Escuchar una sinfonía. “Música, solo música”, Haruki Murakami y Seiji Ozawa

por Dic 21, 2020

Escuchar una sinfonía. “Música, solo música”, Haruki Murakami y Seiji Ozawa

por

Haruki Murakami y Seiji Ozawa, Música, solo música

Barcelona, Tusquets

329 páginas, 19,90 euros

Haruki Murakami cita a Duke Ellington: “en el mundo solo existen dos tipos de música, la buena y la otra”. La frase la encontramos en las primeras páginas de Música, sólo música, coescrito por el autor japonés y por Seiji Ozawa, director de orquesta. Y captura la esencia de este libro. El volumen recoge una serie de conversaciones entre los dos artistas, provenientes de mundos diferentes y unidos por un interés común. El gusto musical de Murakami no es ningún secreto: sus novelas están repletas de referencias al jazz, el pop, el rock y la clásica. Por su parte, es poco lo que se puede agregar sobre una eminencia como Ozawa, cuyo trabajo, de fama internacional, es harto conocido. Encontramos, en las páginas del texto, un paréntesis: el director de orquesta, obligado a reposar por una enfermedad, se abre con respecto a su vida y carrera, y llega a revelar partes de su mundo que ni él, al menos según reconoce en algunos pasajes, se había detenido a considerar en el pasado.

Música, solo música no deja de ser un objeto curioso. Siendo Murakami un bestseller prominente y Tusquets una editorial de fuerza comercial, encontramos aquí un libro que apela a un tipo de lector bastante concreto, sin mencionar que el original japonés fue publicado en 2011. Lo primero que resalta es su especificidad: los diálogos entre el músico y el escritor giran en torno a unos discos concretos, hasta se refieren los minutos de la grabación comentados. En este sentido, deben ser leídos al tiempo que se escuchan los trabajos de Ozawa y otros músicos, al menos, si se quiere hacer una inmersión completa. La experiencia es poco habitual, o lo será para quién acostumbre a leer en silencio. Además, el ritmo de la lectura se altera: hay que ser paciente, escuchar, buscar entre los sonidos de la orquesta los matices que se subrayan en las conversaciones. La recompensa es clara: una nueva apreciación por la música, especialmente para quienes no escuchen el género clásico a menudo. En el fondo, se agradece: el libro descubre una forma de acercarse a la música diferente y revela el rostro humano de esas máquinas perfectamente bien engrandas que suelen ser las grandes orquestas.

La experiencia saca a relucir otro aspecto importante del mundo moderno. Que la fugacidad define nuestros días es algo ampliamente discutido. Quizá es un argumento para discutir. Sin embargo, en la música, esto resulta claro: la tendencia del mundo comercial es a la brevedad, a la simplificación. La sencillez no es, en sí misma, algo negativo.  El problema es lo que se puede perder en el camino cuando la mayor parte de la producción musical se centra en eliminar matices, recortar tiempos, acentuar tópicos complacientes. Música, solo música confronta al lector con el opuesto: escuchar el Concierto para piano y orquesta Nº 3 en Do menor de Beethoven o La consagración de la primavera de Stravinski requiere tiempo y atención. Murakami y Ozawa, en este sentido, guían con sus comentarios e incisos, descubren la importancia de apreciar esa forma de arte que, en el ajetreo de la ciudad, queda reducir a nuestros cascos y a los viajes en metro. Al mismo tiempo, las conversaciones contenidas en este libro recogen anécdotas de la vida del director de orquesta, breves historias que muestran cómo, incluso en la aparente frialdad de la academia, el arte se forma a partir del calor humano. Más importante, se hace evidente cómo ese calor humano traspasa a la música.

El texto exige, ya lo he dicho, un lector interesado, dispuesto a explorar la música discutida. El otro lado de esta idea es una invitación. Los autores abren un espacio para la apreciación musical, algo que cada vez parece perderse más. ¿Cuántas veces nos sentamos a escuchar una sinfonía?  Música, solo música quiere que el lector se ubique en un paréntesis de su vida, que se siente en un lugar cómodo y preste atención a esa belleza tan compleja que solo es capaz de producir la música clásica. Esto es algo que interesa a cualquiera que busque el tipo de música que Duke Ellington privilegiaba.

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