“Ausencia. Acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente”. Diálogo entre culturas

por Jun 13, 2019

“Ausencia. Acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente”. Diálogo entre culturas

por

Byung-Chul Han, Ausencia. Acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente

Buenos Aires, Caja Negra

133 páginas, 13 euros

Para el lector de literatura asiática, así como para quienes disfruten del arte producido en dicho continente, existe un problema inevitable: la distancia que lo separa de estas culturas es un obstáculo para la comprensión profunda y completa de las obras. Si bien esta es una cuestión que cualquier persona que desee aproximarse a una tradición diferente a la propia debe enfrentar, resulta evidente cómo, al aumentar la distancia cultural, el problema se amplifica. Tenemos que sumar, además, otra cuestión: lo que, en Occidente, se denomina Lejano Oriente no es una unidad monolítica. Es, en cambio, un conjunto de sociedades, distintas entre ellas. Más allá del aire de familia que pueda rastrearse, obviar los elementos que las individualizan implicaría un error. En resumen, el hipotético lector camina en una cuerda floja: por un lado, puede caer en un exotismo fundado en estereotipos vacíos y, por otro, es posible que, leyendo desde su contexto, ignore las particularidades de la tradición a la que los textos pertenecen. El remedio a esta paradoja es, sobra decirlo, el estudio: acercarse a la cultura ajena, ahondar en sus características. En este sentido, el ensayo de Byung-Chul Han (Seúl, 1959), Ausencia. Acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente, posee un interés claro —especialmente, con el auge en España de escritores como Haruki Murakami, Banana Yoshimoto, el premio nobel Mo Yan, entre otros autores provenientes de Asia—.

El filósofo coreano despliega un método que quienes hayan leído sus libros podrán reconocer. Primero, una especial atención al lenguaje, y su desarrollo, como expresión de las ideas e historias que constituyen un discurso cultural o de otro tipo. Segundo, una exploración genealógica del pensamiento, tanto de Europa como de lo que se denomina en el título el Lejano Oriente. De esta manera, el ensayo, publicado originalmente en Alemania, en 2007, recorre distintos aspectos de las culturas orientales, desde la arquitectura y la filosofía hasta el teatro e, incluso, la cocina. A través de la perspectiva adoptada por Han, es posible leer la cultura como un discurso cuya heterogeneidad no niega el terreno común que subyace, las piedras de toque sobre las que se construyen las identidades particulares de cada tradición artística, literaria y filosófica. Esto sin omitir, claro está, el carácter diverso de dichas tradiciones.

A pesar de centrarse en Asia, Han no pierde de vista al lector occidental. Construye el discurso a través de un diálogo que contrasta las diferencias entre la cultura europea y la asiática. Cada capítulo subraya un contraste entre Europa y Oriente: espacios cerrados y abiertos, luz y sombra, conocimiento y timidez, tierra y mar como metáforas de la realidad, hacer y acontecer. La diferencia crucial, sin embargo, parece ser la explorada en el primer apartado. Mientras que la filosofía de Occidente se construye en torno a la noción de esencia, una individualidad inamovible y fija, Oriente funda su pensamiento y cultura en otro principio: “La ausencia, en cambio, cubre al Dasein con algo onírico-flotante, porque no admite ningún contorno claro, definitivo, es decir, sustancial, de las cosas”. Esta maleabilidad o, mejor dicho, indeterminación es lo que otorga a la cultura oriental sus cualidades fundamentales.

Este es, al mismo tiempo, uno de los puntos bajos del libro: el carácter dicotómico del discurso. De momentos, parece que el texto, antes que proponer una exploración de la cultura oriental en sí misma, busca ser una confrontación entre esta y la europea. Tenemos que apelar a otro ensayo de Han —Filosofía del budismo zen (2002)— para comprender el método: en este libro, el pensador explica que no hay una filosofía propiamente zen y que, por tanto, confrontar los principios de dicha religión con el pensamiento de filósofos occidentales es una vía para hacerla accesible. Aun así, este procedimiento tiene sus riesgos, principalmente, que un lector ajeno al mundo explorado en Ausencia. Acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente se quede con una división típica de cierto exotismo. La cuestión puede verse agravada en alguien que no maneje los conceptos filosóficos que Han ha estudiado a profundidad —como el “Dasein” heideggeriano, por ejemplo—. Este es un problema que el coreano no tiene que afrontar: él ha crecido inmerso en la cultura que expone en su libro. Hay una intención palpable en el discurso: el deseo por recuperar una forma diferente de pensamiento, menos rígida, más reconciliadora. Decidir si este objetivo se logra dependerá del lector. Lo definitivo es la capacidad de Han para generar interés en lo que llama el Lejano Oriente y de contribuir, en el proceso, a entablar un diálogo con formas culturales muy distintas a las que estamos acostumbrados.