Para quienes (dis)gustan de la autoficción. “Dolor y gloria”
Para quienes (dis)gustan de la autoficción. “Dolor y gloria”
Dolor y gloria
Dirección y guion: Pedro Almodóvar
Reparto: Penélope Cruz, Antonio Banderas, Asier Etxeandia
Duración: 1 h. 53 m.

Hablar de “cine de autor” es especialmente complicado. Para empezar, porque la noción de autoría resulta, en cualquier ámbito artístico, demasiado compleja como para usarla sin miramientos. Pero, al centrarnos en el llamado séptimo arte, el problema se hace más denso: hay demasiadas manos y mentes involucradas en el proceso creativo, desde los actores y cámaras hasta los encargados de la postproducción. Incluso si aceptamos que se puede centrar la autoridad creativa en un individuo, ¿cómo decidimos en quién? ¿La otorgamos al director, como se suele hacer, o al guionista, creador original de la historia? También podríamos reservar el título a quienes realicen ambas labores, a quienes escriban y dirijan sus películas. Desde esta perspectiva, es posible defender que las películas de Pedro Almodóvar (Ciudad Real, 1949) son cine de autor. No solo eso, tienen un estilo fácil de reconocer y han mostrado un interés por ciertos temas que se desarrollan, desde puntos de vista diferentes, columpiándose entre la comedia y el drama, en los cuarenta años que han pasado desde su primer estreno. En el momento en el que entramos al cine a ver una de sus obras, sabemos que veremos su estampa plasmada en la pantalla. En Dolor y gloria este principio se lleva más lejos, en tanto que vemos a un personaje, Salvador Mallo (interpretado por Antonio Banderas), que lo reproduce en la ficción.
Las coincidencias entre el creador y el personaje son ineludibles: el segundo es un director de cine ampliamente reconocido, con una estética y unos intereses particulares, análogos a la del cineasta español. La cinta retrata el recorrido de Mallo para volver a trabajar, tras un tiempo incapacitado por sus dolencias y depresiones. Como resulta previsible, esto representa un autodescubrimiento para el protagonista, que se ve obligado a enfrentar su pasado y su presente para encontrar la motivación que lo impulse a volver a su labor creativa.
Dolor y gloria es, asimismo, una exploración del lenguaje cinematográfico, en general, y del estilo del propio Almodóvar, en particular. Esto no resulta extraño en un director que constantemente revisita su trabajo en tono paródico. Ya lo habíamos visto en Los abrazos rotos (2009), por ejemplo. Tampoco son ajenos al director los recursos metaficticios y metacinematográficos. En La mala educación (2004), los recursos autorreflexivos se incorporan al discurso con una efectividad prodigiosa, haciéndolos esenciales en la construcción de la trama y, además, en la reflexión que formula el filme. Aquí, sin embargo, estos elementos adquieren un tono particular al estar ligados a una reflexión sobre el “yo” autorial que se esconde detrás de las cámaras. Hablar de autoficción resulta inevitable, incluso para los personajes de la nueva película. Hasta Almodóvar se ha visto contaminado por esta noción, que algunos ven como una simple moda —nuevamente, la película no pierde de vista esta percepción ambigua y la parodia—.
Pero Dolor y gloria se aleja de las indagaciones narcisistas con las que se asocia a la autoficción. Es, desde el principio, un cuestionamiento a la labor creativa y a la idea que tenemos del creador. El primer conflicto, el disparador de la acción, surge en tanto que Mallo debe enfrentarse a una de sus películas que, tras la realización, le pareció mala. No logró conseguir lo que buscaba, no tuvo autoridad. En el presente, el filme muestra un nuevo color. En breve, el director y guionista se ve desautorizado y su viaje es, a fin de cuentas, un cuestionamiento a la idea misma de autoría. A pesar de ser un drama, el contenido paródico no está exento de humor: el discurso se ríe de las ideas estereotípicas del artista y, sobre todo, de la imagen pública del mismo Almodóvar. El personaje interpretado por Banderas, a medida que regresa a su lugar dentro del ámbito cultural, se parece cada vez más a las fotografías que vemos en internet del director español. Aun así, y para quienes insistan en buscar a la persona en la ficción, el final da un último giro de tuerca que recuerda cómo lo que hemos visto es, a fin de cuentas, una ficción.