Laurel y Hardy en los bajos fondos de Madrid. “Gordo de feria”, de Esther García Llovet

por Nov 29, 2021

Laurel y Hardy en los bajos fondos de Madrid. “Gordo de feria”, de Esther García Llovet

por

Esther García Llovet, Gordo de feria

Barcelona, Anagrama

160 páginas, 16,90 euros

Quien no haya crecido en los años 90 quizás no reconozca el curioso bocado que ilustra la portada de Gordo de feria (2020), la última novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963). Los bollitos de Pantera Rosa fueron, al menos en nuestro país, la golosa merienda de muchos niños durante las décadas pasadas y, en un curioso guiño a la cultura popular, han sido replicados en forma de postre de alta cocina por ciertos prestigiosos cocineros contemporáneos, transformando la azucarada crema con sabor a fresa del pastel industrial en alguna espuma o esferificación. Esta sublimación de lo aparentemente vulgar, la conversión en elevada repostería de un capricho de supermercado, es precisamente lo que lleva a cabo García Llovet en su última novela: un camino de ida y vuelta entre lo castizo y la literatura.

El tema del doble, que atraviesa las ficciones hasta nuestros días (desde Dostoievski, Oscar Wilde y Virginia Woolf a José María Merino) y que ya se adelanta en la portada, se reescribe en la obra con el particular giro humorístico propio de la narrativa de la escritora. Cástor, un cómico de stand-up inesperadamente millonario, atraviesa la Plaza Mayor de Madrid tan ebrio que debe apoyarse en una valla de obra para sostenerse. Así, declamando frente a los escombros, le cuenta a un conversador casual que un desconocido le ha perseguido para devolverle la cartera que le había robado meses antes. Cástor se encuentra con que su verdadero dueño es un tal Julio Céspedes, una suerte de gemelo idéntico a quien consigue hallar, y a quien contrata para que se encargue de todas las obligaciones asociadas al mundo del espectáculo que él detesta realizar.

Este planteamiento inicial da origen a una serie de situaciones disparatadas, como la fiesta en que Julio se estrena en su papel de doble, o la tiranía alimentaria a la que Cástor somete a su malogrado gemelo para que engorde y se parezca a él (“ha estado comiendo huevos rotos y ensaladilla rusa y lacón y macarrones con chorizo y Cheddar para parar un tren. Cuando cumplía con el menú, Castor le dejaba comer unas mandarinas, como recompensa”, 77). Este tipo de humor absurdo y surrealista es el sello narrativo de la autora. Cómo olvidar la escena que abre Sánchez (2019), con cinco sordomudos hablando por señas en medio de la noche, a la luz de las máquinas expendedoras de un polígono de oficinas solitario; o el desvergonzado mecanismo mediante el que Curto y Renfo se fugan de las tertulias literarias en Cómo dejar de escribir (2017), llegando al final del evento y despidiéndose de sus asistentes como si hubieran presenciado todo el acto. 

Gordo de feria se articula en torno a un juego de persecuciones y encuentros, recurso también utilizado en las obras anteriores de la autora (la búsqueda del diario del padre en Cómo dejar de escribir y del galgo de Bertrán en Sánchez). La novela se organiza en tres partes, y en cada una de ellas un personaje busca a otro, planteándose de este modo un particular juego de hallazgos inesperados que se conectan entre sí al final de la trama argumental. La primera parte, titulada “Un gordo”, narra las dos ocasiones en que Cástor busca a Julio (hemos hecho referencia a la primera vez, y sólo la recomendada lectura de la obra desvela el porqué de la siguiente). La segunda parte, “Un flaco”, cuenta la verdadera historia de Julio y la razón por la que la señora Serafina, una suerte de Paquita Salas almeriense (y uno de sus personajes más icónicos del libro), decide partir a Madrid para dar con él. La tercera y última, “Un cuento chino”, relata el azaroso encuentro entre Cástor y Serafina, extraordinaria anagnórisis, y el hilarante hallazgo del chino, que termina por toparse con su negocio definitivo.

Resultan evidentes las referencias cinematográficas de los títulos de cada una de las partes. La más obvia es la del Gordo y el Flaco, conocido dúo cómico del cine mudo los años 20 formado por Oliver Hardy y Stan Laurel, cuyos divertidos gags bien podrían recordar a las aventuras de Cástor y Julio en el excesivo piso de la calle Martínez Campos. El título de la última sección pudiera ser un guiño a la película hispano-argentina Un cuento chino (Sebastián Borensztein, 2011), comedia protagonizada por Ricardo Darín. No olvidemos que García Llovet está familiarizada con el mundo audiovisual, pues estudió Dirección de Cine y ha trabajado como guionista. El ritmo frenético de la narración o la construcción impresionista del universo ficcional son firma de su estilo y delatan la vinculación de su escritura con otros ámbitos de la creación: “Un borracho. Un borracho de Semana Santa. Un borracho de Semana Santa atraviesa la plaza Mayor de la capital de España, son las cinco de la tarde, parece que va hablando por el móvil pero la verdad es que no tiene móvil porque se lo han robado hace horas y no se ha dado ni cuenta. Habla solo. Se llama de usted” (9).

Esta urdimbre de búsquedas y hallazgos permite a la escritora llevar a cabo un completo retrato sociocultural. En las páginas de Gordo de feria los elegantes hombres de negocios del barrio de Salamanca conviven con los personajes más singulares del lumpen del extrarradio, y la caracterización de todos ellos constituye otra de las principales fuentes humorísticas de la novela. La aparición de cualquier carácter en la trama narrativa es excusa para retratar a unos seres peculiares, histriónicos y parodiados con todo conocimiento de causa. Así se describe a un conocido de Cástor, a quien el protagonista ha acudido en busca de información sobre el paradero de Julio: “Arturo es argentino, es humorista, es un intelectual. Ha escrito un cómic sobre los mecanismos del humor que se llama El malestar en el ocio que se está vendiendo como el chocolate con churros. (…) Arturo el argentino vive en el barrio de Salamanca. (…) Arturo tiene muchas fotos suyas en las paredes. Fotos con la Kirchner, con Calamaro, con Perón, con Martín Fierro” (103). Entre las descripciones de personajes y espacios se aparecen también, como vetas de la inacabable inteligencia de García Llovet, toda una colección de aforismos y reflexiones, lo que permite adivinar también un patente interés crítico: “Cuando Castor le preguntó a la de la inmobiliaria que para qué servía ese espacio la de la inmobiliaria le dijo que para nada. Que ese era un piso de lujo y lujo es lo que no usas. Castor lo compró sin pensárselo dos veces” (17).

La contraportada de Gordo de feria menciona el “Madrid castizo” donde tiene lugar la novela, adecuado apelativo si por tal comprendemos su carácter ecléctico y la palpable voluntad de García Llovet por retratar con ironía todo el espectro espacial y social madrileño. Este es el terreno en el que siempre ha encontrado la comodidad una autora de una finísima inteligencia, alguien capaz de convertir en alta repostería literaria un vulgar pastelito de bollería industrial.

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