Abrir los ojos para ver más allá del lienzo
Abrir los ojos para ver más allá del lienzo
Julian Barnes, Con los ojos bien abiertos
Barcelona, Anagrama
326 páginas, 19,90 euros

Ian McEwan, Kazuo Ishiguro y Julian Barnes (Leicester, Reino Unido, 1946) conforman, entre otros ―he citado mis preferencias personales―, la que fue llamada “nueva novela inglesa” o “Generación Granta”, por la revista que los dio a conocer en los ochenta. Es un grupo literario excepcional cuyos miembros, a pesar de que difieren en preocupaciones y temáticas, concuerdan en su vasta cultura literaria, en un estilo caracterizado por la naturalidad, la elegancia y la contención y en su gusto por la exposición de dilemas morales. Entre ellos, Barnes se distingue ―además de por su sentido del humor y su interés en la historia, rasgos que comparte sobre todo con Martin Amis— por ser no solo un magnífico narrador sino también un destacado ensayista. En su prosa ensayística se observan, de hecho, las mismas virtudes que en su prosa narrativa: jamás es banal ni barroco; nunca es vulgar ni pedante.
Quien haya leído Una historia del mundo en 10 capítulos y medio (1989) difícilmente olvidará, por mucho tiempo que haya pasado, el fascinante capítulo inicial, en el que, con artes exquisitas, se narran las vicisitudes reales de un grupo de náufragos que inspiraron el célebre cuadro de Théodore Géricault La balsa de la Medusa. La historia da pie al autor a conjeturar sobre las razones del artista para hacer de la tragedia ―y del salvajismo― materia artística. Aquel texto abre también Con los ojos bien abiertos y marca en cierta medida la pauta de los otros diecisiete que lo siguen, artículos que el autor ha ido publicando los últimos años en revistas diversas y que se abren con una introducción que justifica la pasión de Barnes por la pintura moderna, sobre todo francesa. Pese a este carácter antológico, el libro tiene una absoluta coherencia y unidad. Son ensayos en los que se aúnan la erudición sabiamente comunicada con la mirada entusiasta e inteligente. La pintura cobra vida y razón en la pluma de Barnes; adquiere un significado que interpela a mirar los cuadros con atención, “con los ojos bien abiertos”, viendo detrás de lo representado la significación que se le da a la existencia humana: los sentimientos, la moral, las relaciones sociales, la historia, el poder o la simple sensualidad están siempre detrás de la idea de belleza de Barnes. Con frecuencia, la explicación de un cuadro se apoya en la biografía del autor, o en las circunstancias que rodearon su ejecución y su exhibición primera, en las reacciones que suscitó, en las mutaciones sobre el gusto o en las relaciones de pintores con otros contemporáneos ―nombres como los de Zola, Mallarmé, Baudelaire y, sobre todo, su admirado Flaubert aparecen en numerosas páginas―. La crítica que Barnes hace de Delacroix, Courbet, Bonnard, Redon, Degas, Cézanne, Manet, Vallotton… es intencionada e intensamente subjetiva. Barnes no quiere ser maestro sino compartir una experiencia. En varios de los artículos recuerda su propia visita a un museo o a una exposición; su gusto, a veces polémico ―no oculta, por ejemplo, cierta animadversión a la actitud intelectual de Picasso― nunca está injustificado ni es dogmático.
El lector de estos ensayos no puede evitar sorprenderse a cada momento de la perspicacia de Barnes, cuyo estilo, lejos de toda jerga, cultismo o prurito de especialización, es una desinteresada indagación en las razones de la creación artística pero también en la lógica que ha seguido la pintura moderna en un periodo histórico de profunda transformación a través de las diversas etapas y propuestas que atraviesa: desde el romanticismo —y relativizar que Delacroix pueda adscribirse a él—, al realismo, impresionismo, fauvismo, cubismo, surrealismo… Barnes no olvida que el arte es historia y que solo como representación de la cultura de un momento histórico puede ser plenamente comprendido. Con los ojos bien abiertos es una genuina obra literaria de género ensayístico que en ningún momento aburre, ni incurre en lugares comunes ni se repite. Es un homenaje apasionado al poder del arte para dar significado a la existencia mediante las sutiles transformaciones que realiza el artista. Y es también un manifiesto sobre la necesidad de que la sensibilidad esté acompañada de la inteligencia. Un buen lector de este ensayo no volverá a ver la pintura moderna con los mismos ojos; Barnes le habrá enseñado a abrirlos un poco más.
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