La voracidad de “Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez

por Ene 28, 2020

La voracidad de “Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez

por

Mariana Enríquez, Nuestra parte de noche

Barcelona, Anagrama

680 páginas, 22,90 euros

La cara más oscura del Premio Herralde se ha iluminado al galardonar a la nueva novela de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973). Nuestra parte de noche promete, en un principio, un road trip de un padre y su hijo, un viaje precipitado. Sospechamos que tanta celeridad y disimulo suponen un intento de huida de la dictadura militar imperante en la Argentina de 1981, pero pronto se abandona el ámbito del realismo y se abren nuevas puertas hacia los órdenes no miméticos. Juan y su hijo Gaspar tienen una sensibilidad especial, el don de invocar a una divinidad primitiva y de hambre voraz: la llamada Oscuridad. La Orden secreta que le rinde culto está decidida a encontrar médiums que puedan ponerse en contacto con ella, lograr que se manifieste. Sin duda, Enríquez consigue guiar a la mentalidad realista del lector hasta lo más profundo de los sucesos insólitos de la novela, siempre de forma progresiva y selectiva: desde los primeros fantasmas que impresionan a Gaspar en su niñez y superan su entendimiento, hasta adentrar en las estereotípicas casas encantadas y múltiples rituales con tintes gore.

            Nuestra parte de noche se organiza a partir de una polifonía de narradores, que se encargan de enriquecer el avance del argumento y dotan al relato de múltiples puntos de vista, a cada cual más diferente. Hay un gran contraste entre los personajes que desconocen la existencia de la Orden y entre los que se encuentran en su centro. Estos últimos suponen un desafío moral: cuanto más cercanos a la Oscuridad se encuentran, más se alejan de su propia humanidad. Los personajes como Juan normalizan la violencia, el dolor y la mutilación del cuerpo; un cuerpo idealizado en su sufrimiento y enfermedad, evitando cualquier rastro natural. A lo largo de sus setecientas páginas, Enríquez juega con lo morboso y lo macabro. Promueve un deseo sexual que, negado a cualquier tabú, se vuelve salvaje y meramente funcional. No está destinado al placer, sino a una necesidad mecánica. Pero lo que hace trascender a la novela es otro juego, el que entremezcla la realidad de Argentina con la trama de lo fantástico. Se hace un recorrido por la historia del país de la última mitad del siglo XX, aunque los personajes siempre se sitúan en una grada superior y acomodada —salvo cuando Gaspar entra en la universidad—. Si bien es verdad que no sufren las represiones políticas de forma directa, el lector percibe los horrores de la población a través de los elementos fantásticos. Es inquietante que los aspectos más terroríficos de la novela sean fruto de los sucesos reales: niños secuestrados; cuerpos desfigurados y fantasmales que emergen de las aguas; o esa trasmisión televisiva de la agonía de Omaira, una niña que falleció tras la erupción del Nevado del Ruiz, en Colombia. Lo fantástico es, entonces, el recurso que logra filtrar la realidad cuando esta se vuelve anómala.

            La novela de Enríquez es a su vez un salto ambicioso y acertado desde su trayectoria en la cuentística. No solo se zambulle en la historia argentina, sino que también viaja al Londres de los años sesenta, y bucea en las profundidades de las relaciones familiares, abordando temas como el egoísmo o la salvación de los seres queridos. Quizás sea en los desvíos descriptivos, tanto del panorama londinense como de la Buenos Aires de los años noventa, donde se sienta un excesivo fetichismo cultural, algo que no acaba de encajar con la trama o sus personajes. Algo muy diferente es la audible oralidad de sus diálogos, que contrasta con la artificialidad en ciertos momentos más dramáticos y ceremoniales. Aun con esos detalles, Nuestra parte de noche es una novela completa que devora, como su deidad, el pasado desde lo fantasmagórico: nada mejor que la ficción cuando la realidad parece abandonarse a sí misma en sus horrores.