Aislados. «Cartas desde mi celda» de Gustavo Adolfo Bécquer
Aislados. «Cartas desde mi celda» de Gustavo Adolfo Bécquer
No resulta costoso encontrar cierto paralelismo entre la circunstancia reciente y la que pudo vivir Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836 – Madrid, 1870) durante su hospedaje en el Monasterio de Veruela (Zaragoza), lugar que sirvió de sanatorio a los tuberculosos —enfermedad candente en la novela del XIX—. Si bien la tuberculosis es consecuencia de una bacteria y el COVID-19 de un virus, ambas afectan a los pulmones y guardan parecida sintomatología. Empero, su «confinamiento» no resultó de un calibre tal, lo que le permitió licencias que a nosotros nos fueron negadas. Gracias a este hecho, ha sido tan grato recuperar la lectura de las «Cartas desde mi celda»: sus paseos se han vuelto propios; haciéndose perceptibles los rasgos más destacados de su bibliografía.
Se trata de una recopilación de nueve artículos —en formato epistolar— publicados en El Contemporáneo (1860-1865) entre los meses de mayo y octubre de 1864. En su prosa, sencilla y expresiva, se descubre un lirismo maduro, pese a su juventud, depurado de la connotación sensiblera con la que, de manera injusta, se tiende a caracterizar al autor. Se descubre el vigor moderno de su narración costumbrista, heredado de Larra y tan propio de la actualidad, en la que abunda la descripción y la sátira. Bécquer, el «huesped de las tinieblas», se hace eco de las últimas señales del romanticismo español, con especial énfasis en la naturaleza y en la construcción, con la ruina y la lagartija, la hiedra, la ermita, los rosales y los senderos de bosque, las campanillas,…
Especial en su antinómica conjugación de entre el realismo y la ficción, leyenda a la que se acerca escéptico, el sueño y la vigilia, las brujas y los fantasmas junto al pastor y a la falda de seda de una adolescente aristócrata. Una crónica biográfica que sirve para la siempre generosa retrospección, oliendo la prensa —con motivo de su condición periodística— y no la magdalena, como hizo Proust.
Se entiende pertinente recuperar a los clásicos: más aún en el recuerdo de su muerte (150 años)—dirían los románticos—: «Lo único que yo desearía es un poco de respetuosa atención para aquellas edades, un poco de justicia para los que lentamente vinieron preparando el camino por donde hemos llegado hasta aquí, y cuya obra colosal quedará acaso olvidada por nuestra ingratitud e incuria». (Carta IV) ¡Sea!
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