«Las edades de Lulú», «Malena es un nombre de Tango», y «Modelos de mujer»: sexualidad en la novelística de Almudena Grandes
«Las edades de Lulú», «Malena es un nombre de Tango», y «Modelos de mujer»: sexualidad en la novelística de Almudena Grandes
En sus novelas, Almudena Grandes rompe con el papel de la mujer en la era de la postguerra, dando lugar a la liberación sexual de la mujer, que había estado reprimida durante el franquismo. Podemos ver la transgresión desde una mujer tradicional hacia una nueva mujer, que busca ansiosamente su libertad.
Almudena Grandes Hernández nació en Madrid el 7 de mayo de 1960. Estudió Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid. En 1989 publicó su primera obra, Las Edades de Lulú, una novela erótica y una historia de aprendizaje. El libro tuvo un gran éxito y, ese mismo año, se le concedió a su primera obra el premio XL “La Sonrisa Vertical”. En los años siguientes, la escritora se alejó del genero erótico y escribió novelas como Te llamaré Viernes (1991) y Malena es un nombre de tango (1994), de las cuales la última fue recibida muy positivamente y llevada al cine dos años más tarde por el director Gerardo Herrero. En 1996 publicó su primera colección de cuentos, Modelos de mujer. Atlas de geografía humana (1998), Los aires difíciles (2002) y Castillos de cartón (2004) continúan la obra novelística de la autora. Actualmente es columnista habitual del diario El País y contertulia en la sección Hoy por hoy de Cadena SER.
En el prólogo de Modelos de mujer, titulado “Memorias de una niña gitana”, Grandes describe sus primeros pasos como escritora. Cada domingo, cuando su familia debía estar completamente en silencio mientras los hombres veían el fútbol en la televisión, ella escribía cuentos. Fue entonces cuando empezó su carrera como escritora: escribiendo el cuento. Porque la autora siempre escribía el mismo cuento en distintas versiones. Este cuento, narrado en el prólogo, tiene mucho que ver con los propios cuentos narrados a lo largo de la colección. El cuento trata sobre una niña burguesa recogida por una joven gitana al perderse en un parque. Años después, la niña vuelve a perderse en el mismo parque e, inexplicablemente, una buena señora la adopta, que resulta ser su verdadera madre. Toda la familia se burla de ella por ser la hija adoptada de una familia gitana. Pero finalmente su madre se da cuenta de que ella es su verdadera hija. A primera vista puede parecer una historia irónica e incluso cómica viniendo de una niña de unos diez años. Sin embargo su fondo es devastador, pues la escritora siempre ha sentido un gran terror de no ser la verdadera hija de su madre y no ser una buena hija para ella. Este miedo puede verse en prácticamente todos los cuentos de la colección. Aunque todos ellos están escritos desde un punto de vista femenino, Grandes indica en este prólogo que ella no se considera una escritora femenina. La escritora asegura que si ha escogido personajes femeninos como protagonistas es porque procura escribir desde su memoria como mujer. Además, la única vez que escogió escribir desde el punto de vista masculino, haciéndolo por la simple razón de demostrar que su vocación literaria era firme, acabó arrepintiéndose, pues le exigió mucho más esfuerzo escribir la novela. Fue entonces cuando se prometió que la próxima vez que decidiera escribir desde el punto de vista de un hombre, tendría mejores motivos para hacerlo que buscar el reconocimiento de sus lectores.
En primer lugar, Grandes explica en su entrevista con Antonia Pérez como Las edades de Lulú se publicó en 1989, en España, “en un momento en el que esa famosa ‘ola de erotismo’ que nos invadía” (Grandes: 141). De este modo, no fue tanto el género de la novela lo que causó un escándalo en España, donde en aquella época, había muchísima literatura erótica de tradición francesa, sino la manera en la que la novela estaba narrada. Por lo general, la literatura erótica francesa sucedía en coordenadas crono-espaciales imposibles, con personajes que solamente existían en el plano de su sexualidad, mientras que en Las edades de Lulú la protagonista vivía en una ciudad reconocible, había estudiado en un colegio reconocible y tenía un novio reconocible. Esto fue lo que causó tanto dilema y controversia. España quedó dividida entre aquellos que agradecieron sentirse identificados en los personajes de esta novela y los que aseguraban que no podían existir personas en España como las que Grandes describía y que era una aberración describir de esa manera a una mujer española. También llamó mucho la atención el hecho que Lulú expresara abiertamente su atracción física hacia los hombres homosexuales. De hecho, la novela empieza con Lulú describiendo un video pornográfico, en el que aparecen dos hombres. Lulú describe con todo detalle lo que ve, mostrando su agrado y excitación. Así que es de imaginar el gran revuelo que esto supuso a finales del siglo XX, cuando ser homosexual aún no estaba del todo aceptado. Del mismo modo, llamó la atención la atracción de Malena hacia una mujer transexual, llamada Ely, con la que mantiene relaciones sexuales varias veces a lo largo de la novela.
No obstante, Las edades de Lulú es más que una novela escandalosa. El tema de la exploración de la sexualidad femenina sirve como marco para contar una historia más amplia. Acabado el franquismo, hubo una aceleración en la adopción de nuevas libertades de la mujer. La historia de Lulú absorbe al lector en su búsqueda ansiosa para recuperar el control sobre su vida e independencia. Sin embargo, Lulú queda atrapada en su relación con Pablo, la cual está marcada por el control y la sumisión. La aún adolescente abandona sus ideales y está preparada para una vivir una vida sumisa junto a Pablo. Implícitamente, entrega el control a Pablo en el momento en que le ama por primera vez, pues desde su primer beso Lulú abandona todo el control sobre ella misma: “Me lamió toda la cara, la barbilla, la garganta y el cuello, y entonces decidí no pensar más, por primera vez, no pensar, él pensaría por mí.” (Grandes: 31). Otra evidencia de la sumisión de Lulú a Pablo se da en el momento en que él decide cambiar el aspecto físico de Lulú, interviniendo así en la formación de su identidad. Esto ocurre cuando Lulú tiene quince años y al estar convirtiéndose en una mujer, como indica su cantidad de vello púbico, Pablo le depila él mismo, pues a él le gustan las niñas. Lulú queda atrapada en su etapa de niñez, ya que Pablo siempre hace el papel de adulto en la relación, más concretamente, el papel de padre. Él la cuida como a su propia hija, la viste, le enseña el mundo, la lleva a su casa cada noche e incluso le da clases teóricas sobre cómo tener sexo, como si fuera una de sus alumnas. Pero el punto de inflexión tiene lugar cuando Pablo la viola, utilizando un tono de voz con el que un adulto hablaría a una niña: “Estate quiera, Lulú, no te va a servir de nada, en serio… Lo único que vas a conseguir, si sigues haciendo el imbécil, es llevarte un par de hostias” (48). La propia Lulú se da cuenta de que si quiere madurar, si quiere crecer como persona, tiene que escapar de esa especie de “incesto” en la que estaba sumida. Pero incluso cuando Lulú ya había abandonado a Pablo para disponer de su propia vida, “tampoco sabía qué hacer con ella.” (71). Lulú logra liberarse de Pablo, pero ya es demasiado tarde para emanciparse completamente.
Al igual que en Las edades de Lulú, en Malena es un nombre de tango (1994), la protagonista es una niña que va descubriendo su sexualidad a medida que la historia avanza. Sin embargo, Malena se verá aún más influencia por las figuras femeninas de su familia. En esta novela, Grandes simboliza a la mujer tradicional en la madre y la hermana, y a la “nueva mujer” en la tía Magda y Malena. Son dos actitudes ante la sociedad patriarcal: una de sumisión y la otra de ruptura. Malena es melliza de Reina, a la que quiere imitar, y al tipo de mujer que aspira ser: “Reina y yo no nos parecemos en nada. Reina es mucho más buena que yo”. No es casualidad que la madre de Malena y su hermana se llamen Reina, mientras que su tía, con la que se siente tan identificada, se llame Magdalena. Ante la imposibilidad de escapar de su cuerpo de mujer y de responder a las expectativas de su familia, Malena desea con todas sus fuerzas convertirse en un niño. Malena reza constantemente, siempre a la Virgen, esperando que un milagro ocurra y le cambie de sexo: “Virgen María, por favor, hazme niño, anda, si no es tan difícil, conviérteme en un niño, porque es que yo no soy como Reina…” (26). Pero cuando a Malena le llega la regla, se da cuenta de que la Virgen no va a convertirla en un chico y que va a ser más bien “un desastre de mujer, igual que Magda” (101).
El paralelismo entre Malena y su tía Magda es evidente. Magda se mete en un convento de monjas, pero desde el principio está claro para el lector que ella no encaja en ese lugar. Sus labios están siempre pintados de rojo, normalmente atrapando un pitillo entre ellos, y ella se arregla mirándose en los espejos del convento, procurando estar siempre guapa, incluso con la toca. En el convento, Magda decide comenzar una nueva vida, bautizándose como Águeda, igual que una Santa que decidió cortarse los pechos por amor a Dios, entregándoselos. Pero al igual que la vida que su familia tenía para ella, la vida en el convento tampoco era de su agrado. Al final, Magda se ve obligada a marcharse muy lejos, a un pueblecito de Almería, donde se asegura de que nadie excepto Malena pueda encontrarla, para comenzar una vida nueva, sin ataduras. Antes de marcharse, Magda le regala a Malena un diario y le advierte de que si sigue dejándose influenciar por el resto de figuras femeninas en su familia, sobre todo por su hermana, nunca será capaz de vivir su propia vida.
Solo hay un mundo, Malena. La solución no es convertirse en niño, por mucho que reces, esto no tiene remedio. […] no vuelvas a jugar al Juego nunca más, ¿me oyes?, nunca, nunca más, no le consientas a Reina que siga jugando, ni en serio ni en broma, tienes que acabar con eso, acabar de una vez, antes de hacerte mayor, o ese maldito juego acabará contigo. (89)
Malena parece olvidarse de esta advertencia, casándose con un hombre que no le conviene, simplemente por complacer a su familia y a ella misma. Malena tenía claro que no era el hombre de su vida y, aun así, se casó con él. No le amaba a él, pero amaba la calma y la paz que le daba. No volvería a sentir celos, pues él nunca miraba a otras mujeres cuando estaba con ella, ni volvería a sufrir la tortura de la seducción, pues él estaba “demasiado bien educado” como para seducirla. También se acabaría la tortura del teléfono: él siempre llamaba un par de horas antes del límite. En cambio, ella se convertiría “en una mujer previsible, sumamente eficaz” (418). En su relación con Santiago, su sexualidad, su placer, su opinión, no vale nada. La primera vez que ambos se acuestan, Santiago se corre antes que ella e, instantáneamente, deja de moverse. Malena replica que ella aún no había acabado, pero a él parece no importarle. Ella está molesta, pero tampoco hace nada para remediarlo, dejándolo pasar. Su placer ya ha dejado de importar. Otro tema tratado durante su relación, típico de la sexualidad femenina, es la menstruación. Una noche, recién casados, la pareja invitó a cenar a dos amigos de Santiago y a sus mujeres. Malena comenta, sin darse cuenta de que estaba escandalizando a los amigos de su marido, que la regla es algo natural y que no hay ningún inconveniente en tener sexo mientras menstruas. Un silencio reinó en la sala y Malena notó los ojos furiosos de su marido en ella, pero no entendía qué estaba ocurriendo. Cuando los amigos se despidieron, Santiago, “después de mil rodeos y varios cambios bruscos de color”, explicó a Malena que para las mujeres normales hacerlo con la regla es una guarrada. Esa misma noche, su marido le preguntó si tenía la regla, ella contestó que no y era cierto que ella pensaba que aún no le había bajado, pero se equivocaba.
Todavía puedo contemplar su cara, podré verla hasta en el instante justo de mi muerte, las aletas de la nariz tensas, los labios prietos, fruncidos en una mueca grotesca, los ojos, dilatados de asco y de terror, oscilando histéricamente entre su polla manchada de sangre y mis ojos limpios. Él volvió a introducirse en mi cuerpo, alargó un brazo hasta la mesilla, se hizo con la caja de pañuelos de papel que había dentro del cajón, extrajo por lo menos una docena que amontonó previsoramente sobre la palma de su mano izquierda, y con esa misma mano se ayudó a salir nuevamente de mí. Luego, casi de un salto, abandonó la cama y se fue corriendo, sin invertir mucho más de medio minuto en toda la operación, mientras yo seguía quieta, tumbada, mirándole (429).
Lo que empujó a Grandes a escribir esta novela, aparte de su visión de la feminidad, fue una anécdota personal: la madre de Almudena Grandes, típico modelo de mujer de su época, le contó como su madre, es decir, la abuela de Almudena, había visto bailar a Josephine Baker desnuda en Madrid. Esto se quedó grabado en la memoria de la escritora, ya que no podía entender cómo era posible que su abuela, que en teoría tendría que haber vivido en un país más atrasado que el de su madre, hubiera visto a aquella mujer bailando desnuda, mientras que en la época en la que su madre le contaba esto, aún “se ponían chales encima de las mangas cortas en Televisión Española” (Grandes: 142). Esto se ve reflejado claramente en la novela, cuando la abuela de Malena le cuenta cómo conoció a su marido: “Yo bailaba el charlestón medio desnuda encima de una mesa, y él se acercó a mirarme” (288). Malena era incapaz de creerla y es que como dice su abuela, el mayor delito del franquismo ha sido ése: secuestrar la memoria de un país entero, impidiendo que los nietos puedan creer las historias de sus abuelos. Y sin embargo, Malena se encuentra mucho más cercana a su abuela que a su madre, pues ambas han vivido en una generación de libertades que su madre no ha podido disfrutar. La relación entre madres e hijas durante la generación de Almudena Grandes, como la autora indica en su entrevista con Antonia Pérez, ha sido más brutal que nunca. Esto puede ser una consecuencia más del franquismo. Mientras que en la mayoría de países de Europa las mujeres fueron consiguiendo la emancipación y sus derechos, España quedó estancada en la represión durante cuarenta años. Las mujeres de la época postfranquista han tenido que sufrir el doble de trabajo y esfuerzo para llegar a las mismas libertades que el resto de mujeres en Occidente ya disfrutaban. Esto ha podido crear cierto resentimiento hacia sus madres, que aunque no eran la causa de la represión, fueron partícipes de ella.
Por otro lado, Modelos de mujer (1996) es una colección de siete cuentos que fueron escritos con diversos propósitos sin tener la intención de formar una colección coherente. Se puede leerlos como historias separadas o como un conjunto de representaciones de modelos de mujeres. El régimen franquista propuso una ideología muy tradicional sobre la sociedad española, en la que la mujer recibió como papel principal y único el papel de madre. Las madres son las encargadas de que sus hijas crezcan como “buenas madres”. La tensión entre vivir su propia vida y cumplir el papel como “buena hija” es un tema que Grandes investiga en la mayoría de sus novelas; esta relación problemática entre madre e hija, que está presente en Las edades de Lulú y que construye el mundo de Malena, también es evidente en los cuentos Amor de madre y La buena hija.
En Amor de madre, la madre está tan preocupada con el futuro de su única hija que ella misma planea su propia vida, sin escucharla, decidiendo por ella qué es lo que más le conviene:
Marianne va a cumplir treinta años, por muy felices que seamos viviendo las dos juntas, necesita casarse, y yo necesito que se case, celebrar la boda, vestir el traje regional que mamá llevó a la mía, dejar escapar alguna lagrimita cuando ella diga que sí… ¡Vamos, qué madre renunciaría a un placer semejante! Sobre todo porque, bien mirado, esto no es un placer… ¡es un derecho! (146)
La preocupación por el futuro de su hija llega a tal punto que es enfermizo, incluso obligando con una pistola a Klaus, un hombre que ella considera ideal para su niña, a seguirla. Amenazado siempre por la pistola, Klaus sigue a la mujer y vive en su casa, para posteriormente casarse con su hija. Y lejos de sentirse culpable o arrepentida, la mujer cree firmemente que hace lo correcto: “…un buen día, ellos se mirarán a los ojos, y comprenderán, y todos mis sacrificios habrán servido para algo, porque, a ver… ¿qué no haría una madre por su única hija?” (147)
En contraste, en el cuento de La buena hija, es la propia hija la que decide abandonar a su madre, no soportando más que su madre decida por ella su destino, como ocurre en la anterior historia. Desde pequeña, “la buena hija” decidió otorgar el papel de “mamá” a Piedad, la sirvienta de la casa, la mujer que siempre la había cuidado: “En la vida de todos los niños que yo conocía, una sola mujer bastaba para representar ambos papeles, pero en la mía había dos. Doña Carmen era mi madre. Piedad era mamá” (229). Por ello, cuando su madre, Doña Carmen, cayó enferma, la hija se preguntó qué hacía ahí, cuidando de Carmen, si ella ya había decidido quién era su verdadera madre desde niña. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando ella intencionadamente llamó a su madre “doña Carmen” en vez de “madre” y no encontró ningún dolor en sus ojos, sino sorpresa y miedo.
Hasta el último momento tuve esperanzas, porque al fin y al cabo habíamos vivido en la misma casa muchos años, nunca juntas, pero sí una al lado de la otra […] y sin embargo, y a pesar de todo, ella sólo sentía miedo, miedo a quedarse sola, miedo a ser traicionada, abandonada por su enfermera, por su doncella, por la hija tonta que había tenido la suerte de parir a destiempo, la hija extraña que se había atrevido a quererse a sí misma hija de una criada… (272).
Otro tema tratado en los cuentos es cómo la mirada del amante determina la imagen que el ser amado obtiene de sí mismo. Tanto en Los ojos rotos, como en Malena, una vida hervida ambas protagonistas se transforman por la mirada de un amor inalcanzable. Por un lado, en el cuento de Los ojos rotos, Miguela, la protagonista que tiene el síndrome de Down, se convierte en una mujer “normal” y sana cuando su amante, un novio imaginado llamado Orencio, la mira.Orencio es un hombre que vivió hace algunas décadas en el mismo manicomio que Miguela y cuyos sus huesos fueron desenterrados en el jardín. Su mejor amiga en el manicomio, Queti, se da cuenta del cambio que su amiga experimenta al hablar con ese hombre y describe cómo al hablar con él, su amiga, que es “ella pero distinta”, se vuelve guapísima, con las mejillas sonrojadas, los párpados flojos y los ojos redondos, como los de todo el mundo, como cualquier persona sana. Por otro lado, en Malena, una vida hervida, la protagonista escribe a un tal juez, explicándole que se va a quitar la vida, porque esta ya no tiene ningún sentido para ella. Malena dejó de comer a los quince años. Solo comía lo estrictamente necesario y todo por amor. Tomó la decisión de ponerse a régimen una noche. Ese mismo día por la tarde, Malena jugaba al juego de la botella con sus amigos. La botella fue a parar a los pies de Andrés, del que ella estaba profundamente enamorada. Andrés ya había besado a todas las chicas del grupo y ahora no le quedaba más remedio que elegirla la ella. Y sin embargo, el chico eligió por segunda vez a Silvia. Él dijo que no quedaba nadie más y los demás le dieron la razón. Malena se quedó sentada, muda, sola, sin atreverse a hablar. Desde esa noche, la chica siguió un estricto régimen. Más de treinta años después, Malena se rencuentra con Andrés y tras seducirle, consigue acostarse con él. Pero lejos de sentirse satisfecha, se sentía desilusionada, engañada. “Había vivido esperando a Andrés y por fin lo tenía durmiendo a su lado, roncando como un hipopótamo enfermo de asma” (85).
Total, que aquí estoy, con cuarenta y seis años, el hombre más tonto del mundo en la cama, y un papelito blanco que me ha dado el médico esta misma tarde y en el que dice, poco más o menos, que me cambió el metabolismo hace un montón de años y por eso, aunque llevo tres meses comiendo como una cerda, no he engordado más que tres kilos. ¿Qué le parece? Bonito, ¿no? Toda la vida sufriendo para esto, por eso yo me mato, señor juez, yo esta misma noche me mato, yo ya no aguanto más, por mis muertos se lo juro que me mato… (110).
En ambos cuentos, la obsesión por cumplir el ideal de belleza y por ser aceptadas, en este caso, por sus amantes, tiene consecuencias fatales en las protagonistas. En primer lugar, Queti, la amiga de Miguela en el manicomio, decide matar “accidentalmente” a su amiga para que se rencuentre con Orencio y así sea guapa y “normal” para siempre. En definitiva, el hecho de ser guapa y sana (en lo que respecta a la sociedad), acaba terminando con la vida de la muchacha. En segundo lugar, en el caso de Malena, el saber que ha desperdiciado su vida y que ha perdido su identidad, y todo por un hombre, la lleva hasta el punto de desear terminar con su propia vida. Toda su vida se había resumido en tratar de ser atractiva para él, y cuando lo consigue, se da cuenta del grave error que ha cometido. Ambas se ven obligadas a renunciar a lo que son por un hombre, que al fin y al cabo, parece no merecer la pena. Con estos cuentos, Grandes quiere demostrar que es esencial tener una voz propia formándote tu propia identidad y ser fiel a ti misma, porque al final esto es lo que más satisfacción te puede dar.
En conclusión, la narrativa de Almudena Grandes es un claro testimonio de cómo las mujeres españolas en la época de la postguerra se apropian de nuevo de la autonomía de determinar ellas mismas su identidad como mujeres. La escritora escribe de manera abierta las experiencias sexuales de sus protagonistas, lo cual era impensable durante la dictadura, en la que la sexualidad de las mujeres se reducía solamente a la reproducción de la especie. Los derechos obtenidos durante la Segunda República, que otorgaron mayor igualdad entre hombres y mujeres, fueron suspendidos bajo el poder de Franco, quien incentivó la ideología tradicional entre hombres y mujeres, en la que las mujeres toman el papel de dueñas del hogar. Tras la dictadura, dejando atrás las huellas de la ideología doméstica en la que no podían ser más que hijas o madres, las mujeres aprenden de nuevo cómo llegar a ser independientes. Esto no debió de ser una tarea fácil, teniendo en su contra la ideología de sus madres y teniendo en cuenta la presión que los hombres y la sociedad aún ejercían sobre ellas. Sin embargo, simplemente el hecho de ser conscientes de que había una vida más allá, donde ellas podrían ser independientes, aunque no fueran capaces de llegar a ella, ya fue un paso más hacia la emancipación de la mujer.
- Antonia Pérez Franco. (2003). Memoria, testimonio e identidad en Las edades de Lulú y Malena es un nombre de tango. Entrevista con Almudena Grandes. Confluencia
- Grandes, A (1989): Las edades de Lulú. Barcelona, Tusquets editores
- Grandes, A (1994): Malena es un nombre de Tango. Barcelona, Círculo de Lectores
- Grandes, A (1996): Modelos de mujer. Barcelona, Círculo de Lectores
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