Deconstruir un clásico. “Drácula”
Deconstruir un clásico. “Drácula”
Creadores: Mark Gatiss, Steven Moffat
Productora: Netflix, BBC
Reparto: Claes Bang, Dolly Wells, Morfydd Clark
Tres episodios, 90 minutos (aprox.) c/u

El cine y la literatura de terror siempre parecen estar en un lugar incómodo. Incluso las obras de mayor calidad suelen ser vistas como la opción menos “seria”, como vías de escapismo, en contraste con el realismo y otros géneros que poseen un discurso crítico evidente. A pesar de este prejuicio (injusto), las obras maestras del terror han trascendido su tiempo y geografía para convertirse en clásicos. Frankenstein; or, The Modern Prometheus (1818), de Mary Shelley, es el mejor ejemplo: esta, que puede considerarse la obra que inaugura el género de la ciencia-ficción, es uno de los puntos cúspides de la literatura universal. Junto a la novela de Shelley, Drácula (1897), de Bram Stocker, es otro de los grandes hitos del terror que ha terminado siendo un punto clave de la historia literaria. Sin embargo, esto lleva a otro problema que enfrenta el género: estos monstruos han sido digeridos por la cultura y, debido a constantes reinterpretaciones kitsch, cada vez es más difícil encontrar encarnaciones que no sean una parodia (involuntaria) de sí mismas. No solo, el vampiro transilvano ha tenido tantas reinterpretaciones que, hoy en día, ni siquiera sus representaciones clásicas despiertan interés, mucho menos producen miedo, en el público.
Aun así, el personaje creado por Stoker sigue presente en la cultura. Cada año, vemos una, dos o quizá más reinvenciones del monstruo. Drácula, la serie estrenada en Netflix, es un caso reciente. Con ver los trailers, se podría pensar que la nueva versión, dividida en tres partes de noventa minutos cada una (casi una trilogía de películas), era un regreso a la imaginería tradicional: el castillo sobre la colina, la clásica capa del conde, la imagen de Jonathan Harker recorriendo los oscuros pasillos del hogar de Drácula. Pero la serie no tarda en subvertir estas expectativas y, para el final del segundo capítulo, los cambios realizados por los creadores y guionistas, Gatis y Moffat, son ineludibles.
La relación de esta producción con el clásico de Stoker es compleja. Por un lado, la historia se distancia del clásico, reinterpreta a los personajes originales, crea nuevos protagonistas, cambia la ambientación. En esta línea, encontramos una nueva encarnación de Van Helsing que es, tal vez, uno de los elementos de mayor interés de la serie. Por otro lado, la narración repite una estructura análoga a la original: el vampiro busca adquirir propiedades en Inglaterra para, eventualmente, viajar a Londres y tener una nueva vida.
El Drácula de Netflix es una parodia, aunque una parodia que no apela a la risa. Su estructura invoca los elementos de un clásico para interpelarlos y subvertirlos. Pieza a pieza, la miniserie deconstruye la figura del vampiro que habita el universo de la cultura pop, una figura que, aunque ha distorsionado al personaje original de Stoker, ha acabado por ser el referente universal. En este sentido, vemos constantes guiños a las adaptaciones que se han hecho en el cine, desde el expresionista Nosferatu hasta la clásica y casi definitiva interpretación de Béla Lugosi, sin excluir encarnaciones más recientes como la de Gary Oldman en el filme dirigido por Francis Ford Coppola. Finalmente, la aproximación a la historia, al mito del vampiro, es reflexiva. Antes que una afirmación, es un cuestionamiento.
Esto complejiza el texto. No es una obra de terror tradicional. Dicho de otro modo, no busca dar miedo en un sentido llano. Al mismo tiempo, el seguidor purista de la literatura y el cine sobre vampiros podría objetar las libertades que se han dado los guionistas. Simultáneamente, la serie hace una lectura original del monstruo, una lectura inteligente e, incluso, audaz. Y lo hace cuidadamente, con una producción y una dirección detallista. Los actores también enfrentan el complejo desafío de interpretar versiones autoparódicas de los personajes con efectividad. Drácula supone un retorno al cine vampírico, un regreso concienzudo y autorreflexivo que obliga al espectador a repensar, no solo los mitos que repite sin pensar (sin sentir miedo), sino también su propia relación con estos.
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