Claro y conciso. “La enfermedad de escribir”, Charles Bukowski
Claro y conciso. “La enfermedad de escribir”, Charles Bukowski
Charles Bukowski, La enfermedad de escribir
Barcelona, Anagrama
Edición y traducción Abel Debritto
248 páginas, 19,90 euros

Charles Bukowski (1920-1994) tiene la desafortunada suerte de haber sido transformado en un tópico. Su postura autorial, para utilizar un término técnico, ha devenido en moda, en un lugar común del mundo literario que, repetido hasta el hartazgo, hoy por hoy, parece vacío. La imagen del “poeta maldito”, del borracho perpetuo, del hombre decadente y desempleado, del escritor intuitivo y rudo, cuya literatura se define por la crudeza, ha perdido interés. Resulta natural cuando tomamos en cuenta cómo se ha imitado superficialmente al americano. Es fácil perder de vista otros hechos esenciales. Primero, más allá de su fama de decadentista, Bukowski fue un excelente escritor que, a pesar de sus desertores, transformó la literatura estadounidense y universal. Segundo, no debemos olvidar que, a diferencia de muchos de sus imitadores, la vida del autor sí estuvo marcada por la sordidez y la miseria que se retrata en sus relatos, novelas y poemarios. En este sentido, La enfermedad de escribir, la compilación de cartas, muchas inéditas hasta ahora, que edita y traduce Abel Debritto, abre la posibilidad de rastrear los devenires existenciales de Bukowski y entender su visión de la escritura.
Hay una clara narrativa en el libro. Si bien carece de cohesión y de estructura propia (es, a fin de cuentas, una colección de textos epistolares), se podría leer como una suerte de novela. La prosa posee el estilo que ha hecho famoso a Bukowski. Asimismo, se reconstruye su vida, desde que era un joven decepcionado del mundo literario hasta su vejez de autor famoso. Sus cartas revelan cómo siempre fue un espíritu crítico, lleno de cierto cinismo, aunque profundamente romántico desde cierto punto de vista. Ni siquiera en las cimas de su carrera, cuando su ego parecía fortalecerse, dejó de ser escéptico con respecto al mundo que lo rodeaba. Su personalidad encarnó la frase de Sartre, que el mismo Bukowski solía citar, “el infierno son los otros”.
Los libros epistolares son un ejercicio de no-ficción interesante. El compilador promete fidelidad y tiene los materiales a su disposición. Aun así, el orden de esos materiales, la estructuración del texto, depende absolutamente de él. La autoría es, en el fondo, suya. Como sabemos, esto también implica un cierto nivel de inventiva e, incluso, de ficcionalización. Abel Debritto hace las aclaratorias pertinentes. La más importante, quizá, la de respetar el estilo de Bukowski. Después, la de confesar desde el título el criterio de selección de entre las más de dos mil páginas de correspondencia inéditas, según se comenta en el “Epílogo”. Esto no evita que La enfermedad de escribir posea una fuerza literaria propia. Una interrogación permanecía en mi mente a lo largo de las doscientas páginas de lectura: ¿qué tanto de la figura revelada en el libro es una construcción ficticia de quien recoge y ordena las cartas? Esto no es una crítica negativa, es el reconocimiento de un aspecto inevitable de un volumen de este tipo, y es un interés agregado a la lectura, desde mi punto de vista.
Un comentario de Debritto resulta esencial: “Para Bukowski la poesía, la prosa y la correspondencia son lo mismo: arte. La intensidad de las cartas que escribe a desconocidos es incluso sorprendente”. Este es el punto clave del volumen. No solo el acceso que tenemos a los textos epistolares, también su cualidad estética y la manera en que reflejan los vínculos que el escritor percibía entre sus devenires existenciales y su obra. En las palabras de Bukowski: “los únicos escritores que lo hacen bien son los que escriben para no enloquecer”. Esto es un reflejo de su propia vida, donde la labor escritural funcionó, no solo como exploración literaria, sino como válvula de escape. Se señala a una filosofía de la creación: “Un escritor solo es escritor si escribe ahora, esta noche, en este preciso instante”. Puede parecer, como dije al iniciar, una pose. Sin embargo, las cartas revelan la conciencia que el autor poseía de su postura literaria. Vemos constantes reconstrucciones biográficas, escritas en tercera persona para los editores, donde se insiste en el perfil que hoy es famoso: “[Bukowski] llegó al ala para pobres del hospital general de Los Ángeles desangrándose vivo tras una borrachera de diez años. Se rumorea que no murió. Al salir del hospital se hizo con una máquina de escribir y empezó a escribir de nuevo… pero poesía esta vez”. Se entreve el origen del mito. También, la cualidad autoparódica, esa capacidad de reírse de sí mismo que se percibe en sus relatos y que es comúnmente ignorada en pro de romantizaciones de la figura del “poeta maldito”.
Hay una frase famosa de Ernest Hemingway: escribe claro y conciso, sobre lo que duele. Bukowski es un heredero de esta forma de hacer literatura. Pero se distancia de su antecesor en la conciencia autoparódica que posee de la idea del escritor rudo y de la ideología americana de la que su antecesor, muchas veces, no logra zafarse. La enfermedad de escribir permite echar un vistazo a este aspecto de su escritura, no desde la ficción, sino desde la reflexividad.