En situaciones extraordinarias, libros extraordinarios. “El viajero del siglo”, de Andrés Neuman
En situaciones extraordinarias, libros extraordinarios. “El viajero del siglo”, de Andrés Neuman
Editorial Alfaguara
544 páginas, 22 euros

Ya son varias las semanas que llevamos atrapados en nuestras casas, encerrados y obligados a vivir en un espacio y –por culpa de un martilleo constante de información, de cifras y de datos– un tiempo del que parece prácticamente imposible evadirse. Se cuentan por decenas los espacios culturales de periódico, radio e incluso televisión que se han visto multiplicados para tratar de cubrir esa ansia de pasar el mayor tiempo posible de estas semanas entretenidos. Quizás, muchas personas hayan retomado, comenzado, o intensificado, una rutina de lectura. Porque, como decía Vargas Llosa en El País, «con toda la ruina económica y social que traerá al país esta plaga inesperada, si, luego de sobrevivir a ella, hay en España un millón más de españoles, o por lo menos cien mil, ganados a la buena lectura gracias a la cuarentena forzada, los demonios de la peste habrán hecho un buen trabajo». Y son estos demonios de la peste –que quizás compartan algo de mérito con su autor, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977)– los que nos pueden llevar a través de El viajero del siglo (Premio Alfaguara de novela 2009) hasta Wandernburgo, a comienzos del siglo XIX.
Resulta imposible leer diez páginas de esta novela sin advertir el lenguaje poético con el que se ha construido, de principio a fin. Parece que los guantes de prosa que se pone el autor para redactar la obra no son capaces de ocultar esas manos de poeta con las que maneja cualquier obra que firme. Y, si al comienzo de la obra nos preguntamos si la poesía y la novela son géneros tan distanciados como solemos pensar, al final acabamos resolviendo nuestras dudas: si se trata de Neuman, no.
Si bien resulta cuidada la redacción de la novela, la concepción de los personajes parece que va más allá. Sin duda, los cinco años que le llevaron al autor confeccionar esta obra permitieron que se llegase a una caracterización de los personajes sublime. Incluso desde un primer contacto, si el lector traduce los nombres y apellidos de cada uno de ellos del alemán, obtendrá muchas pistas de la función que van a cumplir dentro de la historia. Esta fuerte caracterización permite que se creen uno de los mayores atractivos de esta novela: las charlas. Se desarrollen en un salón majestuoso, o en una cueva sucia y descuidada, un estilo directo muy trabajado y unos temas que para nada resultan ajenos a nuestra realidad permiten que gran parte de la novela esté dotada de pasajes que tratan temas políticos, filosóficos y literarios perfectamente vigentes en nuestro tiempo. Neuman logra mirar a las preocupaciones del siglo XIX desde el siglo XXI logrando que todavía hoy sigan siendo eso, preocupaciones.
A pesar de que la historia de amor mantiene al lector en vilo, hay una escasa preocupación por la historia de misterio que se plantea de forma paralela, y que no consigue captar del todo la atención. Será el viento –que es testigo de todo lo que ocurre en esta pequeña ciudad, tan desordenada para quien busca un orden– quien pase cada una de las 531 páginas de la novela, para convertirse en protagonista en el que es, sin duda, uno de los mejores finales de novela que se han publicado en España en los últimos años.
Teniendo en cuenta la dificultad que supone tejer el hilo que conecte las novelas españolas que se han publicado en las dos últimas décadas, se puede predecir con total seguridad que El viajero del siglo pasará a ser una de las novelas imprescindibles no solo del año 2009 con ese Premio Alfaguara, sino del comienzo del siglo XXI.
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