Camino a Taumata
Camino a Taumata
De la corrupción con libertad a más corrupción sin libertad. Así anda Taumata
Camilo nació en un pueblo del tercer mundo. Ese pueblo quedaba en Taumata, una provincia al sur del Rio Hinca. Era señalada como una provincia rica y libre por algunos ciudadanos —mejor dicho— por casi todos los habitantes de Taumata. ¿Por qué era una provincia rica y libre? ¡Bueno, era la época de la bonanza petrolera! Eso permitía, no como en otros sitios sin esa riqueza innata, contar con un excelente trasporte público y muchas otras cosas onerosas. Por costumbre, sus ciudadanos llamaban al transporte público, el Metro de Taumata. También era una provincia con sentimientos de pura libertad. Era libre como el agua que fluía libremente a lo largo de las riberas verdes del río Hinca.
Sin embargo, muy pocos de sus habitantes eran precavidos. Casi todos desperdiciaban la supuesta riqueza petrolera. Malgastaban el dinero con facilidad y además lo justificaban con una ligereza total. Una vez, alguien conservador, pero con buenas ideas, dijo: «Hay que sembrar el petróleo», y nadie le puso atención. Además, claro, se burlaban de él diciendo y preguntando: «¿Cómo es eso?, ¿Cómo es que se siembra un mineral?». Algunos eran más cínicos y declaraban: «Esas son debilidades de los pensadores; de los que se creen filósofos». Para una mayoría, Taumata era simplemente la primera provincia del tercer mundo, ya que, para sus habitantes, Taumata era exuberante. Esa frase era suficientemente hermosa, y eso bastaba. Así lo manifestaban cuando conversaban en las casas o en las plazas.
Camilo vivió allí —en Taumata— durante su adolescencia. En una casa bella, con un tejado de antiguas tejas rojas, y rodeada de pájaros, flores y palmeras. Era una de esas casas teatrales y magníficas. Su casa y las contiguas contaban con una piscina en el medio de ellas. Todas estaban en un terreno cerrado al exterior por dos puertas —dos barreras— que se cerraban automáticamente. Pero, por descuido, a los motores no le daban prácticamente nada de mantenimiento. Además, la electricidad algunas veces faltaba. Entonces, casi nunca esas rejas funcionaban. Unas veces abrían, otras veces no cerraban. Desde la ventana de su cuarto, Camilo lograba ver una de esas barreras, pintada de un azul brillante y en muchos sitios corroída por la humedad.
Los habitantes de Rancho Alegre, así llamaban los vecinos al complejo de casas, eran felices porque tenían suficiente dinero para reparar casi todas sus indolencias. Todos tenían perros que permanentemente bailoteaban por los caminos que conectaban las casas, y en las terrazas siempre accesibles por los perros, era donde dejaban sus porquerías con mucha frecuencia. Nadie se preocupaba por limpiar las inmundicias en las áreas comunes, solo lo hacían si ocurría dentro de la terraza de su propia casa. Eso acontecía como parte de las costumbres de los vecinos de esa comunidad insensible. Eso sí, se esforzaban por mantener la piscina clara y transparente. Sin embargo, las cosas cambiaron en corto tiempo. El dinero se esfumaba, en realidad desapareció, pero algunas malas costumbres continuaron. Ahora, después de muchos años, los vecinos que todavía viven en Rancho Alegre siguen teniendo los perros cagones; pero ahora la piscina está sucia…sucia, a pesar del despilfarro descomunal que ellos realizaron, tiempo atrás, en cloro y sulfato, para limpiarla. Condición que pareció no funcionar debido a la falta de calidad de esos ingredientes. La piscina, al presente, está turbia con un color azul manchado.
Cuando Camilo cumplió dieciséis años, sus padres lograron que viajara al exterior, al norte de Taumata; para educarse en una prestigiosa universidad de la provincia Morisqueta, al otro lado del río Hinca, en la escuela más antigua de política de esa universidad. ¿Cómo lo lograron? Allí, a Morisqueta, había llegado Camilo con una beca, otorgada por la Casa Grande desde donde gobernaba muy engreído Donly Goldie. Por supuesto, lo de la beca no lo sabían muchas personas, era casi un secreto muy bien guardado. Camilo se dedicaba cada día, a practicar cómo se debía comportar al hablar en público. Había aprendido a reflexionar de manera sosegada y a hablar con frases cortas. Procesaba muy bien no lucir emocional en ningún momento. Sólo debía hacerlo cuando era importante lograr un entusiasmo en los espectadores. Camilo practicaba para que a su regreso a Taumata —donde estaba su pueblo— sus oyentes se animaran y lo aplaudieran.
Una vez en Taumata, cuando ya se hubiera convertido en el líder del movimiento de liberación, su voz tenía que ser pausada y elocuente. Debía mantenerse seguro y no resaltar cosas que no podía cumplir. Sólo levantaría la voz, de vez en cuando, para motivar el embeleso de su gente. Se había dedicado a estudiar, con detalle, las fallas que habían cometido, por muchos años, los opositores al actual gobierno de Machucho en Taumata. En especial los intentos deslucidos y fallidos para eliminar y desplazar al régimen presidido por el engreído, ególatra y mentiroso Machucho. Igualmente, aprendía sobre las actividades de los principales dirigentes del gobierno con el narcotráfico. Ya le habían informado desde la Casa Grande los nombres de sus principales cabecillas. El tiempo del régimen brutal —en Taumata— en esa provincia descolorida y maltratada, ya era demasiado largo. Casi tan largo como lo fue el gobierno anterior. Camilo reconocía también las fallas ocurridas en aquellos años: como la corrupción. Sin embargo, entendía que hubo libertad. Ahora, había más corrupción y prácticamente nada de libertad. Un intenso esfuerzo por aniquilar a quien no seguía al liderazgo del gobierno autoritario.
Un poco después del carnaval, regresó Camilo a Taumata. No lo pensó mucho y se enfiló temprano a un mitin organizado por sus mejores amigos. Se montó en el andamio colocado cerca de la tarima, desde donde iba a hablar. Miró al frente, no lograba detectar donde terminaba la multitud inmensa, esa masa de gente, de pobladores que lo esperaban esperanzados con delirio. Le querían oír decir algo nuevo. Se fue a la tarima con una bandera patria de tres colores, que le había pasado un compañero de la adolescencia. La movió de un lado a otro un número infinito de veces. La multitud gritaba… gritaba. Al instante, no pudo empezar a decir algo, pero se sentía entusiasmado. De repente, en el tono más fuerte que pudo, dijo «Gente, nos vemos el próximo sábado en Plaza Restauradora; la democracia desaparece cuando es apabullada por los sin alma. Pues, así, mi gente, se encuentra nuestra pobre provincia Taumata. ¡Sin democracia!».
Pasaron varios días, desde el día del mitin hasta el sábado 1 de mayo, cuando otra gran protesta contra el régimen se concentraba en Plaza Restauradora, tal como lo había sugerido Camilo. Sus paisanos seguidores habían acatado sus instrucciones. En los edificios cercanos, en cada pequeño balcón se juntaban por lo menos diez personas. Para ellos, era uno de los días más ilusionados de sus vidas. En la plaza, la gente se empujaba para estar lo más cerca posible de Camilo. Una chica con un cuerpo espectacular, con una camisa muy pegada que decía ¡Soy Amy!, logró estar en primera fila, en base a coqueteos con los manifestantes. Después de un buen rato, llegó Camilo, se subió a la tarima, agarró el micrófono y comenzó su discurso. Los aplausos y gritos de los manifestantes eran tan altos que no dejaban oír lo que decía Camilo. Ellos decían: “¡Sí podemos…, sí podemos!”. Gritaban y gritaban, parecían como aullidos de lobos. Pero de repente, el paso veloz de una bala que parecía venir del edifico más cercano derribó a Camilo de un solo golpe. La gente comenzó a moverse hacia el edificio, donde pensaban encontrar al que había disparado, y penetraron sin tener que forzar la puerta de entrada —simplemente— fue abierta voluntariamente por los propietarios. El ascensor no funcionaba. Subieron por las escaleras. Fueron diez pisos hasta la azotea; donde creían que estaba el individuo desconocido que había descargado la bala con suficiente determinación. Pero no encontraron a nadie. En realidad, nunca hubo ninguna persona en esa azotea. La que manejó el fusil, una íntima amiga de Amy, ya se había alejado del árbol desde donde ella le disparó a Camilo.
¿Te ha gustado el artículo? Puedes ayudarnos a hacer crecer la revista compartiéndolo en redes sociales.
También puedes suscribirte para que te avisemos de los nuevos artículos publicados.