítica se focaliza en la domesticidad. Cuando este motivo figura en textos de autoría masculina, se lee como expresión de otros factores que trascienden el espacio interior y se presentan como proyección universal, como la ansiedad ante la pérdida del hogar o ante la aceleración de procesos capitalistas de desposesión (como hace Anthony Vidler en su célebre The Architectural Uncanny). Por desgracia, a menudo desde la crítica literaria seguimos perpetuando la falacia que contrapone lo femenino a lo universal.

¿Cómo superar estos enfoques clásicos y abordar el espacio literario a través de un marco que priorice la variable de género, desde una metodología propiamente feminista? Para ello deberemos recurrir a otras disciplinas que ya cuentan con una genealogía de voces que han incorporado la perspectiva de género en su forma de pensar el espacio: la desestabilización del binomio espacio-lugar en relación con los atributos masculino universal-femenino local, el cuestionamiento de los mapas “de la moral y el vicio”, las geografías del miedo, el análisis de la segregación espacial y la movilidad condicionadas por el género entre otras variables, la percepción emocional y sensorial del espacio, y la denuncia del androcentrismo que marca el diseño y la distribución de nuestros espacios al servicio de la producción del capital y no de la reproducción de la vida (humana y no humana) son algunas de las contribuciones que desde los años 80 han formulado Dolores Hayden, Doreen Massey, Linda McDowell, Leslie Kern, Izaskun Chinchilla y Sofía Zaragocin, entre otras.

Como teóricas de la literatura nos corresponde trazar un puente entre estas propuestas y el espacio literario, desde una perspectiva que trascienda la archiconocida premisa del “espacio como personaje”. ¿Cómo determina el género de los personajes la selección, narración, función y significado de los espacios? ¿Qué sensorialidad invoca la percepción corporal del espacio narrado, más allá de la primacía de la vista? ¿Cómo influye el espacio en la caracterización de los personajes femeninos y cómo determina su agencia? ¿Quién tiene acceso a ciertos espacios? ¿Qué sujetos quedan al margen de ciertos campos de acción? ¿Quién es centro y quién periferia o satélite? ¿Quién pertenece y quién es intruso/a? ¿Qué voz narra los espacios y cuáles permanecen en silencio?

Las contribuciones de las geógrafas y urbanistas mencionadas nos recuerdan que hay otras maneras de pensar y vivir el espacio. También de escribirlo. Los conceptos y métodos que podemos importar de estas disciplinas serán sin duda de gran utilidad en los estudios literarios para que la geocrítica o geopoética desmantele de una vez por todas la falsa universalidad de ese sujeto en el espacio y de ese espacio sin marca de género.

Aunque, como decía al principio, la filosofía contemporánea se encarga de recordarnos que la divisa «el tiempo es oro» es explotadora, desde la teoría de la literatura y el comparatismo no hay tiempo que perder para esta tarea. La inacción o la espera, en este caso, no sería tiempo regalado sino falta de responsabilidad.