El Sabina romo de Aranoa. «Sintiéndolo mucho», Joaquín Sabina

por Mar 1, 2023

El Sabina romo de Aranoa. «Sintiéndolo mucho», Joaquín Sabina

por

Sintiéndolo mucho

Dirigido por Fernando León de Aranoa

Duración: 120 minutos

Han sido trece los años que el director Fernando León de Aranoa ha podido aprovechar el permiso de Joaquín Sabina para seguirle de cerca tanto en giras como en momentos íntimos. Trece años. Ante esto, cabría presuponer que el material resultante que encierra el documental Sintiéndolo mucho está plagado de revelaciones, en fin, que se muestra una cercanía nunca experimentada por el público ante ese cantautor ya icono de la canción en español, sí, que se goza de un acceso irrepetible a quien lleva treinta años siendo figura irreemplazable en el mundo cultural hispánico. Puede presuponerse eso, pero se estaría cayendo en un error: el documental es destemplado en su estética, carece de ritmo en su estructura y, lo peor de todo, no alcanza la profundidad en el retrato. En general, y en particular, Aranoa parece haber desaprovechado la ocasión.

             Tras esos trece años, todo se condensa pobremente en no más de cuatro momentos, de cuatro días. Uno de esos días es una estancia en Rota donde Sabina compone, canta y disfruta rodeado de amigos íntimos —Benjamín Prado, Pancho Varona—; otro de esos días es un viaje a Baeza, de donde él es oriundo, para reencontrarse y reconciliarse con sus raíces, con cierta historia y cierto legado de su padre; otro, un largo día en México donde una faena de José Tomás en la Monumental de Aguascalientes se mezcla trágicamente con un concierto del baezano; otro, el día en que cantó en el WiZink Center, ese día fatal que se cayó a plomo del escenario a la pista. Cuatro días. Trece años. Pese a eso, quien conoce al Sabina público, el de las entrevistas, el de los conciertos, el de documentales anteriores, fácilmente puede no tener la sensación de estar viendo a un Sabina no visto antes, en fin, que la cámara de Aranoa se meta en lugares y momento sorprendentes de los que salgan confesiones o declaraciones o historias o gestos extraños, muy especiales, propios de la mejor intimidad. No, no existe esa sensación. Lo rescatable son pocas cosas, todo lo demás son los mismos chascarrillos, los mismo tópicos y las mismas historias que ya se han visto y escuchado en muchas entrevistas, en muchos reportajes, en otros documentales, como en aquel inmejorable Conversaciones secretas (2011) vehiculado por Juan José Millás, un documental que sí tenía miga que coger y con la que mojar. Aranoa ha hecho un documental sobre una figura muy explotada y no ha sabido aportar nada nuevo.  

Seguramente, lo mejor respecto a Sabina en Sintiéndolo mucho sean esos minutos precedentes a un concierto en Las Ventas, cuando aún está en su casa esperando la furgoneta que lo recogería y llevaría al coso. Se ve ahí a un Sabina al borde de la ansiedad, fumando, con la pierna tintineante, con toses al borde de la arcada, nervioso entero, aduciendo a su mujer con tono impaciente y de general o teniente que deben irse ya, que no aguanta. Esos momentos de nerviosismo, de flaqueza del cantante, de la tos rota, de casi la arcada, sí son un material que valga la pena, pero dura alrededor de no más de cinco minutos. Otro tanto se ve en los camerinos antes de un concierto en el WiZink Center: un Sabina comido por los nervios, fumando y tosiendo todo el rato, y al final vomitando en los lavabos y luego bebiendo algo que su mujer le prepara para reparar la garganta. Otros cinco minutos. Diez minutos. Para llegar a media hora interesante de entre los 120 de metraje hay que irse al pasaje del documental en que Sabina lee unos versos de su padre en el teatro municipal de Baeza, donde parece reconciliarse un poco con el pasado. Media hora, y es mucho: veinte minutos. Se pueden rescatar veinte minutos.

            Se ha dicho en el inicio del párrafo anterior “lo mejor respecto a Sabina en Sintiéndolo mucho” porque lo mejor de Sintiéndolo mucho, con gran diferencia, son los instantes en que la cámara capta a José Tomás en el patio de cuadrillas de Aguascalientes. El torero eclipsa al cantautor. Se ve a un José Tomas de pie, levemente apoyado de espaldas a la pared, con el gesto serio, con la cabeza gacha, con una mirada perdida enfilada al suelo. Uno ve esa mirada y no sabe si está vacía o si está demasiado llena, o si ese hombre ha llegado a un punto de introspección en el que el Vacío y el Todo se juntan, germinando algo que solo él comprende. Ante la salida al ruedo, ante la inminencia de esa extraña mezcla de arte y muerte, José Tomás está impasible y concentrado, de pie, firme como una pica, mientras diversa gente le asalta para hacerse fotografías y entrevistas al paso. El propio Sabina, amigo suyo, se acerca, le saluda rápidamente y, a la petición de alguien para hacerles una foto a los dos juntos, cede visiblemente incómodo, diciendo “no quiero molestar”. La seriedad del torero estrecha el corazón, la garganta, el tiempo parece detenerse; sí, de pronto, el documental se ha ido a otro lado. Lo ha hecho: de pronto, algo en la pantalla es sobrecogedor, y solo se trata de un hombre en traje de luces mirando al suelo.

            Se ha dicho que este era un documental para sabineros, de modo que, a priori, tocaba esperar algo parecido a una edición de coleccionista, a saber, que el documental consiguiera entregar al espectador pequeños pero gloriosos detalles, esos que vuelven locos a los más fans. Nada de eso: el documental se presenta con un tono y un fondo generalistas. No es, en absoluto, para sabineros. Es, sin más, otro producto sobre Sabina que no destaca por encima de otros. Ocasión desperdiciada. Este trabajo ya estaba hecho, y muy bien, en Conversaciones secretas.

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