“El mercenario que coleccionaba obras de arte”: Vida de un contrarrevolucionario
“El mercenario que coleccionaba obras de arte”: Vida de un contrarrevolucionario
Wendy Guerra, El mercenario que coleccionaba obras de arte
Madrid, Alfaguara
374 páginas, 18,89 euros

Existe una amplia mitología en torno a la política de Latinoamérica. Corrupción, intervenciones, guerrillas, “contras” y narcotráfico son algunos de los términos que hoy parecen indisolublemente asociados a la historia de la región. Aunque buena parte de estos problemas tienen su origen en hechos concretos, también es cierto que existen teorías conspirativas indemostrables que rayan en la paranoia. Es natural que surjan leyendas en estas luchas intestinas del continente, personajes que, incluso si reales, terminan tan mezclados con lo imaginario que devienen en figuras (casi) ficticias. Algunas, como la de Ernesto “Che” Guevara, son bien conocidas —así como polémicas—. Otras, sin embargo, permanecen relativamente ocultas, accesibles solo para los que estén dispuestos a buscarlas. Este es el caso del mercenario que protagoniza la nueva novela de Wendy Guerra (La Habana, 1970), inspirado en un individuo real que tuvo un rol clave en el escándalo Irán-Contra, en el que se descubre cómo Estados Unidos vendía armas de manera ilegal al país del Medio Oriente y cómo financió la guerrilla que se enfrentó a la revolución sandinista.
El mercenario que coleccionaba obras de arte narra la vida de Adrián Falcón, nombre falso con el que se presenta el protagonista. Es, en este sentido, una suerte de autobiografía ficticia, reconstruida a partir de los diarios de batalla del contrarrevolucionario. A estos capítulos, que recorren tres décadas de historia latinoamericana, se intercala el encuentro, en la actualidad, del protagonista con Valentina, una cubana que viaja a París para la subasta de los cuadros de un antepasado. Desde los primeros capítulos queda claro que el adolescente que sale de Cuba en los sesenta, con la voluntad de derrocar a Fidel y vengar a su padre fusilado, ha devenido en un individuo cínico y sin ideales. El libro desvela, poco a poco, cómo ha ocurrido esta transformación: los primeros esbozos de la lucha de Adrián, sus aliados y amigos perdidos, sus rivales y guerras.
El mercenario se aleja de los tópicos que puede invocar este término. Más allá de las cualidades necesarias para un soldado que apela al terrorismo cuando lo considera necesario, el protagonista se perfila como un hombre culto y sofisticado, lector de los clásicos de la política que, en ocasiones, cita en latín. Esto no sorprende si tomamos en cuenta la actividad con la que se le describe en la cubierta. Su contraparte, Valentina, resulta enigmática y compleja. Por un lado, es igual de culta que Adrián, así como elocuente y de una inteligencia maquiavélica. Por otro, su carácter es pasional, a veces hasta el extremo, lleno de contradicciones y muy volátil. En esto, se distancia del comprador que muestra interés por las obras de su antepasado. El romance que surge entre ellos, previsible desde las primeras páginas, es el disparador de una serie de viajes y conversaciones que terminan de revelar el carácter del protagonista.
Sin duda, y a pesar de los lugares comunes, la historia engancha. Tanto las aventuras del mercenario como la misteriosa vida de la cubana, que también se revela lentamente, resultan intrigantes, incluso si los giros finales terminan por ser predecibles. El problema está, sin embargo, en la narración. Especialmente en el diario de Adrián, hay episodios narrados de forma plana, meramente explicativa. En estos, la prosa se hace lenta, poco interesante —incluso si las anécdotas muestran un atractivo incuestionable—. Asimismo, la relación de Adrián y Valentina deviene en un paternalismo simplón disfrazado de romance. Si bien no se puede profundizar sin revelar el final de la trama, el personaje femenino, que de momentos resulta el más sugerente, termina cayendo en un tópico un tanto chocante. A pesar de esto, la promesa de veracidad sostiene la narración. La idea de que al menos parte de lo narrado es real hace que El mercenario que coleccionaba obras de arte cobre un interés que excede el literario. El libro retrata una parte de los conflictos latinoamericanos pocas veces explorado. Estas historias suelen centrarse en los héroes o villanos de la izquierda, o en cómo los Estados Unidos ha intervenido en la región. En la obra de Guerra, se retrata un antihéroe capaz de encarnar todas las contradicciones de dichos conflictos. Adrián tuvo unos ideales confrontados a los románticos preceptos de la izquierda latinoamericana y, aun así, acabó por renunciar a sus principios. Muestra, por tanto, otra cara de un problema que, todavía hoy, no acaba de resolverse.
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