El silencio en la última escena. «Bojack Horseman»
El silencio en la última escena. «Bojack Horseman»
Bojack Horseman, 2014-2020
Creador: Raphael Bob-Waksberg
Reparto: Will Arnett, Aaron Paul, Alison Brie, Amy Sedaris
6 temporadas, 12 episodios aprox. c/u

A veces, la parte más difícil es hablar. Comunicar nuestros pensamientos y expresar las cosas que sentimos, esos parecen ser los grandes desafíos de la actualidad. Subrayar la ironía resulta tópico, casi tedioso: en la era de las telecomunicaciones, somos incapaces de conectar en un nivel profundo. El problema real, la razón que impulsa a volver una y otra vez sobre esta cuestión, es la cantidad de matices que contiene. ¿Qué esconde el silencio? ¿Qué universo se oculta detrás de un gesto, una sonrisa o una máscara? La escena final de Bojack Horseman (2014-2020), del creador Raphael Bob-Waksberg (California, 1984), es capaz de capturar la complejidad del problema. Dos personas que se han conocido durante años, que están tan cerca como lejos, se acompañan sin decir nada, mirándose de reojo e intentando adivinar los pensamientos del otro –no se pueden dar detalles sin destripar la historia–. Pocas series han sido tan capaces de explorar el absurdo y el carácter trágico de la existencia humana de una forma tan efectiva.
Hablar de humanidad en una historia protagonizada por animales antropomórficos, cuyo personaje central es un caballo, deja entrever el humor irónico que define el discurso de Bojack Horseman. Esta es solo la primera paradoja. La producción, que ha durado seis temporadas, es un recordatorio de que las vías estereotípicas de expresión artísticas no solo se han gastado, sino que encontrar nuevas formas es necesario y provechoso. Así, el humor es el camino para hablar de la depresión y los dibujos animados –absurdos e incongruentes con los referentes reales– son la mejor manera de encarnar la realidad que vive la sociedad contemporánea. La serie no es el primer y único ejemplo con el cual confrontar estas afirmaciones. Sí es, sin embargo, uno de los más logrados.
Intentar sintetizar en unos pocos párrafos la cantidad de artilugios narrativos que utiliza este texto audiovisual resulta imposible. Cada temporada se presenta como un problema en sí misma: busca innovar en sus formas, problematizar su propio discurso, cuestionar sus métodos. Desde una narrativa que fluye con la conciencia de los personajes hasta una metaficción cuyo cuestionamiento alcanza niveles poco comunes en un producto de este tipo, los creadores de Bojack Horseman en ningún momento renuncian a su búsqueda por nuevas vías de expresión.
La estructura de la serie se despliega como la entropía. Inicia centrada en su protagonista, Bojack, un autodestructivo caballo que es incapaz de afrontar sus problemas. Sin embargo, los personajes que lo rodean no tardan en adquirir vida propia y revelar sus existencias: Todd, el decadente y optimista que vive con Horseman; Princess Caroline, la agente y exnovia del caballo; Mr. Peanutbutter, que insiste en ser el mejor amigo del protagonista a pesar del rechazo. Incluso la familia de Bojack, sus padres, despliega una compleja historia, definida por el abandono y por la violencia psicológica e incluso física. El contrapunto de Bojack, y una de las piezas claves de la narración, es Diane. Su desarrollo es de una honestidad brutal. En la primera temporada parece la contraparte del protagonista, ordenada y metódica. Pero acabamos por descubrir cómo su vida, igual que la de todos, está marcada por la soledad y la incomunicación. Bojack Horseman crece a partir de un núcleo y deviene en un universo caótico. En la conclusión de la última temporada, hay un mundo de entes contradictorios, intentando encontrarse, incapaces de comunicar lo que sienten o piensan.
El cierre está marcado por la incertidumbre. Parece el único final posible para una historia definida por el sinsentido y el absurdo. Esto no significa que el discurso pierda coherencia. Por el contrario, la fuerza de la narración está en cómo busca incluirnos en la perplejidad que viven los personajes. Al hacerlo, construye un reflejo que interpela al espectador y señala cómo también nuestras existencias se definen por el sinsentido, el absurdo y la incomunicación.